30 oct 2018

Los caballeros del Toisón de Oro (3/3)

  La manera de actuar de Alba –de Felipe, en realidad–, resultaba más que indigna, inconcebible. Vulneraba no ya todo procedimiento; también los privilegios procesales de los miembros de la Orden del Toisón de Oro; más aún, cualquier código de honor de la grandeza

El rey católico mandaba ejecutar  a  quienes habían fraguado su gran Monarquía. El 5 de junio de 1568, los viejos compañeros de fatigas del emperador, Lamoral, conde de Egmont, y Felipe de Montmorency, conde de Horn, eran decapitados en la Grand Place quedando sus cabezas expuestas al público. Montigny, que permanecía arrestado, sería estrangulado por orden del rey. También Bergues. La región más próspera del mundo está a punto de convertirse en un campo de batalla que no suscribiría la paz definitiva hasta ochenta años después.

  En su Egmont, Goethe inmortalizaría el último encuentro entre el conde y el príncipe de Orange. 

 ORANGE.- Egmont (…) tengo motivos para temer un gran cambio. El rey hace mucho tiempo que viene procediendo según ciertos principios; ve que, con ello no logra lo que quiere; ¿qué cosa más verosímil sino que intente otro camino?
 EGMONT.- No lo creo. Cuando se hace uno viejo y se han ensayado tantas cosas y nunca se encuentra manera de arreglar el mundo, por último tiene uno que acabar por decirse que ya basta.
 ORANGE.- Hay una cosa que no ha ensayado todavía.
 EGMONT.- ¿Cuál?
 ORANGE.- Tratar bien al pueblo y perder a los príncipes.
 EGMONT.- ¡Cuánto no se ha temido ya eso desde hace tanto tiempo! No hay que inquietarse.
 ORANGE.- Al principio era una inquietud, poco a poco se me convirtió en sospecha; por último, ha llegado a ser una certidumbre.
 EGMONT.- Pero ¿tiene el rey servidores más fieles que nosotros?
 ORANGE.- Le servimos a nuestra manera; y aquí, entre nosotros, podemos confesar que sabemos equilibrar muy bien los derechos del rey y los nuestros.
 EGMONT.- ¿Quién no lo hace? Somos sus súbditos y servidores en lo que le corresponde.
 ORANGE.- Pero ¿y si él quisiera atribuirse títulos mayores y llamara traición a lo que nosotros decimos mantenimiento de nuestros derechos?
 EGMONT.- Podremos defendernos. Que convoque a los caballeros del Toisón y seremos juzgados.
 ORANGE.- ¿Y si hubiera sentencia antes del proceso? ¿Castigo antes de la sentencia?
 EGMONT.- Esa es una injusticia de que jamás se hará culpable Felipe, y una locura que no les imputaré a él ni a sus consejeros.
 ORANGE.- Y ¿si fueran injustos y locos?
 EGMONT.- No, Orange; es imposible. ¿Quién osaría poner mano en nosotros?... El de prendernos sería un trabajo pérfido y estéril. No, no osan elevar tan alto el pendón de la tiranía. La ráfaga de viento que esta noticia difundiría por todo el país provocaría un espantoso incendio. Y ¿para qué iban a hacerlo? El rey solo no puede juzgar y condenar; ¿atentarían a nuestras vidas como asesinos?... No pueden pretenderlo. En un instante se uniría el pueblo en una liga formidable. Serían proclamados, con toda violencia, el odio y la separación eterna de todo lo español.

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