Vicenç Navarro / Público
"La República nunca tuvo el terror como política de Estado. En cambio, el Estado fascista dictatorial sí que lo tuvo, pues era intrínseco a la naturaleza del régimen. La existencia del terror era parte esencial de aquel régimen generado por unas minorías conscientes de que tenían a la mayoría de las clases populares en contra. De ahí que el terror fuera necesario para su propia supervivencia. No así para la II República. El terror nunca fue una política del Estado republicano. Es más, intentó incluso controlar los desmanes de sectores de la población, recuperando y reconstruyendo las propiedades afectadas".
Estimulado por el buen recibimiento que tuvo en círculos progresistas del país la película Mientras dure la guerra, que se centra en la figura de Miguel de Unamuno (que había sido uno de los intelectuales más conocidos de España en los años treinta y Rector Perpetuo de la Universidad de Salamanca), fui al cine a verla. En general, en tales círculos se había valorado positivamente el mensaje que la película había transmitido. La película da una visión de cómo se preparó el golpe militar de 1936 en España, que según Miguel de Unamuno había tenido lugar para corregir los supuestos desmanes y el desorden creados por la II República, objetivo que él había compartido cuando tuvo lugar el golpe pero del cual se alejó más tarde, cuando vio que se desviaba de él, estando el generalato influenciado por el general Millán-Astray (de famosa crueldad), que se convirtió en el mayor promotor del general Franco, que por fin (y, al principio, a regañadientes) aceptó ser el Caudillo por la Gracia de Dios. Fue así como tal golpe dio inicio a una brutal represión, justificada por los golpistas (dicho en boca de Franco) porque el otro bando, el republicano, hacía lo mismo. Según la película, la creciente toma de conciencia de que los sublevados eran igual de represivos que los republicanos a los que sustituyeron es lo que llevó a Unamuno a su gran decepción y denuncia de los golpistas que anteriormente había apoyado (tras haber denunciado a la República por sus desmanes). El mensaje que se transmite en la película es, pues, que las dos Españas (representadas por dos personajes, Unamuno y un joven republicano en constante discusión como telón de fondo) eran igualmente represivas, incapaces de debatir, convencer y argumentar, ambas carentes de madurez democrática.
"La República nunca tuvo el terror como política de Estado. En cambio, el Estado fascista dictatorial sí que lo tuvo, pues era intrínseco a la naturaleza del régimen. La existencia del terror era parte esencial de aquel régimen generado por unas minorías conscientes de que tenían a la mayoría de las clases populares en contra. De ahí que el terror fuera necesario para su propia supervivencia. No así para la II República. El terror nunca fue una política del Estado republicano. Es más, intentó incluso controlar los desmanes de sectores de la población, recuperando y reconstruyendo las propiedades afectadas".
Estimulado por el buen recibimiento que tuvo en círculos progresistas del país la película Mientras dure la guerra, que se centra en la figura de Miguel de Unamuno (que había sido uno de los intelectuales más conocidos de España en los años treinta y Rector Perpetuo de la Universidad de Salamanca), fui al cine a verla. En general, en tales círculos se había valorado positivamente el mensaje que la película había transmitido. La película da una visión de cómo se preparó el golpe militar de 1936 en España, que según Miguel de Unamuno había tenido lugar para corregir los supuestos desmanes y el desorden creados por la II República, objetivo que él había compartido cuando tuvo lugar el golpe pero del cual se alejó más tarde, cuando vio que se desviaba de él, estando el generalato influenciado por el general Millán-Astray (de famosa crueldad), que se convirtió en el mayor promotor del general Franco, que por fin (y, al principio, a regañadientes) aceptó ser el Caudillo por la Gracia de Dios. Fue así como tal golpe dio inicio a una brutal represión, justificada por los golpistas (dicho en boca de Franco) porque el otro bando, el republicano, hacía lo mismo. Según la película, la creciente toma de conciencia de que los sublevados eran igual de represivos que los republicanos a los que sustituyeron es lo que llevó a Unamuno a su gran decepción y denuncia de los golpistas que anteriormente había apoyado (tras haber denunciado a la República por sus desmanes). El mensaje que se transmite en la película es, pues, que las dos Españas (representadas por dos personajes, Unamuno y un joven republicano en constante discusión como telón de fondo) eran igualmente represivas, incapaces de debatir, convencer y argumentar, ambas carentes de madurez democrática.
Admito
que, en algunos círculos y en algunas partes de España, esta película puede
verse como una película valiosa para la causa democrática, pues muestra la
crueldad de los golpistas y las barbaridades que promovieron. Para aquellas
personas que todavía crean que los golpistas militares de 1936 fueron
necesarios para salvaguardar España de las hordas republicanas (y que son
millones, como lo atestigua el éxito de Vox en varias partes del país) tal
película es anatema. Y supongo que esta es la causa de que fuera valorada
positivamente en círculos progresistas. Pero para aquellos que estamos en
desacuerdo con la existencia de dos Españas igualmente represivas, y que somos
herederos de aquellos que en su día denunciaron el apoyo de Unamuno al golpe
fascista, la película es criticable, pues no es verídica en la naturaleza del
conflicto conocido como la Guerra Civil. Y de esta deficiencia, un punto clave
es la naturaleza del terror ejercido por el Estado.
El terrorismo fue la
característica del bando vencedor, el Estado fascista
La
República nunca tuvo el terror como política de Estado. En cambio, el Estado
fascista dictatorial sí que lo tuvo, pues era intrínseco a la naturaleza del
régimen. La existencia del terror era parte esencial de aquel régimen generado
por unas minorías conscientes de que tenían a la mayoría de las clases
populares en contra. De ahí que el terror fuera necesario para su propia
supervivencia. No así para la II República. El terror nunca fue una política
del Estado republicano. Es más, intentó incluso controlar los desmanes de
sectores de la población, recuperando y reconstruyendo las propiedades
afectadas. Cuando, por ejemplo, algunos sectores del movimiento sindical obrero
(que odiaban, con razón, al clero y a las autoridades eclesiásticas de la
Iglesia católica, por su apoyo al enormemente opresivo régimen borbónico)
comenzaron a quemar y a destruir las iglesias, fue el Estado republicano y, en
Catalunya, el gobierno de la Generalitat, los que intentaron parar tales actos,
e incluso reparar los daños causados a los edificios. El Estado republicano
tuvo una política de restauración del daño a los edificios, como queda bien
documentado en la exposición Arqueología en el exilio: el museo de Arqueología
de Catalunya y la Guerra Civil española (1936-1939) que hay en dicho museo, que
acredita el enorme sacrificio que hizo dicho Estado para proteger las iglesias
y otros edificios religiosos. Asociar la República con la quema de iglesias,
como hizo recientemente la presidenta de la Comunidad de Madrid, del PP, Isabel
Díaz Ayuso, muestra el grado de ignorancia y/o manipulación de la que la
derecha es capaz para justificar la enorme represión que todavía hoy es
glorificada por parte de las derechas (y no solo por parte de Vox). Por el lado
fascista, los asesinatos políticos eran parte de una política de Estado. Como
ha señalado el mayor experto sobre el fascismo europeo, el Profesor Malefakis,
de la Columbia University, en Nueva York, por cada asesinato político que
cometió el régimen fascista italiano liderado por Benito Mussolini, el régimen
fascista liderado por el General Franco cometió 10.000. Fue uno de los
regímenes más crueles y terroristas que haya habido en Europa en el siglo XX.
Fue el régimen que dio lugar a más asesinatos políticos, asesinados cuyos
cuerpos continúan hoy en paradero desconocido, un número, el de desaparecidos
por causas políticas, que es el mayor (en términos porcentuales) en el mundo,
después de Camboya
Los
golpistas fueron explícitos en su comportamiento, promoviendo el terrorismo.
Como dijo el general Emilio Mola “Hay que sembrar el terror… hay que dejar la
sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilaciones a todos los que
no piensan como nosotros. Nada de cobardía. Si vacilamos en el ejercicio del
terror no ganamos la partida”. El terror fue el eje de lo que Paul Preston ha
llamado genocidio, con la ejecución o exilio de un millón de españoles como
parte del Holocausto Español. Fue precisamente el rechazo popular al golpe
militar lo que estableció la política de matanza en masa de civiles en cada
pueblo y ciudad ocupados. La gran mayoría de víctimas pertenecían a las clases
populares que habían rechazado el golpe. El terror sembrado por el fascismo
tenía un componente de clase muy acentuado, como también lo tuvo su machismo,
pues incluía la violación de la mujer como parte del terror. Queipo de Llano,
responsable de la ocupación de los que se llamaban a sí mismos los “nacionales”
(portadores de un uninacionalismo españolista imperialista, que odiaba una
visión plurinacional de España) en Andalucía, había alentado tal comportamiento
de castigo.
“Nuestros
valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que
significa ser hombre de verdad. Y, a la vez, a sus mujeres. Esto es totalmente
justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora
por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No
se van a librar por mucho que berreen y pataleen”
Este
general está todavía hoy enterrado, con todos los honores, en la
iglesia-catedral de Sevilla, y no solo Vox sino también el Partido Popular y
Ciudadanos se han opuesto a su exhumación. Al clasismo y sexismo se añadía un
terror racista definiendo a los que describían como “rojos” como seres de raza
inferior, que, como había indicado José Antonio Primo de Rivera, el fundador
del partido fascista, eran “bereberes (de supuestas raza y cultura inferiores)
que estaban invadiendo España para destruir la civilización cristiana”. Tal
declaración se hizo en el Día de la Raza, y este personaje continúa enterrado
en el monumento al fascismo: el Valle de los Caídos
La ignorada u ocultada II
República
La
II República fue una experiencia positiva para España. Breve, pero importante.
En realidad, de conocerse lo que realmente pasó en la II República, se rompería
la creencia ampliamente extendida en Europa (favorecida por la imagen tan
negativa que dio el régimen fascista) de que España es un país violento,
ignorándose que la II República fue conocida por sus reformas progresistas,
realizadas mucho antes que en otros países, como Francia (que se presentaba
como un país más ilustrado). Aprobó, por ejemplo, el aborto (primero, por la
Generalitat de Catalunya, y luego expandida al resto del Estado) años antes de
que se hiciera en países como Francia (que estaba gobernada por las
izquierdas). La II República fue una de las épocas más progresistas que ha
vivido España y para las clases trabajadoras y las mujeres, significó una
enorme ventana de libertades, pues la monarquía había sido siempre un sistema
de gobierno preferido por la Iglesia, que mantenía sumisas e ignorantes a las
mujeres. En los años 20 y 30 solo el 0,51% de las mujeres jóvenes cursaba
estudios superiores. La República dio el derecho a voto a las mujeres el 1 de
octubre de 1931 (el sufragio universal femenino no fue implantado en Francia
hasta 1944, o en Bélgica hasta 1948), iniciando muchas reformas que dotaron de
dignidad y oportunidades al colectivo femenino.
Y para las clases populares, la II República significó una enorme apertura,
rompiendo con las condiciones –como su falta de educación- que las mantenían en
la ignorancia. Dicha ignorancia no era una consecuencia del olvido, sino el
resultado de un proyecto de opresión de las derechas, a fin de mantener su
dependencia emotiva y psicológica de la Iglesia. En Catalunya, y en todos los
territorios de España, las reformas educativas alcanzaron, durante la II
República, sectores populares y territorios que jamás habían conocido lo que
era un maestro. Miles de maestros (incluidos mi padre, mi madre y mis tíos y
tías) fueron a partes remotas del territorio a dar clases, en lugares donde se
podía ir solo en mulas. Y dieron clases no solo a los niños, sino a los adultos.
En realidad, una de las acusaciones vertidas sobre mis padres por parte del
tribunal fascista que los juzgó, los sentenció y expulsó del magisterio fue,
entre muchas otras, el utilizar la escuela pública para dar clases a personas
adultas.
Esta
es la realidad: intentar dignificar a estos grupos que oprimieron a las clases
populares llamándolas “la otra España” (una supuesta España de partes y bandos
iguales) es ocultar que lo que estaba sucediendo era la lucha para conservar el
poder de una clase muy minoritaria en contra de la gran mayoría de la
población. Era una lucha de clases en la que las clases dominantes utilizaban
toda la represión para mantenerse en el poder. Era muy fácil ver las causas del
golpe militar, y de todo ello apenas se habla en la película.
En
realidad, miles de españoles no compartieron la admiración por la figura de
Unamuno que transmite el largometraje. Fue una figura patética, alejada de la
realidad que lo rodeaba en unos momentos claves en la historia de este país y
que jugó un papel importante en crear la cultura de la que surgió el
nacional-catolicismo, la versión española del fascismo europeo. Su toma de
conciencia de la crueldad de los golpistas y su denuncia es valiosa y hay que
aplaudirla, pero es dramáticamente insuficiente. Lo que echo también en falta
en la película es una explicación del por qué tuvo lugar el golpe militar y por
qué era previsible que ocurriera. Y echo también en falta el significado de la
denuncia que hizo Unamuno a los golpistas. El “viva la muerte y mueran los
intelectuales” no era un exabrupto de Millán-Astray. Era una presentación de la
política cultural del fascismo, habiendo sido tal general el responsable de la
oficina de Prensa y Propaganda del régimen, y el fundador de Radio Nacional de
España. Su intención era asesinar y eliminar la cultura democrática y
republicana del país, sustituyéndola de arriba abajo.
En
esta campaña, el terror fue un componente esencial, pues incluyó asesinatos,
encarcelamientos y exilio para miles y miles de maestros y académicos, con
medidas enormemente crueles encaminadas a eliminar a toda una cultura
democrática y republicana, presente en las políticas públicas de los gobiernos
progre. Solo un año después del golpe, en 1937, se había expedientado a 50.000
maestros, lo que conllevó en muchos casos asesinatos, prisión, expulsión y/o
exilio. Y al final del golpe, más del 40% del profesorado universitario se vio
afectado. La famosa quema de libros de la Gestapo en Alemania ocurrió también
en España. Yo guardo en mi casa copia de un ejemplar de El Capital, que mi
padre tenía y que pudo recuperar medio cortado y medio quemado, ejemplar que
siempre tuvo en su despacho hasta que murió, para recordar lo que significó el
fascismo.
Todas
estas realidades han quedado ignoradas u ocultadas durante la época democrática
como consecuencia de la excesiva adaptación de las izquierdas al sistema borbónico,
habiendo establecido una complicidad con las derechas para no recuperar la
historia real de este país, complicidad que ha llegado a un nivel vergonzoso
cuando el Estado no ha anulado las sentencias de los tribunales fascistas
contra las víctimas de tanto terrorismo. La democracia española tiene
limitaciones enormes que explican desde el todavía extenso subdesarrollo social
(el gasto público social per cápita continua siendo de los más bajos de la
Unión Europea de los Quince) hasta la falta de reconocimiento de la
plurinacionalidad del Estado, consecuencia de que no es una democracia heredera
de la II República, sino heredera del régimen que la interrumpió. Sin
desmerecer lo mucho conseguido, no hay plena conciencia en el establishment
político, mediático y académico español de lo mucho que queda por hacer. E
incluso hoy estamos viendo el peligro de que retrocedamos en aquello
conseguido.
Las
derechas españolas, que nunca aceptaron su responsabilidad por el enorme daño
que crearon sus antecesores a las clases populares de este país, hoy se están
radicalizando en su ya extenso derechismo, mirando incluso nostálgicamente a
aquel pasado que ha sido dulcificado, lo que ha sido posible por la complicidad
de las izquierdas gobernantes con sus tímidas y dramáticamente insuficientes
políticas de memoria histórica. Así de claro.