Un nuevo mitin se proyecta en Madrid para el 20 de octubre. No hay campo de
futbol que admita al brillante orador, pero su partido logra alquilar un
terreno al sur de la capital. El acontecimiento se celebrará en una explanada
cercana a la carretera de Toledo, en Comillas. Allí se añade una gradería para 40.000 sillas.
Días antes del mitin, un desbordante entusiasmo se apodera de la capital. En tren, autobuses, camiones, furgonetas, a pie... Todos acuden a ver el mito Azaña. "Parecían abrirse las puertas de un dique, el día antes del mitin, cuando miles de personas entraron en Madrid con el ímpetu y el estruendo de un Niágara". La policía cierra los accesos a la ciudad; demasiado tarde. Cientos de miles, hasta medio millón –cifra inconcebible para la época–, van a colapsar el terreno escogido con la intención de ver a un hombre en un estrado acompañado de una pancarta tras él que reza: “Decid al país que ha nacido un Partido Republicano fuerte, caudaloso, nuevo; nuevo pero cargado de experiencia". Aguarda un nuevo discurso del orador más brillante de la historia política de España.
Azaña ganaría las elecciones formando un gabinete compuesto por ocho ministros pertenecientes a su partido y tres centristas de la Unión Repúblicana de Martínez Barrio. Un nuevo gobierno burgués dispuesto, ahora sí, a modernizar un país lastrado, anclado en el XIX, viciado en lo estructural. Toda la obra política del primer bienio está aún por retomar. Es tiempo para los catastrofistas. Violentada por monárquicos y falangistas a un lado, por el hambre en el agro y los anarquistas al otro, la República precisaba de un Estado fuerte del que carecía. Lejos de defenderlo, los damnificados con el advenimiento de la democracia prefirieron asaltarla.
Desde Mestalla y Baracaldo hemos hecho alto en esta orilla del Manzanares, que es un buen lugar para que se oiga el estrepitoso aldabonazo que la opinión republicana descarga en las puertas del poder, y un buen lugar para que hasta los más duros y los más frívolos y acérrimos de nuestros enemigos se percaten de la grandiosidad de esta manifestación. Aquí continuamos la campaña que hace meses inició el partido de Izquierda Republicana, que ha tenido los antecedentes que conocéis, y que en este acto culmina, pero no termina. Vamos a proseguirla, sin que se acelere ni se retarde por consideraciones de orden secundario, atentos sólo nosotros a lo que demande la salud del régimen republicano (…)
Este
acto, en efecto, no tiene semejanza en la historia política de nuestro país. No
la tiene por la importancia de vuestra propia presencia, no por otra cosa. Y
además, es justo que no tenga semejanza porque también la causa que nosotros
defendemos es única: la causa más popular, la más noble, la más justa, la causa
de la liberación de la Republica de los malos encantadores y malandrines que la
tiene secuestrada (Muchos aplausos).
Este
acto os promete la República, así como la prometía y casi la inauguraba en una
especie de Cortes populares, ya republicanas, el acto que celebramos en Madrid
en septiembre de año 1930, precursor de la revolución de abril de 1931.
También
entonces, congregándose el pueblo republicano, estaban guardadas las bocacalles
por camiones con ametralladoras, como hoy; pero ni siquiera entonces se llegó
al temor demostrado por el Gobierno republicano actual, que ha movilizado una
brigada de Caballería acercándola a Madrid; como si nosotros fuésemos desde
aquí a asaltar los Ministerios o a apoderarnos del poder por la violencia. (Muy
bien). También entonces, reinante el régimen monárquico, las fuerzas públicas
se prevenían contra los republicanos, reunidos en un pacífico comicio, como si
fuésemos enemigos públicos; pero entonces era la monarquía, que pocos meses
después cayó. Y aquí, amigos míos, estamos diez veces más que en el mitin del
año 1930 en la plaza de toros, y además han pasado cuatro o cinco años, se ha
disipado el confusionismo, se han aclarado las conductas, han sido conocidas
las personas… No quedamos más que los buenos. (Ovación).
Este
acto, además, es la destrucción de la leyenda de nuestra inexistencia. Vosotros
sabéis que en cuanto un hombre político no va todos los días a los pasillos del
Congreso o no se asoma a las columnas de los periódicos diciéndoles a los
reporteros políticos una sarta de estupideces de las que se avergonzaría una
castañera, este político está borrado del mapa nacional. Así resultan luego las
sorpresas que resultan. Queda destruida la leyenda de nuestra inexistencia (…)
Y la demostración es tan concluyente –y van a venir otras aún más fuertes–, que
casi no haría falta añadir palabra más. Basta el hecho mismo de vuestra
asamblea, la magnitud de este comicio, al que no ha venido más gente porque no
cabe más en este terreno; pero vosotros tenéis la delegación expresa y moral de
millones de ciudadanos de toda España. Lo mismo hubiera podido congregarse aquí
medio millón (…)
Defensa
de la Constitución
Nosotros
representamos una política estrictamente basada en la Constitución, que
nosotros declaramos hoy por hoy intangible, pese a los técnicos que
escrupulosamente la examinan con sus lentes para hallar en ella defectos
orgánicos. A mí no me importan nada los defectos orgánicos de la Constitución
de la República; lo que me importa es su valor político. Nosotros defendemos la
intangibilidad de la Constitución por ese valor, y no ciertamente porque sea
obra de nuestro partido ni de ningún partido.
Interesa
recordar que la Constitución del 31 no fue obra del Gobierno Provisional ni de
ningún partido predominante en las Constituyentes, sino obra de todos los
partidos republicanos que colaboraron en su confección y que la votaron.
Nosotros estamos haciendo la política de esa Constitución –nunca hemos hecho
otra cosa–, Constitución que proclama la libertad de conciencia, la libertad de
cultos, la separación de la Iglesia y del Estado, pero no permite que se
persiga –ni se ha perseguido a nadie– por su confesión religiosa; Constitución
reformista en el orden social, pero no socialista ni socializante, como saben
de sobra todos los republicanos conservadores que la han votado; Constitución
parlamentaria, no presidencialista, ni mucho menos presidencialista con
clandestinidad (Muy bien); Constitución que admite y se funda en el sufragio
universal, como impulso motor primero de la política, y en el Parlamento, que
es el votante regulador del movimiento político y al mismo tiempo la garantía
de publicidad, de la responsabilidad y de la autoridad de los gobiernos. Con
esta política hemos gobernado nosotros el país en las circunstancias tremendas
que pocos habrán olvidado, haciendo votar las grandes leyes orgánicas de la
República y resistiendo los ataques de todas clases de los enemigos del
régimen. Y tengo derecho a recordar que en aquella situación nosotros no
consideramos como enemigos más que a los enemigos de la República, y jamás
desde el gobierno partió conscientemente una agresión contra ningún
republicano. ¡Ah! Contra los enemigos de la Republica, sí, y fue lo grave del
caso que en las distintas agresiones desencadenadas contra el régimen dese
fuera de sus límites no siempre estas agresiones estuvieron desasistidas de
connivencias en el interior de la fortaleza. Y entonces dimos nosotros, por
respeto al nombre y a la consideración de los republicanos, por no destrozar
los prestigios, mejor o peor fundados, de la Republica, un ejemplo de
serenidad, de paciencia y, si me queréis permitir la expresión vulgar, de
cachaza, cuyo valoro pocos han sabido apreciar y casi ninguno agradecer.
Apelación a la unón republicana
(…)
pesa sobre la masa popular española la garra dolorosísima del escarmiento. Lo
que a vosotros os pasa, y a otros muchos millares y millones de españoles, es
que estáis escarmentados. ¿De qué? De vuestra propia imprudencia y aturdimiento
el año 1933. Así os lo he de decir, porque yo no he venido aquí a cantaros
coplas adulatorias: escarmentados de haber desviado la dirección política
popular española, por motivos que yo respeto y que he examinado cien veces,
pero que era clarísimo que conducían al desastre en que estamos sumergidos
desde aquel año 1933 (…) Y estáis escarmentado no sólo por posición política,
porque no se trata ya de diferencias de tesis de gobierno, de soluciones
legislativas, administrativas o políticas que chocan y se contradicen, y sobre
las que se discute con alternativas que son indispensables en un país regido en
democracia por el sufragio universal; no se trata ya de diferencias políticas.
Es que el poder público, por todos sus órganos, funciona sistemática y
deliberadamente contra los republicanos. Es que sentís en vuestros propios
cuerpos, en vuestras vidas, en vuestras libertades, el azote, el latigazo, el
palo, a veces el tiro, de los que persiguen al republicano solo por ser
republicano. Es que el nombre y condición de republicano ha venido a ser en
España, bajo la enseña republicana todavía, un pretexto para la cárcel, para el
destierro, para la paliza, para toda clase de estragos personales, en la
libertad y la familia. Esta es la realidad, sistema que arranca de los abusos
cometidos al amparo de la represión de movimiento republicano de octubre, y que
ya en plena paz todo el mundo, con órdenes del Gobierno, se practica en todo el
país, desde ponerle una pistola en la sien a un republicano y decirle: “sino no
gritas ¡muera la República! te pego un tiro”, hasta coger a unos leales
servidores del Estado republicano y castigarlos, desterrarlos y suprimirles el
suelo. ¿Por qué? Porque habían conspirado contra la monarquía del año 1929.
El
actual gobierno
Todo
el Estado español actualmente es una conjuración antirrepublicana, un sistema
organizado contra las personas de los republicanos y contra el régimen, y esto
no lo podemos tolerar más tiempo. Ante esta situación, el pueblo republicano
(…) pide humildemente que se le escuche (…) Nosotros no pedimos más que eso,
que se abran los colegios electorales en condiciones aceptables de
imparcialidad y legalidad. Nada más. Os advierto que ellos saben que al pedir
esto lo que pedimos es la República. (Muy bien).
(…)
Nosotros vamos de cara al pueblo, a la opinión pública, y es la opinión pública
la que tiene que juzgar nuestros propósitos, nuestros planes y nuestra
conducta. Nosotros no tenemos que ofrecerle a nadie ningún instrumento de
gobierno. Mientras el sufragio universal no hable, y no hable a nuestro favor,
nosotros no tenemos nada que hacer. ¡Ah! El día que hable, y que hable
suficientemente a nuestro favor, entonces no tendremos que ofrecer nada;
entonces tendremos el derecho a pedirlo todo. (Muy bien. Ovación).
Por
tanto, que se calmen un poco los impacientes de buena voluntad que cada vez que
surge una de estas crisis se preguntan dónde están las izquierdas, y qué hacen
las izquierdas, o qué hace Izquierda Republicana. Nosotros no tenemos nada que
hacer en esta crisis, como no sea dar un consejo, si nos lo piden, que se
reduce a repetir lo que pedimos en junio: elecciones. Naturalmente, con esta
conducta, que es irrevocable, nosotros no teníamos nada que hacer en la
formación y gestación de este Gobierno pequeñito que tenemos, o mejor dicho,
que nos tiene él, aunque él no esté muy seguro de tenerse a sí mismo. (Risas y
aplausos).
La
situación internacional: defensa de la Sociedad de Naciones
(…)
En esta situación, este régimen republicano sólo pide humildemente que se le
escuche y que se abran los colegios electorales en condiciones de
imparcialidad. Pero ellos saben que al pedir esto lo que pedimos es la
Republica (…)
Con este gobierno pequeñito que tenemos, o que
nos tiene él a nosotros, nada teníamos que hacer, ni siquiera tampoco en esos
dos gabinetes electorales cuyas listas se han quedado en los bolsillos de dos
ex ministros republicanos, mientras las vírgenes fatuas republicanas aguardan
con sus lámparas a que les llegue el turno.
Conocida
la resistencia a disolver el Parlamento, los grupos parlamentarios urden
soluciones, que son peligrosas para el régimen.
España
y la situación internacional
(…)
Es una bobería digna de primarios suponer o pensar que la política
internacional de un país se altera caprichosamente para responder a intereses
particulares de un partido, o que se improvisan soluciones según las simpatías
de los regímenes políticos. Estos es una simpleza. La política internacional de
cualquier país está determinada de siempre, por factores invariables, como son,
por ejemplo, la posición en el mapa, o por factores de difícil variación, como
son los intereses económicos, la ponderación de ciertas fuerzas que no se
pueden improvisar ni variar de la noche a la mañana. La política internacional
de un país se hereda de régimen a régimen, y no es menester ir a buscar
lecciones de historia, porque en nuestros propios días, en nuestra propia
experiencia, hemos visto las más violentas explosiones políticas que han
derruido de arriba abajo el organismo interior de un país hasta dejarlo
arrasado del todo, y que poco a poco va volviendo a los cauces de política
internacional que le tienen trazados el interés, la geografía y la historia.
No
se puede jugar con estas cosas (…) España desea y quiere la paz. Me parece a mí
que los españoles no estamos de acuerdo más que en una cosa: en querer la paz.
El interés general y permanente de España consiste en asegurar su paz y la de
los demás, en mantener nuestra integridad territorial y la independencia del
país. Estos son los verdaderos fines de la política internacional de España, y
para defender la paz en general, la integridad territorial y la independencia
del país, España no puede trabajar mejor en ninguna parte, para esos
propósitos, que en la Sociedad de Naciones. Es decir, no es que allí pueda
trabajar mejor; es que no puede trabajar en otra parte si no es en la Sociedad
de Naciones. (Muy bien. Ovación).
(…)
El fracaso definitivo de la Sociedad de Naciones sería una desgracia universal.
Contribuir España al fracaso de la Sociedad de Naciones (…) sería una acción
suicida. (…) En estos problemas, en los que España no está directamente
complicada, conviene no confundir el mundo con su caricatura, conviene no
empeñar el amor propio ni los sentimientos políticos, ni pisotear el respeto
que merecen los pueblos amigos, sobre todo en desgracia, ni tampoco olvidarse
de que la vida se compone de muchos días, ni cerrar a portazos los caminos del
porvenir. Por encima de los regímenes políticos esta la conciencia jurídica del
mundo que trabajosamente se forma y quiere hacerse oír, pero esta conciencia
jurídica del mundo viene de los pueblos, no de las combinaciones de los
Gobiernos, y por debajo de los regímenes políticos, nos sean o no agradables,
están los pueblos que padecen y sufren, a veces sin chistar, y absurdo seria
que los republicanos españoles llegásemos a olvidarlo. (Ovación).
(…)
Pero este Gobierno, ¿qué dice, y qué representa, y que ha consultado a los
españoles? ¿Qué pasa que no sabemos todavía cuál es la posición de España en
Ginebra? ¿Por qué no se ha preguntado a los españoles qué quieren que se haga
de su destino? (Muy Bien. Aplausos). La Convención [de Ginebra les] infunde
pánico (…)
Actitud
del Gobierno
(…)
Nada de convenciones ni de esas cosas raras que se dicen por ahí (…) Este
Parlamento es el que se ha entrometido en los demás poderes, abusando de los
propios, que es lo característico de un sistema convencional (…) ¿Cuándo se ha
visto al Gobierno y al Parlamento entrar a saco en la administración de
Justicia, como estos señores han entrado y entran todavía? (….)
No
han querido más que desquite, venganza y destrucción para los republicanos, con
violación manifiesta y negación absoluta de ese espíritu conservador de que
ellos blasonan. Yo me pregunto si en España hay conservadores en la política, a
no ser que los conservadores seamos nosotros.
(…)
Porque (…) yo partí siempre de dos supuestos: que nadie pretendería aniquilar
al bando contrario en sus intereses políticos ni en sus propias personas, y que
ha de haber en el régimen republicanos un espíritu de continuidad en relación
con los problemas fundamentales del Estado y del Gobierno, dentro del cual
nosotros nos queríamos colocar, y que estos hombres han roto en absoluto,
abriendo un abismo entre la derecha y la izquierda de la Republica española.
¿Qué más hubiéramos querido nosotros que ciertos problemas nos los hubiesen
dejado adelantados o mejorados, cuando no resueltos? Y llevado de este espíritu
de continuidad, que no puedo dejar de sentir, examino lo realizado en estos dos
años y me pregunto qué podrán los republicanos conservar de todo cuanto esta
situación ha realizado.
Azaña desgrana a continuación distintos episodios respecto a la gestión política del gobierno, entre otros, alusiones a la malversación del caudal público y al trasvase de cantidades asignadas para Educación, Agricultura, Obras Públicas y
Sanidad a partidas de Guerra y Marina.
Las condiciones del mitin provocan fallos en el equipo de sonido causando la interrupción del acto durante 20 minutos. Resuelto el problema se escucha a Azaña decir: “La enseñanza es el escudo de la República”. Previo al incidente, concluía con el apartado relativo al ministro de Hacienda:
Las condiciones del mitin provocan fallos en el equipo de sonido causando la interrupción del acto durante 20 minutos. Resuelto el problema se escucha a Azaña decir: “La enseñanza es el escudo de la República”. Previo al incidente, concluía con el apartado relativo al ministro de Hacienda:
(…) Yo no niego que el señor
Chapaprieta sea un gran hacendista. Lo será; pero es un hacendista de grupo y
de clase. ¡Ah, pero el hacendista de la República no es! (Muy bien. Aplausos).
Republicanos
sin opción
Más
que todo esto nos duele y nos subleva la situación moral del país, a la que yo
aludía antes; esta situación de inferioridad, de descrédito y de vejamen que la
condición de republicanos echa sobre nosotros. Me acuerdo que el año nueve, en
ocasión de otros sucesos políticos, decía el partido liberal en un artículo
famoso: “¿Pueden ser monárquicos los liberales?” Pero nosotros no podemos
preguntar si hemos de seguir siendo republicanos. Tenemos que preguntar: “¿Es
que los republicanos seguimos siendo tratados como españoles?” Porque se nos
trata como un país enemigo, y en estas condiciones todavía se nos habla de
conciliación y de convivencia, todavía hay gentes que físicamente o de un modo
simbólico, después de habernos asaeteado material y moralmente, tienen la
pretensión de alargarnos su mano. (Ovación).
No.
Después de lo que aquí ha ocurrido, el pueblo republicano tiene derecho a
estricta justicia. ¡Ah!, pero ¿Qué se creen? ¿Qué después de haber pretendido
aniquilarnos, después de habernos pisoteado, ultrajado, en vista de que no
acaban con nosotros se van a compadecer y decir: “Somos hermanos”? Sí, somos
hermanos; pero sin perder, y, sobre todo, sin perder la dignidad cívica y
personal.
Ya
sé yo, y estamos dispuestos a ello, que en un país de democracia y de opinión
los cambios son inevitables, y unos días son triunfadores unos y otros días son
vencidos. Eso es natural. Tampoco nos negamos nosotros, todo lo contrario, a
una situación de tolerancia y, como se dice ahora, de convivencia; pero ¿en
torno de qué? ¿Sobre miles de presos y muertos? ¿Sobre miles de injusticias y
de vejaciones y de cohechos? ¿Sobre miles de insultos y de violaciones de la
ley? Sobre la subversión de la República, ¿qué convivencia? Convivencia en
torno del régimen, de la justicia, de la Constitución y de la ley republicana
cuando ellos quieran. Fuera de eso, ¡nada! (Clamorosa ovación).
Todos
los destrozos causados por esta política, destrozos legales, orgánicos, de
significación política y de sentido moral van a agravar las dificultades con
que el día de mañana se tropezará el Gobierno republicanos. Las agravarán, como
si no fuesen bastante las que lleva consigo el empeño de rehacer la política
republicana. Por eso, la acción de los futuros Gobiernos republicanos ha de
comprender dos partes, no sucesivas –entendámoslo–, sino simultáneas, porque no
seré yo quien diga nunca: Hoy no puedo hacer esto porque estoy haciendo otra
cosa. No. Todo se puede hacer todos los días y al mismo tiempo. Basta querer
hacerlo. La acción –repito– de los futuros Gobiernos republicanos ha de
comprender dos partes: una de reparación, de sanciones y de restauración
justiciera, y otra, la parte política, de innovación, de creación y de progreso
de la República. Sí. Hay que hacer una obra de reparaciones legales, poniendo
otra vez en vigor los organismos, los cuerpos y los estatutos que las Cortes
han destruido, devolviendo a los pueblos sus representaciones locales,
provinciales y regionales.
Abrazo
a Cataluña
Y
aprovecho la ocasión aquí, en este panorama de Madrid, el mismo de Goya, cerca
de Bombilla, donde está lo más granado del casticismo madrileño y donde están
ahora las representaciones republicanas de toda España, para decir, en nombre
de todos vosotros, al pueblo catalán, distante y sojuzgado, que nosotros le
abrimos los brazos de la fraternidad hispana y republicana, y que es en
nosotros donde tiene su esperanza de pacificación, de justicia y de gloria
española, a la que ellos, como nosotros, pertenecen. (Grandes aplausos.)
Hay
que hacer esta obra de reparación, además, en todos los casos de saqueo del
interés público, manifiestamente realizados y comprobados, en cuanto haya un
arranque de valor cívico que permita la demostración de lo que todo el mundo sabe.
Y hay que individualizar –fijaos bien–, individualizar la responsabilidad y la
sanción por todos los abusos cometidos desde octubre acá, y desterrar de todas
partes el espíritu de venganza, advirtiendo al pueblo que para conseguirlo no
necesita salirse de la República ni de la ley, antes al contrario, solamente en
la República y en la ley obtendrá justicia.
Reparación
de la conciencia popular
Decíamos
que la obra de los partidos republicanos en el porvenir tendrá esas dos partes
de la reparación justa y debida a la conciencia popular y la obra política de
construcción que le ha de estar encomendada. En esta obra política muchos
problemas nos saldrán al paso; pero es lícito y debido aún más que lícito que
nosotros marquemos algunas preferencias en el orden de los problemas de
Gobierno y de reorganización de la República. Nosotros hemos insistido siempre
en poner en el primer plano de las preocupaciones del Estado republicano, entre
otras cosas, la enseñanza, que es el escudo de la República; la organización de
la justicia, el problema agrario, la legislación social y el problema fiscal y
de presupuestario.
Respecto a los problemas de enseñanza, a nosotros no
nos cumple más que aplicar las leyes votadas por las Cortes, y proseguir la
política iniciada hace tres años.
De
esta política se habla poco; ya nadie recuerda la obra de creación que hizo el
Gobierno republicano, el esfuerzo económico que impuso al país votando un
empréstito de cuatrocientos millones para escuelas, la creación de muchas
docenas de centros de segunda enseñanza, la política que hicimos en Bellas
Artes, creando bibliotecas, creando museos y atendiendo a los grandes centros
de cultura nacional. Sobre este particular todas las definiciones políticas y
programáticas están hechas y no hay más que ejercer la acción gubernamental,
administrativa y presupuestaria para acelerar esta labor como lo reclama el
estado de incultura del país y la formación de las conciencias republicanas del
provenir.
En
la legislación social nos cumplirá restablecer toda la obra legislativa de la
República y hacer funcionar todas las instituciones creadas por el Gobierno
republicano, desdichadamente pisoteadas por la reacción imperante, empeñada en
herir y lastimar la conciencia de los trabajadores, alejándoles la esperanza de
que en el régimen republicano, innovador y democrático, habían de encontrar un
camino pacífico de mejoramiento y de elevación de su dignidad profesional y
moral y de ciudadanía (…)
La
política agraria
Nosotros
ponemos en primer plano la política agraria, porque estimamos que la reforma
agraria es la columna vertebral del régimen republicano y de la obra política
de los republicanos. A esto hemos de consagrar desde el primer día –y así se lo
exigiremos al primer gobierno republicano que se forme– las medidas urgentes,
renovadoras y reparadoras de todas las atrocidades que en este orden se ha
hecho por la situación imperante (…)
Impuestos
sobre el patrimonio
Hemos
de afirmar desde ahora nuestra resolución de partido –por lo menos de partido–
de implantar la tributación sobre los patrimonios, para ir a ese fin de
justicia social que acabo de enunciar, y de manejar la tributación directa lo
mismo que la indirecta, para acabar con los privilegios que hoy tienen
sustraídas de la carga fiscal las zonas más ricas y poderosas de la sociedad
española, y que no siga pesando la mayor parte del gravamen tributario sobre
los pueblos que no pueden más. Esto lo hemos de hacer a través del impuesto
directo y a través del impuesto indirecto, recordando que el consumo de los
ricos está absolutamente exento de toda carga fiscal en virtud de las herencias
de política conservadora en el orden económico que hasta ahora la Republica no
ha conseguido destruir (…)
El
restablecimiento de la legalidad
(…)
Recuerde ahora el trabajador que durante el bienio se creía o le hacían creer
que estaba desengañado de la República y mal servido por la República; recuerde
ahora el trabajador cuál era entonces su suerte y cuál ha venido a ser, después
de que aquella República desapareció. (Grandes aplausos.) Recuerde ahora el
cultivador a quien se le hizo creer –¿qué no se hará creer a la gente inocente
e ingenua?– que por culpa de la República, y más especialmente del Gobierno
republicano, no podía vender su fruto; recuerde ahora el cultivador y ves si le
trae más ventaja haber caído indefenso en las garras de la usura organizada
desde el poder.
Recuerden
ahora los que nos achacaban destrozos en la economía nacional porque
favorecíamos una limitada política de elevación de salarios para mejorar la
capacidad de consumo, que en último extremo redundaba en beneficio de la gran
industria; recuerden ahora y digan si está mejor defendida la economía nacional
o están mejor defendidos habiendo reducido a muchedumbre del pueblo español al
hambre y a comer hierbas del campo, y cortezas de árboles, ¡porque así hay
muchos españoles en nuestro país en el presente! Y recuerden los desleales a
que situación nos ha traído a todos su deslealtad, incluso a ellos mismo, que
no tendrán motivos para mostrarse hoy contentos de su conducta (…)
Toda
Europa hoy es un campo de batalla entre la democracia y sus enemigos, y España
no se exceptúa. Vosotros tenéis que escoger entre democracia, con todas sus
menguas, con todas sus fallas, con todas sus equivocaciones o errores, o la
tiranía con todos sus horrores. No hay opción. La nuestra está hecha. En España
se habla frívolamente, vanidosamente, de dictadura. Nosotros la repugnamos no
sólo por la doctrina, sino por experiencia y por buen sentido. ¡Y de
experiencia los españoles tenemos alguna en este particular! La dictadura es
una consecuencia o una manifestación política de la intolerancia; su motor es
el fanatismo, y su medio de acción, la violencia física. La dictadura conduce a
la guerra y allana los caminos de la revolución en contra de aquello mismo que
la dictadura se propone defender; entontece a los pueblos o los enloquece. Y
antes de todo en la vida, incluso antes que el régimen político, es la libertad
de juicio y de independencia de espíritu, a la que nosotros no estamos
dispuestos a renunciar. (Grandes aplausos.)
Pero
esto no tiene nada que ver con el vigor, la disciplina, la rectitud, el avance
de una democracia inteligente que sabe lo que quiere y está resuelta a realizar
lo que quiere con disciplina, con decisión, con el desembarazo y la plenitud de
poder dentro de la Constitución, naturalmente, que necesitará el Gobierno
republicano en el porvenir. Y si no nace así el Gobierno republicano, mejor
será que no nazca, y yo me guardaré muy bien de contribuir a que nazca fuera de
esas condiciones, porque prefiero cuatro años de gobierno de derechas, a seis
meses de flácidos tanteos de republicanismo en el poder inerme e ineficaz (Muy
bien. Aplausos.)
Vosotros,
masa popular republicana, nos prestáis ese aliento; nosotros ponemos la
responsabilidad, yo no sé qué es lo que vale más; seguramente vuestro empuje.
Es un cambio de prestaciones. La nuestra es irrevocable. ¡Ah! pero si la
vuestra nos falta un día o se enflaquece o se pierde, nosotros estaremos para
siempre libres de toda clase de obligaciones, porque, como decía antes, tales
experiencias no se pueden repetir.
Naturalmente,
tratándose de esta relación de la opinión pública y del empuje popular con los
partidos y con la responsabilidad de los hombres de partido, yo reconozco que
sería un poco tonto hacerse el distraído delante de las realidades actuales y
hacer como que no se da uno cuenta de lo que efectivamente pasa en la opinión
republicana; yo no me hago el distraído y nosotros vemos el torrente popular
que se nos viene encima, y a mí no me da miedo el torrente popular ni temo que
nos arrolle; la cuestión es saber dirigirlo, y para esto nunca os van a faltar
hombres; pero mientras a mí me queráis escuchar, yo os declaro que mi
obligación más neta y mi respuesta más leal es no permitir que esta enorme
fuerza popular se extravié ni se malgaste en un sola gota; ni se pierda. Si yo
viese a esta fuerza popular en trance de perderse, malgastarse o extraviarse,
yo sería el primero en atravesarme en vuestro camino a decir: ¡Alto, la hora no
ha llegado! Y eso sería poner a prueba vuestra confianza, porque entonces
tendríamos que sufrir un poco más hasta llegar el momento propicio. El triunfo
de la Republica no puede ser un triunfo capitulado ni pactado; tiene que ser un
triunfo total, a banderas desplegadas, sonantes todas las trompetas de la
victoria, con todos los enemigos delante; pero con ningún enemigo al costado ni
a la espalda, y solamente siendo así el triunfo de la Republica podrá la
República enderezar a España. (Grandes aplausos.)
Los
mártires de la República
Ésta
es la posición del partido, y en mi calidad estricta de propagandista de la
República y de portavoz del partido mientras lo presida, la posición que yo adopto
públicamente. ¿Es mucho, verdad? (Voces: “No”.) Yo sé que es mucho, lo sé mejor
que vosotros; pero yo leo en el corazón popular que alienta y aúpa las grandes
empresas, porque en esas grandes empresas, tal como nosotros las concebimos, el
pueblo se ve amado y querido y enaltecido, como corresponde a sus directores y
a sus responsables. Yo lo sé; porque lo
sé, aseguro que vale más fracasar en un empeño grande y descomunal que acertar
en obras menudas; que vale más levantar a un pueblo a la altura de sus anhelos
que administrarlo pacatamente, sesteando a la sombra de rutinas inveteradas y
despreciables; que vale más conservarle al pueblo español la ilusión en sus
futuros destinos; que es mejor no permitir que se adormezca en la miseria o se
suicide por desesperación; que es mejor mostrarle que la hombría de bien no es
risible; que la picardía fracasa siempre, aunque no siempre vaya a la cárcel. Y
que la tolerancia y el trabajo y la honestidad pública son los verdaderos
caminos políticos de la redención del país. Es la mejor lección que se puede
dar a nuestro pueblo, y envidiable sería la suerte de un español que pudiera
corroborarlo con su ejemplo personal ante sus compatriotas. Esta es la gran
ambición que puede sentir un corazón republicano expansionándose libremente
delante de cuatrocientos mil correligionarios (voces: “Más, más”) que acuden de
toda España a hincar la bandera republicana en el corazón de Madrid, corazón de
la República. (Clamorosa ovación.)
Y
ahora, callad; ahora, poned encima de vuestro fervor la losa de un pensamiento
grave; callad todos, guardad silencio todos, y que la evocación que voy a hacer
no os alborote ni os haga romper en aclamaciones. ¡Callad todos y pensad en
silencio en los mártires de la República, que también los tiene! ¡Pensad en
silencio!... El silencio del pueblo declara su tristeza y su indignación; pero
la voz del pueblo puede sonar terrible como las trompetas del juicio. ¡Que mis
palabras no resbalen ligeramente sobre corazones frívolos y que penetre en el
vuestro como dardos de fuego! ¡Pueblo, por España y por la República, todos a
una! (Una clamorosa ovación acoge las últimas palabras.)
Fotos: Santos Yubero
Fotos: Santos Yubero
Magnífica secuencia. Existe alguna dirección del texto integro? Muchas gracias.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarViendo las fotos de los asistentes se nota que la gran mayoría son burgueses y urbanitas.
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