17 sept 2018

¡Ay, Dalai!

  Entrada la segunda mitad del siglo XX, los Estados Unidos se esmeraban en reorganizar la guerrilla tibetana como factor desestabilizador frente a la emergente China revolucionaria, inminente nueva potencia mundial. En el tradicionalista Tibet, un joven Tenzion Gyatso estaba llamado a convertirse en el Lama más popular de la historia mientras sus dos hermanos mayores, Takster Rimpoché y Gyalo Thondup, agentes de la CIA, se encargaban de tareas menos transparentes.

 Cumpliendo la máxima gramsciana, a lo geoestratégico se añadió una vigorosa estela sociológico-cultural. La fiebre budista se ajustaba como un guante a la individualista cultura norteamericana llegando a alcanzar, hace dos o tres décadas, a todo tipo de celebrities. So cool. Sin embargo, el último gran coletazo mediático-global de los himalayos frente a Beijing data de la antesala de aquellos fastuosos JJ.OO de 2008, hace ya una década. Diríase que la justa causa tibetana fue desapareciendo de la agenda política y los mass media a medida que se agigantaba la hegemonía global de China en lo comercial. Ya nos lo advirt el ínclito asesor: "¡Es la economía, estúpido!"

 En busca del Nirvana

  Si hemos de condensar en breves líneas el budismo, cabría decir que uno de sus principales fundamentos descansa en su carácter íntimo o ego-ista. Mientras las religiones de El Libro pretenden el ordenamiento de los pueblos a los que se dirigen, el budismo que no es una religión es, esencialmente, individualista.

 "El esclarecimiento es lo que hace Buda a Gautama" escriben Denise y John Carmody. "Toda la vida es sufrimiento. La causa del sufrimiento es el deseo. Eliminando el deseo se elimina el sufrimiento". En busca del nirvana, el Yo individual busca desprenderse de dicho lastre existencial. Una liberación del karma que puede practicarse en la más absoluta indigencia o en el salón de casa, recién duchado, con música new age de fondo y un stick de incienso.

  Frente a comprometedores o incómodos mandatos sociales –más allá de su posterior incoherencia o hipocresía en sus fundamentos prácticos como la caridad, la hospitalidad o el amor al prójimo, indicados en distintos preceptos del judaísmo, cristianismo o islam, el karma budista refiere a una relación causa/efecto estrictamente espiritual. Lo que hacemos determina nuestra condición y, por consiguiente, el mañana. Lo que somos es el resultado de nuestro ayer existencial: si un niño es esclavizado o una niña prostituida desde su infancia es porque desarrollaron un mal karma en otra vida. Así, el budismo no siente pasión alguna por transformar la sociedad ni desarrolla argumentos en este sentido. 

 Un maestro sin aflicción

 De gira estos días por Holanda, resulta que el mediático Lama viene de admitir poco nos sorprende por estos católicos lares que era conocedor desde los años noventa de los abusos sexuales de maestros budistas sobre las víctimas holandesas y belgas que han tenido ahora ocasión de tratarlo. "Ya sabía todas esas cosas"; "no son nuevas" espeta sin afligirse el togado bermellón. "No nos ha querido ni pedir perdón" añade una de las víctimas. Y es que el Dalai discurre por la vida no sintiendo, no padeciendo, desechando todo karma nocivo a su alrededor. ¿Cómo podría mostrar alguna empatía el sumo maestro de la abstracción sensible? Al esclarecido Gyatso le basta con posar jovial. It's all about the smile!

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