La
manera de actuar de Alba –de Felipe, en realidad–, resultaba más que indigna,
inconcebible. Vulneraba no ya todo procedimiento; también los privilegios
procesales de los miembros de la Orden del Toisón de Oro; más aún, cualquier
código de honor de la grandeza.
El rey católico mandaba ejecutar a quienes habían fraguado su gran Monarquía. El 5 de junio de 1568, los viejos compañeros de fatigas del emperador, Lamoral, conde de Egmont, y Felipe de Montmorency, conde de Horn, eran decapitados en la Grand Place quedando sus cabezas expuestas al público. Montigny, que permanecía arrestado, sería estrangulado por orden del rey. También Bergues. La región más próspera del mundo está a punto de convertirse en un campo de batalla que no suscribiría la paz definitiva hasta ochenta años después.
En su Egmont, Goethe inmortalizaría el último encuentro entre el conde y el príncipe de Orange.
ORANGE.-
Egmont (…) tengo motivos para temer un gran cambio. El rey hace mucho tiempo
que viene procediendo según ciertos principios; ve que, con ello no logra lo
que quiere; ¿qué cosa más verosímil sino que intente otro camino?
EGMONT.-
No lo creo. Cuando se hace uno viejo y se han ensayado tantas cosas y nunca se
encuentra manera de arreglar el mundo, por último tiene uno que acabar por
decirse que ya basta.
ORANGE.-
Hay una cosa que no ha ensayado todavía.
EGMONT.-
¿Cuál?
ORANGE.-
Tratar bien al pueblo y perder a los príncipes.
EGMONT.-
¡Cuánto no se ha temido ya eso desde hace tanto tiempo! No hay que inquietarse.
ORANGE.-
Al principio era una inquietud, poco a poco se me convirtió en sospecha; por
último, ha llegado a ser una certidumbre.
EGMONT.-
Pero ¿tiene el rey servidores más fieles que nosotros?
ORANGE.-
Le servimos a nuestra manera; y aquí, entre nosotros, podemos confesar que
sabemos equilibrar muy bien los derechos del rey y los nuestros.
EGMONT.-
¿Quién no lo hace? Somos sus súbditos y servidores en lo que le corresponde.
ORANGE.-
Pero ¿y si él quisiera atribuirse títulos mayores y llamara traición a lo que
nosotros decimos mantenimiento de nuestros derechos?
EGMONT.-
Podremos defendernos. Que convoque a los caballeros del Toisón y seremos
juzgados.
ORANGE.-
¿Y si hubiera sentencia antes del proceso? ¿Castigo antes de la sentencia?
EGMONT.-
Esa es una injusticia de que jamás se hará culpable Felipe, y una locura que no
les imputaré a él ni a sus consejeros.
ORANGE.-
Y ¿si fueran injustos y locos?
EGMONT.-
No, Orange; es imposible. ¿Quién osaría poner mano en nosotros?... El de
prendernos sería un trabajo pérfido y estéril. No, no osan elevar tan alto el
pendón de la tiranía. La ráfaga de viento que esta noticia difundiría por todo
el país provocaría un espantoso incendio. Y ¿para qué iban a hacerlo? El rey
solo no puede juzgar y condenar; ¿atentarían a nuestras vidas como asesinos?...
No pueden pretenderlo. En un instante se uniría el pueblo en una liga
formidable. Serían proclamados, con toda violencia, el odio y la separación
eterna de todo lo español.
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