15 sept 2018

Consejos de don Quijote a Sancho antes de gobernar la ínsula (II)

  –Atentísimamente le escuchaba Sancho, y procuraba conservar en la memoria sus consejos, como quien pensaba guardarlos y salir por ellos a buen parto de la preñez de su gobierno. Prosiguió, pues, don Quijote, y dijo:
 –En lo que toca a cómo has de gobernar tu persona y casa, Sancho, lo primero que te encargo es que seas limpio, y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer, como algunos hacen, a quien su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos, como si esa excrecencia y añadidura que se dejan de cortar fuese uña, siendo antes garras de cernícalo lagartijero: puerco y extraordinario abuso.


 –No andes, Sancho, desceñido y flojo, que el vestido descompuesto da indicios de ánimo descuidado, si acaso la descompostura y flojedad no se tiene por socarronería, como se juzgó en la de Julio César.
 –Toma con discreción el pulso a lo que pudiere valer tu oficio, y si te permite vestir con librea a tus criados, dásela honesta y provechosa más que vistosa y bizarra, y repártelas entre tus criados y los pobres: quiero decir que si has de vestir seis pajes, viste tres y otros tres pobres, y así tendrás pajes para el cielo y para el suelo; y este nuevo modo de dar libreas no la alcanzan los vanagloriosos.
 –No comas ajos ni cebollas, para que no saquen por el olor tu villanería. Anda despacio; habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala. Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que demasiado vino ni guarda secreto ni cumple palabra. Ten cuenta, Sancho, no mascar a dos carrillos, ni eructar delante de nadie.
 –También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles; que siendo los refranes sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias.
 –Eso Dios –replicó Sancholo puede remediar porque sé más refranes que un libro, y se me vienen tantos juntos a la boca cuando hablo, que riñen por salir unos con otros, y la lengua va arrojando los primeros que encuentra, aunque no vengan a pelo. Pero yo tendré cuidado de aquí adelante de decir los que convengan a la seriedad de mi cargo, que en casa llena presto se guisa la cena, y quien destaja no baraja, y a buen recaudo está el que repica, y el dar y el tener, seso ha menester.
 –¡Eso sí, Sancho! ¡Encaja, ensarta, enhila refranes, que no hay quien te pare! ¡Ríñeme mi madre, por un oído me entra y por otro me sale! Te estoy diciendo que evites los refranes, y en un instante has echado aquí una letanía de ellos, que así cuadran con lo que vamos tratando como por los cerros de Úbeda. Mira, Sancho, no te digo yo que parece mal un refrán traído a propósito, pero cargar y ensartar refranes a troche moche hace la plática desmayada y baja.
 “Cuando montes a caballo, no vayas echando el cuerpo sobre el arzón postrero, ni lleves las piernas tiesas y estiradas y desviadas de la barriga del caballo, ni tampoco vayas tan flojo que parezca que vas sobre el rucio: que el andar a caballo a unos hace caballeros; a otros, caballerizos.
 “Sea moderado tu sueño, que el que no madruga con el sol, no goza del día; y advierte, Sancho, que la diligencia es madre de la buena ventura, y la pereza, su contraria, jamás llegó al término que pide un buen deseo.
 “Tu vestido será calza entera, ropilla larga, herreruelo un poco más largo; greguescos, ni por pienso, que no les están bien ni a los caballeros ni a los gobernadores.
 “Este último consejo que ahora darte quiero, aunque no sirva para adorno del cuerpo, quiero que le lleves muy en la memoria, que creo que no te será de menos provecho que los que te he dado hasta aquí: y es que jamás te pongas a disputar de linajes, al menos, comparándolos entre sí, pues en los que se comparan uno ha de ser por fuerza el mejor, y del que abatas serás aborrecido, y del que levantes en ninguna manera premiado.
 Por ahora, esto se me ha ofrecido, Sancho, que aconsejarte: andará el tiempo, y, según las ocasiones, así serán mis instrucciones, si tienes a bien darme noticia del estado en que te hallares.
 –Señor, bien veo que todo cuanto vuestra merced me ha dicho son cosas buenas, santas y provechosas, pero ¿de qué han de servir, si de ninguna me acuerdo? Aunque es verdad que aquello de no dejarme crecer las uñas y de casarme otra vez, si se tercia, no se me irá del magín, pero de esos otros badulaques y enredos y revoltillos, no me acuerdo ni me acordaré más de ellos que de las nubes de antaño, y así, será menester que se me den por escrito, que aunque no sé leer ni escribir, yo se los daré a mi confesor para que me los encaje y recuerde cuando sea menester.

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  • Miguel de Cervantes / Don Quijote de la Mancha, II, 43. (Castellano actual / Javier Trapiello)

1 comentario:

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    En lo que toca a cómo has de gobernar tu persona y casa, Sancho, lo primero que te encargo es que seas limpio, y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer, como algunos hacen, a quien su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos, como si esa excrecencia y añadidura que se dejan de cortar fuese uña, siendo antes garras de cernícalo lagartijero: puerco y extraordinario abuso.

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