28 feb 2018

El discurso de Manuel Azaña en Comillas el 20 de octubre de 1935 (3/3)

  Un nuevo mitin se proyecta en Madrid para el 20 de octubre. No hay campo de futbol que admita al brillante orador, pero su partido logra alquilar un terreno al sur de la capital. El acontecimiento se celebrará en una explanada cercana a la carretera de Toledo, en Comillas. Allí se añade una gradería para 40.000 sillas. 

 Días antes del mitin, un desbordante entusiasmo se apodera de la capital. En tren, autobuses, camiones, furgonetas, a pie... Todos acuden a ver el mito Azaña. "Parecían abrirse las puertas de un dique, el día antes del mitin, cuando miles de personas entraron en Madrid con el ímpetu y el estruendo de un Niágara". La policía cierra los accesos a la ciudad; demasiado tarde. Cientos de miles, hasta medio millón –cifra inconcebible para la época–, van a colapsar el terreno escogido con la intención de ver a un hombre en un estrado acompañado de una pancarta tras él que reza: “Decid al país que ha nacido un Partido Republicano fuerte, caudaloso, nuevo; nuevo pero cargado de experiencia". Aguarda un nuevo discurso del orador más brillante de la historia política de España.


 Azaña ganaría las elecciones formando un gabinete compuesto por ocho ministros pertenecientes a su partido y tres centristas de la Unión Repúblicana de Martínez Barrio. Un nuevo gobierno burgués dispuesto, ahora sí, a modernizar un país lastrado, anclado en el XIX, viciado en lo estructural. Toda la obra política del primer bienio está aún por retomar. Es tiempo para los catastrofistas. Violentada por monárquicos  y falangistas a un lado, por el hambre en el agro y los anarquistas al otro, la República precisaba de un Estado fuerte del que carecía. Lejos de defenderlo, los damnificados con el advenimiento de la democracia prefirieron asaltarla.
 
“Ciudadanos:
 
Desde Mestalla y Baracaldo hemos hecho alto en esta orilla del Manzanares, que es un buen lugar para que se oiga el estrepitoso aldabonazo que la opinión republicana descarga en las puertas del poder, y un buen lugar para que hasta los más duros y los más frívolos y acérrimos de nuestros enemigos se percaten de la grandiosidad de esta manifestación. Aquí continuamos la campaña que hace meses inició el partido de Izquierda Republicana, que ha tenido los antecedentes que conocéis, y que en este acto culmina, pero no termina. Vamos a proseguirla, sin que se acelere ni se retarde por consideraciones de orden secundario, atentos sólo nosotros a lo que demande la salud del régimen republicano (…)
 
Este acto, en efecto, no tiene semejanza en la historia política de nuestro país. No la tiene por la importancia de vuestra propia presencia, no por otra cosa. Y además, es justo que no tenga semejanza porque también la causa que nosotros defendemos es única: la causa más popular, la más noble, la más justa, la causa de la liberación de la Republica de los malos encantadores y malandrines que la tiene secuestrada (Muchos aplausos).
Este acto os promete la República, así como la prometía y casi la inauguraba en una especie de Cortes populares, ya republicanas, el acto que celebramos en Madrid en septiembre de año 1930, precursor de la revolución de abril de 1931.
También entonces, congregándose el pueblo republicano, estaban guardadas las bocacalles por camiones con ametralladoras, como hoy; pero ni siquiera entonces se llegó al temor demostrado por el Gobierno republicano actual, que ha movilizado una brigada de Caballería acercándola a Madrid; como si nosotros fuésemos desde aquí a asaltar los Ministerios o a apoderarnos del poder por la violencia. (Muy bien). También entonces, reinante el régimen monárquico, las fuerzas públicas se prevenían contra los republicanos, reunidos en un pacífico comicio, como si fuésemos enemigos públicos; pero entonces era la monarquía, que pocos meses después cayó. Y aquí, amigos míos, estamos diez veces más que en el mitin del año 1930 en la plaza de toros, y además han pasado cuatro o cinco años, se ha disipado el confusionismo, se han aclarado las conductas, han sido conocidas las personas… No quedamos más que los buenos. (Ovación).
Este acto, además, es la destrucción de la leyenda de nuestra inexistencia. Vosotros sabéis que en cuanto un hombre político no va todos los días a los pasillos del Congreso o no se asoma a las columnas de los periódicos diciéndoles a los reporteros políticos una sarta de estupideces de las que se avergonzaría una castañera, este político está borrado del mapa nacional. Así resultan luego las sorpresas que resultan. Queda destruida la leyenda de nuestra inexistencia (…) Y la demostración es tan concluyente –y van a venir otras aún más fuertes–, que casi no haría falta añadir palabra más. Basta el hecho mismo de vuestra asamblea, la magnitud de este comicio, al que no ha venido más gente porque no cabe más en este terreno; pero vosotros tenéis la delegación expresa y moral de millones de ciudadanos de toda España. Lo mismo hubiera podido congregarse aquí medio millón (…)

Defensa de la Constitución

Nosotros representamos una política estrictamente basada en la Constitución, que nosotros declaramos hoy por hoy intangible, pese a los técnicos que escrupulosamente la examinan con sus lentes para hallar en ella defectos orgánicos. A mí no me importan nada los defectos orgánicos de la Constitución de la República; lo que me importa es su valor político. Nosotros defendemos la intangibilidad de la Constitución por ese valor, y no ciertamente porque sea obra de nuestro partido ni de ningún partido.
Interesa recordar que la Constitución del 31 no fue obra del Gobierno Provisional ni de ningún partido predominante en las Constituyentes, sino obra de todos los partidos republicanos que colaboraron en su confección y que la votaron. Nosotros estamos haciendo la política de esa Constitución –nunca hemos hecho otra cosa–, Constitución que proclama la libertad de conciencia, la libertad de cultos, la separación de la Iglesia y del Estado, pero no permite que se persiga –ni se ha perseguido a nadie– por su confesión religiosa; Constitución reformista en el orden social, pero no socialista ni socializante, como saben de sobra todos los republicanos conservadores que la han votado; Constitución parlamentaria, no presidencialista, ni mucho menos presidencialista con clandestinidad (Muy bien); Constitución que admite y se funda en el sufragio universal, como impulso motor primero de la política, y en el Parlamento, que es el votante regulador del movimiento político y al mismo tiempo la garantía de publicidad, de la responsabilidad y de la autoridad de los gobiernos. Con esta política hemos gobernado nosotros el país en las circunstancias tremendas que pocos habrán olvidado, haciendo votar las grandes leyes orgánicas de la República y resistiendo los ataques de todas clases de los enemigos del régimen. Y tengo derecho a recordar que en aquella situación nosotros no consideramos como enemigos más que a los enemigos de la República, y jamás desde el gobierno partió conscientemente una agresión contra ningún republicano. ¡Ah! Contra los enemigos de la Republica, sí, y fue lo grave del caso que en las distintas agresiones desencadenadas contra el régimen dese fuera de sus límites no siempre estas agresiones estuvieron desasistidas de connivencias en el interior de la fortaleza. Y entonces dimos nosotros, por respeto al nombre y a la consideración de los republicanos, por no destrozar los prestigios, mejor o peor fundados, de la Republica, un ejemplo de serenidad, de paciencia y, si me queréis permitir la expresión vulgar, de cachaza, cuyo valoro pocos han sabido apreciar y casi ninguno agradecer.
 
 Apelación a la unón republicana 
 
 (…) pesa sobre la masa popular española la garra dolorosísima del escarmiento. Lo que a vosotros os pasa, y a otros muchos millares y millones de españoles, es que estáis escarmentados. ¿De qué? De vuestra propia imprudencia y aturdimiento el año 1933. Así os lo he de decir, porque yo no he venido aquí a cantaros coplas adulatorias: escarmentados de haber desviado la dirección política popular española, por motivos que yo respeto y que he examinado cien veces, pero que era clarísimo que conducían al desastre en que estamos sumergidos desde aquel año 1933 (…) Y estáis escarmentado no sólo por posición política, porque no se trata ya de diferencias de tesis de gobierno, de soluciones legislativas, administrativas o políticas que chocan y se contradicen, y sobre las que se discute con alternativas que son indispensables en un país regido en democracia por el sufragio universal; no se trata ya de diferencias políticas. Es que el poder público, por todos sus órganos, funciona sistemática y deliberadamente contra los republicanos. Es que sentís en vuestros propios cuerpos, en vuestras vidas, en vuestras libertades, el azote, el latigazo, el palo, a veces el tiro, de los que persiguen al republicano solo por ser republicano. Es que el nombre y condición de republicano ha venido a ser en España, bajo la enseña republicana todavía, un pretexto para la cárcel, para el destierro, para la paliza, para toda clase de estragos personales, en la libertad y la familia. Esta es la realidad, sistema que arranca de los abusos cometidos al amparo de la represión de movimiento republicano de octubre, y que ya en plena paz todo el mundo, con órdenes del Gobierno, se practica en todo el país, desde ponerle una pistola en la sien a un republicano y decirle: “sino no gritas ¡muera la República! te pego un tiro”, hasta coger a unos leales servidores del Estado republicano y castigarlos, desterrarlos y suprimirles el suelo. ¿Por qué? Porque habían conspirado contra la monarquía del año 1929.
 
El actual gobierno

Todo el Estado español actualmente es una conjuración antirrepublicana, un sistema organizado contra las personas de los republicanos y contra el régimen, y esto no lo podemos tolerar más tiempo. Ante esta situación, el pueblo republicano (…) pide humildemente que se le escuche (…) Nosotros no pedimos más que eso, que se abran los colegios electorales en condiciones aceptables de imparcialidad y legalidad. Nada más. Os advierto que ellos saben que al pedir esto lo que pedimos es la República. (Muy bien).
(…) Nosotros vamos de cara al pueblo, a la opinión pública, y es la opinión pública la que tiene que juzgar nuestros propósitos, nuestros planes y nuestra conducta. Nosotros no tenemos que ofrecerle a nadie ningún instrumento de gobierno. Mientras el sufragio universal no hable, y no hable a nuestro favor, nosotros no tenemos nada que hacer. ¡Ah! El día que hable, y que hable suficientemente a nuestro favor, entonces no tendremos que ofrecer nada; entonces tendremos el derecho a pedirlo todo. (Muy bien. Ovación).
Por tanto, que se calmen un poco los impacientes de buena voluntad que cada vez que surge una de estas crisis se preguntan dónde están las izquierdas, y qué hacen las izquierdas, o qué hace Izquierda Republicana. Nosotros no tenemos nada que hacer en esta crisis, como no sea dar un consejo, si nos lo piden, que se reduce a repetir lo que pedimos en junio: elecciones. Naturalmente, con esta conducta, que es irrevocable, nosotros no teníamos nada que hacer en la formación y gestación de este Gobierno pequeñito que tenemos, o mejor dicho, que nos tiene él, aunque él no esté muy seguro de tenerse a sí mismo. (Risas y aplausos).

La situación internacional: defensa de la Sociedad de Naciones

(…) En esta situación, este régimen republicano sólo pide humildemente que se le escuche y que se abran los colegios electorales en condiciones de imparcialidad. Pero ellos saben que al pedir esto lo que pedimos es la Republica (…)
 Con este gobierno pequeñito que tenemos, o que nos tiene él a nosotros, nada teníamos que hacer, ni siquiera tampoco en esos dos gabinetes electorales cuyas listas se han quedado en los bolsillos de dos ex ministros republicanos, mientras las vírgenes fatuas republicanas aguardan con sus lámparas a que les llegue el turno.
Conocida la resistencia a disolver el Parlamento, los grupos parlamentarios urden soluciones, que son peligrosas para el régimen.

España y la situación internacional

(…) Es una bobería digna de primarios suponer o pensar que la política internacional de un país se altera caprichosamente para responder a intereses particulares de un partido, o que se improvisan soluciones según las simpatías de los regímenes políticos. Estos es una simpleza. La política internacional de cualquier país está determinada de siempre, por factores invariables, como son, por ejemplo, la posición en el mapa, o por factores de difícil variación, como son los intereses económicos, la ponderación de ciertas fuerzas que no se pueden improvisar ni variar de la noche a la mañana. La política internacional de un país se hereda de régimen a régimen, y no es menester ir a buscar lecciones de historia, porque en nuestros propios días, en nuestra propia experiencia, hemos visto las más violentas explosiones políticas que han derruido de arriba abajo el organismo interior de un país hasta dejarlo arrasado del todo, y que poco a poco va volviendo a los cauces de política internacional que le tienen trazados el interés, la geografía y la historia.
No se puede jugar con estas cosas (…) España desea y quiere la paz. Me parece a mí que los españoles no estamos de acuerdo más que en una cosa: en querer la paz. El interés general y permanente de España consiste en asegurar su paz y la de los demás, en mantener nuestra integridad territorial y la independencia del país. Estos son los verdaderos fines de la política internacional de España, y para defender la paz en general, la integridad territorial y la independencia del país, España no puede trabajar mejor en ninguna parte, para esos propósitos, que en la Sociedad de Naciones. Es decir, no es que allí pueda trabajar mejor; es que no puede trabajar en otra parte si no es en la Sociedad de Naciones. (Muy bien. Ovación).
(…) El fracaso definitivo de la Sociedad de Naciones sería una desgracia universal. Contribuir España al fracaso de la Sociedad de Naciones (…) sería una acción suicida. (…) En estos problemas, en los que España no está directamente complicada, conviene no confundir el mundo con su caricatura, conviene no empeñar el amor propio ni los sentimientos políticos, ni pisotear el respeto que merecen los pueblos amigos, sobre todo en desgracia, ni tampoco olvidarse de que la vida se compone de muchos días, ni cerrar a portazos los caminos del porvenir. Por encima de los regímenes políticos esta la conciencia jurídica del mundo que trabajosamente se forma y quiere hacerse oír, pero esta conciencia jurídica del mundo viene de los pueblos, no de las combinaciones de los Gobiernos, y por debajo de los regímenes políticos, nos sean o no agradables, están los pueblos que padecen y sufren, a veces sin chistar, y absurdo seria que los republicanos españoles llegásemos a olvidarlo. (Ovación).
(…) Pero este Gobierno, ¿qué dice, y qué representa, y que ha consultado a los españoles? ¿Qué pasa que no sabemos todavía cuál es la posición de España en Ginebra? ¿Por qué no se ha preguntado a los españoles qué quieren que se haga de su destino? (Muy Bien. Aplausos). La Convención [de Ginebra les] infunde pánico (…)

Actitud del Gobierno

(…) Nada de convenciones ni de esas cosas raras que se dicen por ahí (…) Este Parlamento es el que se ha entrometido en los demás poderes, abusando de los propios, que es lo característico de un sistema convencional (…) ¿Cuándo se ha visto al Gobierno y al Parlamento entrar a saco en la administración de Justicia, como estos señores han entrado y entran todavía? (….)
No han querido más que desquite, venganza y destrucción para los republicanos, con violación manifiesta y negación absoluta de ese espíritu conservador de que ellos blasonan. Yo me pregunto si en España hay conservadores en la política, a no ser que los conservadores seamos nosotros.
(…) Porque (…) yo partí siempre de dos supuestos: que nadie pretendería aniquilar al bando contrario en sus intereses políticos ni en sus propias personas, y que ha de haber en el régimen republicanos un espíritu de continuidad en relación con los problemas fundamentales del Estado y del Gobierno, dentro del cual nosotros nos queríamos colocar, y que estos hombres han roto en absoluto, abriendo un abismo entre la derecha y la izquierda de la Republica española. ¿Qué más hubiéramos querido nosotros que ciertos problemas nos los hubiesen dejado adelantados o mejorados, cuando no resueltos? Y llevado de este espíritu de continuidad, que no puedo dejar de sentir, examino lo realizado en estos dos años y me pregunto qué podrán los republicanos conservar de todo cuanto esta situación ha realizado.


Azaña desgrana a continuación distintos episodios respecto a la gestión política del gobierno, entre otros, alusiones a la malversación del caudal público y al trasvase de cantidades asignadas para Educación, Agricultura, Obras Públicas y Sanidad a partidas de Guerra y Marina
 Las condiciones del mitin provocan fallos en el equipo de sonido causando la interrupción del acto durante 20 minutos. Resuelto el problema se escucha a Azaña decir: “La enseñanza es el escudo de la República”. Previo al incidente, concluía con el apartado relativo al ministro de Hacienda:


  (…) Yo no niego que el señor Chapaprieta sea un gran hacendista. Lo será; pero es un hacendista de grupo y de clase. ¡Ah, pero el hacendista de la República no es! (Muy bien. Aplausos).

Republicanos sin opción

Más que todo esto nos duele y nos subleva la situación moral del país, a la que yo aludía antes; esta situación de inferioridad, de descrédito y de vejamen que la condición de republicanos echa sobre nosotros. Me acuerdo que el año nueve, en ocasión de otros sucesos políticos, decía el partido liberal en un artículo famoso: “¿Pueden ser monárquicos los liberales?” Pero nosotros no podemos preguntar si hemos de seguir siendo republicanos. Tenemos que preguntar: “¿Es que los republicanos seguimos siendo tratados como españoles?” Porque se nos trata como un país enemigo, y en estas condiciones todavía se nos habla de conciliación y de convivencia, todavía hay gentes que físicamente o de un modo simbólico, después de habernos asaeteado material y moralmente, tienen la pretensión de alargarnos su mano. (Ovación).
No. Después de lo que aquí ha ocurrido, el pueblo republicano tiene derecho a estricta justicia. ¡Ah!, pero ¿Qué se creen? ¿Qué después de haber pretendido aniquilarnos, después de habernos pisoteado, ultrajado, en vista de que no acaban con nosotros se van a compadecer y decir: “Somos hermanos”? Sí, somos hermanos; pero sin perder, y, sobre todo, sin perder la dignidad cívica y personal.
Ya sé yo, y estamos dispuestos a ello, que en un país de democracia y de opinión los cambios son inevitables, y unos días son triunfadores unos y otros días son vencidos. Eso es natural. Tampoco nos negamos nosotros, todo lo contrario, a una situación de tolerancia y, como se dice ahora, de convivencia; pero ¿en torno de qué? ¿Sobre miles de presos y muertos? ¿Sobre miles de injusticias y de vejaciones y de cohechos? ¿Sobre miles de insultos y de violaciones de la ley? Sobre la subversión de la República, ¿qué convivencia? Convivencia en torno del régimen, de la justicia, de la Constitución y de la ley republicana cuando ellos quieran. Fuera de eso, ¡nada! (Clamorosa ovación).
Todos los destrozos causados por esta política, destrozos legales, orgánicos, de significación política y de sentido moral van a agravar las dificultades con que el día de mañana se tropezará el Gobierno republicanos. Las agravarán, como si no fuesen bastante las que lleva consigo el empeño de rehacer la política republicana. Por eso, la acción de los futuros Gobiernos republicanos ha de comprender dos partes, no sucesivas –entendámoslo–, sino simultáneas, porque no seré yo quien diga nunca: Hoy no puedo hacer esto porque estoy haciendo otra cosa. No. Todo se puede hacer todos los días y al mismo tiempo. Basta querer hacerlo. La acción –repito– de los futuros Gobiernos republicanos ha de comprender dos partes: una de reparación, de sanciones y de restauración justiciera, y otra, la parte política, de innovación, de creación y de progreso de la República. Sí. Hay que hacer una obra de reparaciones legales, poniendo otra vez en vigor los organismos, los cuerpos y los estatutos que las Cortes han destruido, devolviendo a los pueblos sus representaciones locales, provinciales y regionales.

Abrazo a Cataluña

Y aprovecho la ocasión aquí, en este panorama de Madrid, el mismo de Goya, cerca de Bombilla, donde está lo más granado del casticismo madrileño y donde están ahora las representaciones republicanas de toda España, para decir, en nombre de todos vosotros, al pueblo catalán, distante y sojuzgado, que nosotros le abrimos los brazos de la fraternidad hispana y republicana, y que es en nosotros donde tiene su esperanza de pacificación, de justicia y de gloria española, a la que ellos, como nosotros, pertenecen. (Grandes aplausos.)
Hay que hacer esta obra de reparación, además, en todos los casos de saqueo del interés público, manifiestamente realizados y comprobados, en cuanto haya un arranque de valor cívico que permita la demostración de lo que todo el mundo sabe. Y hay que individualizar –fijaos bien–, individualizar la responsabilidad y la sanción por todos los abusos cometidos desde octubre acá, y desterrar de todas partes el espíritu de venganza, advirtiendo al pueblo que para conseguirlo no necesita salirse de la República ni de la ley, antes al contrario, solamente en la República y en la ley obtendrá justicia.

Reparación de la conciencia popular

Decíamos que la obra de los partidos republicanos en el porvenir tendrá esas dos partes de la reparación justa y debida a la conciencia popular y la obra política de construcción que le ha de estar encomendada. En esta obra política muchos problemas nos saldrán al paso; pero es lícito y debido aún más que lícito que nosotros marquemos algunas preferencias en el orden de los problemas de Gobierno y de reorganización de la República. Nosotros hemos insistido siempre en poner en el primer plano de las preocupaciones del Estado republicano, entre otras cosas, la enseñanza, que es el escudo de la República; la organización de la justicia, el problema agrario, la legislación social y el problema fiscal y de presupuestario.
Respecto  a los problemas de enseñanza, a nosotros no nos cumple más que aplicar las leyes votadas por las Cortes, y proseguir la política iniciada hace tres años.
De esta política se habla poco; ya nadie recuerda la obra de creación que hizo el Gobierno republicano, el esfuerzo económico que impuso al país votando un empréstito de cuatrocientos millones para escuelas, la creación de muchas docenas de centros de segunda enseñanza, la política que hicimos en Bellas Artes, creando bibliotecas, creando museos y atendiendo a los grandes centros de cultura nacional. Sobre este particular todas las definiciones políticas y programáticas están hechas y no hay más que ejercer la acción gubernamental, administrativa y presupuestaria para acelerar esta labor como lo reclama el estado de incultura del país y la formación de las conciencias republicanas del provenir.
En la legislación social nos cumplirá restablecer toda la obra legislativa de la República y hacer funcionar todas las instituciones creadas por el Gobierno republicano, desdichadamente pisoteadas por la reacción imperante, empeñada en herir y lastimar la conciencia de los trabajadores, alejándoles la esperanza de que en el régimen republicano, innovador y democrático, habían de encontrar un camino pacífico de mejoramiento y de elevación de su dignidad profesional y moral y de ciudadanía (…)

La política agraria

Nosotros ponemos en primer plano la política agraria, porque estimamos que la reforma agraria es la columna vertebral del régimen republicano y de la obra política de los republicanos. A esto hemos de consagrar desde el primer día –y así se lo exigiremos al primer gobierno republicano que se forme– las medidas urgentes, renovadoras y reparadoras de todas las atrocidades que en este orden se ha hecho por la situación imperante (…)

Impuestos sobre el patrimonio

Hemos de afirmar desde ahora nuestra resolución de partido –por lo menos de partido– de implantar la tributación sobre los patrimonios, para ir a ese fin de justicia social que acabo de enunciar, y de manejar la tributación directa lo mismo que la indirecta, para acabar con los privilegios que hoy tienen sustraídas de la carga fiscal las zonas más ricas y poderosas de la sociedad española, y que no siga pesando la mayor parte del gravamen tributario sobre los pueblos que no pueden más. Esto lo hemos de hacer a través del impuesto directo y a través del impuesto indirecto, recordando que el consumo de los ricos está absolutamente exento de toda carga fiscal en virtud de las herencias de política conservadora en el orden económico que hasta ahora la Republica no ha conseguido destruir (…)

El restablecimiento de la legalidad

(…) Recuerde ahora el trabajador que durante el bienio se creía o le hacían creer que estaba desengañado de la República y mal servido por la República; recuerde ahora el trabajador cuál era entonces su suerte y cuál ha venido a ser, después de que aquella República desapareció. (Grandes aplausos.) Recuerde ahora el cultivador a quien se le hizo creer –¿qué no se hará creer a la gente inocente e ingenua?– que por culpa de la República, y más especialmente del Gobierno republicano, no podía vender su fruto; recuerde ahora el cultivador y ves si le trae más ventaja haber caído indefenso en las garras de la usura organizada desde el poder.
Recuerden ahora los que nos achacaban destrozos en la economía nacional porque favorecíamos una limitada política de elevación de salarios para mejorar la capacidad de consumo, que en último extremo redundaba en beneficio de la gran industria; recuerden ahora y digan si está mejor defendida la economía nacional o están mejor defendidos habiendo reducido a muchedumbre del pueblo español al hambre y a comer hierbas del campo, y cortezas de árboles, ¡porque así hay muchos españoles en nuestro país en el presente! Y recuerden los desleales a que situación nos ha traído a todos su deslealtad, incluso a ellos mismo, que no tendrán motivos para mostrarse hoy contentos de su conducta (…)
Toda Europa hoy es un campo de batalla entre la democracia y sus enemigos, y España no se exceptúa. Vosotros tenéis que escoger entre democracia, con todas sus menguas, con todas sus fallas, con todas sus equivocaciones o errores, o la tiranía con todos sus horrores. No hay opción. La nuestra está hecha. En España se habla frívolamente, vanidosamente, de dictadura. Nosotros la repugnamos no sólo por la doctrina, sino por experiencia y por buen sentido. ¡Y de experiencia los españoles tenemos alguna en este particular! La dictadura es una consecuencia o una manifestación política de la intolerancia; su motor es el fanatismo, y su medio de acción, la violencia física. La dictadura conduce a la guerra y allana los caminos de la revolución en contra de aquello mismo que la dictadura se propone defender; entontece a los pueblos o los enloquece. Y antes de todo en la vida, incluso antes que el régimen político, es la libertad de juicio y de independencia de espíritu, a la que nosotros no estamos dispuestos a renunciar. (Grandes aplausos.)
Pero esto no tiene nada que ver con el vigor, la disciplina, la rectitud, el avance de una democracia inteligente que sabe lo que quiere y está resuelta a realizar lo que quiere con disciplina, con decisión, con el desembarazo y la plenitud de poder dentro de la Constitución, naturalmente, que necesitará el Gobierno republicano en el porvenir. Y si no nace así el Gobierno republicano, mejor será que no nazca, y yo me guardaré muy bien de contribuir a que nazca fuera de esas condiciones, porque prefiero cuatro años de gobierno de derechas, a seis meses de flácidos tanteos de republicanismo en el poder inerme e ineficaz (Muy bien. Aplausos.)
Vosotros, masa popular republicana, nos prestáis ese aliento; nosotros ponemos la responsabilidad, yo no sé qué es lo que vale más; seguramente vuestro empuje. Es un cambio de prestaciones. La nuestra es irrevocable. ¡Ah! pero si la vuestra nos falta un día o se enflaquece o se pierde, nosotros estaremos para siempre libres de toda clase de obligaciones, porque, como decía antes, tales experiencias no se pueden repetir.
Naturalmente, tratándose de esta relación de la opinión pública y del empuje popular con los partidos y con la responsabilidad de los hombres de partido, yo reconozco que sería un poco tonto hacerse el distraído delante de las realidades actuales y hacer como que no se da uno cuenta de lo que efectivamente pasa en la opinión republicana; yo no me hago el distraído y nosotros vemos el torrente popular que se nos viene encima, y a mí no me da miedo el torrente popular ni temo que nos arrolle; la cuestión es saber dirigirlo, y para esto nunca os van a faltar hombres; pero mientras a mí me queráis escuchar, yo os declaro que mi obligación más neta y mi respuesta más leal es no permitir que esta enorme fuerza popular se extravié ni se malgaste en un sola gota; ni se pierda. Si yo viese a esta fuerza popular en trance de perderse, malgastarse o extraviarse, yo sería el primero en atravesarme en vuestro camino a decir: ¡Alto, la hora no ha llegado! Y eso sería poner a prueba vuestra confianza, porque entonces tendríamos que sufrir un poco más hasta llegar el momento propicio. El triunfo de la Republica no puede ser un triunfo capitulado ni pactado; tiene que ser un triunfo total, a banderas desplegadas, sonantes todas las trompetas de la victoria, con todos los enemigos delante; pero con ningún enemigo al costado ni a la espalda, y solamente siendo así el triunfo de la Republica podrá la República enderezar a España. (Grandes aplausos.)

Los mártires de la República

Ésta es la posición del partido, y en mi calidad estricta de propagandista de la República y de portavoz del partido mientras lo presida, la posición que yo adopto públicamente. ¿Es mucho, verdad? (Voces: “No”.) Yo sé que es mucho, lo sé mejor que vosotros; pero yo leo en el corazón popular que alienta y aúpa las grandes empresas, porque en esas grandes empresas, tal como nosotros las concebimos, el pueblo se ve amado y querido y enaltecido, como corresponde a sus directores y a sus responsables.  Yo lo sé; porque lo sé, aseguro que vale más fracasar en un empeño grande y descomunal que acertar en obras menudas; que vale más levantar a un pueblo a la altura de sus anhelos que administrarlo pacatamente, sesteando a la sombra de rutinas inveteradas y despreciables; que vale más conservarle al pueblo español la ilusión en sus futuros destinos; que es mejor no permitir que se adormezca en la miseria o se suicide por desesperación; que es mejor mostrarle que la hombría de bien no es risible; que la picardía fracasa siempre, aunque no siempre vaya a la cárcel. Y que la tolerancia y el trabajo y la honestidad pública son los verdaderos caminos políticos de la redención del país. Es la mejor lección que se puede dar a nuestro pueblo, y envidiable sería la suerte de un español que pudiera corroborarlo con su ejemplo personal ante sus compatriotas. Esta es la gran ambición que puede sentir un corazón republicano expansionándose libremente delante de cuatrocientos mil correligionarios (voces: “Más, más”) que acuden de toda España a hincar la bandera republicana en el corazón de Madrid, corazón de la República. (Clamorosa ovación.)
Y ahora, callad; ahora, poned encima de vuestro fervor la losa de un pensamiento grave; callad todos, guardad silencio todos, y que la evocación que voy a hacer no os alborote ni os haga romper en aclamaciones. ¡Callad todos y pensad en silencio en los mártires de la República, que también los tiene! ¡Pensad en silencio!... El silencio del pueblo declara su tristeza y su indignación; pero la voz del pueblo puede sonar terrible como las trompetas del juicio. ¡Que mis palabras no resbalen ligeramente sobre corazones frívolos y que penetre en el vuestro como dardos de fuego! ¡Pueblo, por España y por la República, todos a una! (Una clamorosa ovación acoge las últimas palabras.)

  Fotos: Santos Yubero

3 comentarios:

  1. Magnífica secuencia. Existe alguna dirección del texto integro? Muchas gracias.

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  3. Viendo las fotos de los asistentes se nota que la gran mayoría son burgueses y urbanitas.

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