26 feb 2018

El discurso de Manuel Azaña en Comillas el 20 de octubre de 1935 (2/3)

  Durante la rebelión de octubre de 1934, Azaña se encuentra en Barcelona asistiendo al funeral de Jaume Carner, uno de sus ex ministros. El Debate y ABC no tardan en acusarlo de organizar la revolución desde la capital catalana. Lerroux y los monárquicos afirman tener pruebas: Azaña es un contrabandista; es él quien ha suministrado de armas a los rebeldes. El ex presidente es encarcelado en el buque prisión de la Marina, anclado en Barcelona. Sin prueba alguna, lo dejan en libertad en puertas de la Navidad. Pero el expresidente no va a desaprovechar.

  El 21 de marzo de 1935 el gran orador vuelve al Congreso y sus acusadores están obligados a escucharle. Azaña se dispone a dar respuesta parlamentaria a todos los infundios presentados contra su persona. Desde la tribuna ofrece un demoledor discurso dejando en ridículo a todos ellos. "Lleno de sátira, sarcasmo, ironía, ingenio y elocuencia" según el embajador norteamericano, Azaña carga sobre las "alucinaciones y la aprensión personal" de Gil Robles, Lerroux y compañía. El líder republicano abandona las Cortes convertido en héroe. Azaña se está convirtiendo en algo más que un líder político.

 En el plano internacional, además de la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler, Dollfus se ha hecho con el poder en Austria; también en Portugal impera un nuevo régimen autoritario. A ojos de toda Europa, España es la próxima en caer. En mayo de 1935 Lerroux forma un nuevo gobierno que cuenta, entre otros, con cinco cedistas, dos agrarios y dos radicales. El estado de alarma permanece en vigor. Gil Robles se hace con el Ministerio de Guerra y nombra subsecretario al general Fanjul; a Franco lo hace jefe del Estado Mayor, a Goded, director general de Aeronáutica y a Mola, jefe del ejército de Marruecos. 

  Con buena parte de la oposición en prisión, Azaña no se arredra y reanuda la actividad política en busca de un programa común que renueve la gran alianza moderada de centro-izquierda con los socialistas. Se trata, sencillamente, de defender la República y la democracia. Su regreso está previsto en la plaza de toros de Valencia; la tremenda expectación obliga a trasladar el mitin al campo de futbol de Mestalla. En su primer acto Azaña reúne 100.000 personas. El gran orador sigue encarnando la belleza de los ideales republicanos. Dos meses más tarde viaja al País Vasco. En Lasesarre se renueva la catarsis colectiva. 

 La figura de Azaña propicia la reflexión de las izquierdas respecto a la conveniencia de un pacto de mínimos frente a los enemigos de la República. Las reflexiones del madrileño son las de un audaz reformista; un afrancesado enemigo de las pretensiones revolucionarias, pero decidido a transformar al país; a edificar una verdadera democracia, a dejar atrás siglos de vicios estructurales y, más importante aún, a defender la República de la emergencia fascista.

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