Los bustos

"No hay condiciones de vida a las que no pueda acostumbrarse un hombre, 
sobre todo si ve que todo el mundo las acepta"

León Tolstói

 

  No hace mucho tiempo que un hotel japonés adquiría notoriedad global al ser el primero en atender a su clientela mediante unos singulares robots-dinosaurios. La hábil artimaña empresarial lograba esquivar, qué duda cabe, cualquier presumible inquietud respecto al futuro de la robotización. Lejos de imponerse debate ético alguno, los atentos velociraptores sin asalariar pasaron a rellenar los rincones más distendidos de los medios digitales.

 No resultaría nada extraño que el último trabajo que, en nuestro tiempo, quedase preservado de la automatización fuera el de informar. Vulnerable, el sentido común soporta su distorsión siempre que ésta se instaure humanizada. Sólo así podremos seguir discrepando persuadidos de que, lo abiertamente injusto, es nuestra visión del mundo. ¿Quién no terminaría cuestionándose sus derechos y libertades si quien se las recordase a diario fuera un frío humanoide.

 La salvaguarda de nuestras anémicas democracias parece descansar en las caras que humanizan su lenguaje, tan poco inocente. Populares bustos se disputan el liderazgo de la amplia oferta informativa, si así puede denominarse. Acaso entrados en pánico, como nosotros, quién sabe si ya sólo aspiran a mantener sus cuotas de audiencia; a no ser sustituidos; a supervivir, en definitiva. Nostalgia de Orwell.