26 mar 2019

Mayo de 1936; Louis Fischer entrevista al presidente de la República española

 En 1931, el enésimo colapso del régimen y las primeras elecciones generales celebradas tras el advenimiento de la República, terminaban deparando el acceso al gobierno de la coalición republicano-socialista. España quedaba abocada, por vez primera en su historia, a una creación política de abajo arriba, netamente burguesa. Exponente de esta nueva burguesía republicana, un outsider, Manuel Azaña, se erige en líder de un gobierno investido de poder político. Sin embargo, son los tradicionales grupos rectores quienes continúan detentando todo el poder real, material.

 Una revolución –escribe Albert Soboul– no consiste en hacerse con un determinado gobierno, "sino en una transformación profunda de las estructuras sociales". Implica, ciertamente, un cambio de la clase dirigente y una redistribución de la riqueza. España, al contrario que las principales potencias europeas, no había sufrido aún un episodio revolucionario que fortaleciera y cohesionara a su sociedad civil, ni transformara su fisonomía estructural y de clase. La desamortización de Madoz (1854) vino a completar la de Mendizábal (1836). Durante todo el siglo XIX, las subastas derivadas de estas expropiaciones tuvieron como único fin la liquidez de los distintos gabinetes. La redistribución de la tierra careció siempre de vertiente social alguna. No discurrió de modo distinto, en lo económico, una Revolución Gloriosa (1868) también concebida desde arriba. Al contrario de lo ocurrido en Europa, primero con la reforma religiosa –y las expropiaciones a los señoríos de la Iglesia católica– y posteriormente, con el reparto de la tierra derivado de los distintos procesos constituyentes continentales, el pueblo español nada obtendría antes ni despúes de 1812.


 Como resultado, el país había quedado huérfano no sólo de una vertebración territorial o educativa que auspiciase una cierta fraternidad entre sus patrias chicas; también de una verdadera reforma agraria que posibilitase a su campesinado trabajar la tierra, desarrollarse. España no había crecido; no se había vigorizado en tanto nación. La República adolecía asi, no sólo de importantes fundamentos; también de cohesión social. Toda la revolucionaria labor que las distintas burguesías continentales habían logrado instaurar por la fuerza en el pasado, debía realizarse ahora en términos parlamentarios ante una poderosa reacción que, desde el primer día, buscaría reventar el advenimiento de la nueva democracia.  

 Si el bloque monárquico-católico, de corte fascista, iba a perseguir la instauración de un régimen corporativo que volviera a ofrecerle seguridad y paralizara cualquier cambio, por otro lado, las demandas de los más revolucionarios, el anarco-sindicalismo permanente enemigo de cualquier gobierno y del Estado, y la desesperación de quienes nada tenían, iban a erosionar, de igual modo, la frágil arquitectura democrática. 

 "No queremos innovaciones peligrosas. Necesitamos paz y orden. Nosotros somos moderados" insistía Manuel Azaña a Paris Soir tras el triunfo del Frente Popular en 1936. Azaña era preciso en sus palabras, pero resultaba sencillamente imposible –ya en 1931, ya en 1936para esta burguesía no revolucionaria, abordar una tarea política que precisaba de algo más que reformas para transformar el país.

 La proclamación del país en tanto Estado laico y el reconocimiento de la autonomía catalana harían el resto. Reforma agraria, laicidad y cuestión catalana, auténtica clave de boveda. Tras dos años de gobierno radical-cedista –con las izquierdas reprimidas a partir del intento rebelde de Octubre del 34, el golpe de Estado fascista de 1936 era un ataque preventivo por lo que, de la victoria electoral del Frente Popular pudiera derivarse.

 El 20 de mayo de ese mismo año, el presidente de la República concedía entrevista al periodista Louis Fischer. El americano recogía el tremendo desafío ante el que se encontraba la naciente democracia española, tan quebrantada. En 1941, ya reinstaurada la dictadura, Fischer rendía homenaje en su libro "Men and Politics" al presidente Azaña, muerto en el exilio. Reproducimos lo más sustancial:

Louis Fischer
"Spain Tries to Avoid Revolution" / The New Republic

    AZAÑA EVOLUCIONISTA, NO REVOLUCIONARIO. Azaña es una persona interesante en una situación extremadamente interesante. España necesita una reorganización de su economía tan radical que equivaldrá a una revolución. Azaña espera llevar a cabo esta revolución a través de una evolución y por medios democráticos. Los socialistas y los comunistas observan con escepticismo pero no le retiran su apoyo por dos razones: la caída de Azaña traerá de nuevo a la derecha; y lo que él hace, según creen, prepara la vía para ellos. Azaña, naturalmente, piensa de otro modo, rechaza ser un Kerensky (…)

  Don Manuel no es un socialista, aunque me habló de “innovaciones socialistas”, “agricultura colectiva” y “confiscación de tierra sin compensación”. El hecho es que muchas personas que en otras partes se opondrían con violencia al socialismo, admiten que en España es inevitable. Un país debe tener un clase social progresista que lo conduzca y lo gobierne. En toda Europa occidental la burguesía ha desempeñado este papel para beneficio propio, de la nación y hasta, en diversos grados, de las masas. Pero España nunca ha desarrollado una burguesía […].

  El PROGRAMA DE REFORMA AGRARIA DE AZAÑA. ¿Cómo se propone Azaña enfrentarse a esta situación? Admite que es una situación grave que exige un remedio inmediato. Hasta ahora, ha hecho esto: obligar a los terratenientes a arrendar parte de sus fincas a los yunteros […] Azaña me dijo que “cuando un millón de campesinos hayan recibido tierra el problema se habrá resuelto”. Dijo también que esperaba confiscar algunas fincas, presumiblemente las de los grandes, sin compensación, gracias a una ley que ha estado en suspenso durante varios años. También permitirá que vuelvan a ser propiedades colectivas de los municipios las tierras que esos municipios destinaban hace décadas a pastos comunes […]. Azaña dijo también en mi entrevista que la reforma agraria reforzaría a la burguesía urbana.

 Lo que sigue es lo que suprimí por indicación suya.
 Le pregunté: ¿Por qué no purga usted el ejército?"
 “¿Para qué?”, me preguntó, afectando inocencia.
 “Hace pocas noches, había tanques en las calles y usted se quedó en el Ministerio del Interior, en la Puerta del Sol, hasta las dos de la madrugada. Debía temer usted una rebelión.”
Lo negó y atribuyó su presencia a otro motivo.
 Le dije que había oído historias acerca de una inminente revuelta de generales.
 “Eso son charlas de café” me dijo riendo.
 Le contesté que lo había oído en las Cortes.
 “Ah –dijo Azaña– eso es un gran café".
 “Además –añadió con una sonrisa– si todo eso fuera verdad, no lo reconocería ante usted.
 Él sabía que yo sabía y yo sabía que él sabía que los jefes del ejército estaban preparando algo […]

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