–En
primer lugar, hijo, has de temer a Dios, porque en el temerlo está la sabiduría, y
siendo sabio no podrás errar en nada.
Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que pueda imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte (…) que los que no son nobles de origen deben acompañar la seriedad del cargo que ejercitan con una blanda suavidad que, guiada por la prudencia, los libre de la murmuración maliciosa, de la que no hay estamento que se escape.
Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que pueda imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte (…) que los que no son nobles de origen deben acompañar la seriedad del cargo que ejercitan con una blanda suavidad que, guiada por la prudencia, los libre de la murmuración maliciosa, de la que no hay estamento que se escape.
–Haz
gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te apure decir que vienes de
labradores, porque viendo que no te avergüenzas, nadie se pondrá a
avergonzarte, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio (…) Mira,
Sancho, si crees que en el medio está la virtud y te precias de hacer hechos
virtuosos, no hay por qué tener envidia a los que tienen por padres y abuelos a
príncipes y a señores, porque la sangre se hereda, y la virtud se conquista, y
la virtud vale por sí sola lo que no vale la sangre (…)
–Nunca
te guíes por la ley del encaje o el favoritismo, que suele ser muy apreciada
por los ignorantes que presumen de agudos. Hallen en ti más compasión las
lágrimas del pobre, pero no más justicia que las alegaciones del rico. Procura
descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico tanto como por
entre los sollozos e inoportunidades del pobre.
–Cuando
pueda y deba tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al
delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si
acaso doblas la vara de la justicia, no sea con el peso del soborno, sino con
el de la misericordia. Si alguna vez llegas a juzgar el pleito de algún enemigo
tuyo, aparta la mente de la ofensa recibida y ponla en la verdad del caso.
–No
te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que cometieses en
ella la mayoría de las veces no tendrán remedio, y si lo tienen, será a costa
de tu crédito, y aún de tu hacienda.
–Al que has de castigar con obras no lo trates mal con palabras, pues le basta
al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones. Al
culpado que caiga bajo tu jurisdicción considérale hombre digno de
misericordia, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en
todo cuanto esté de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstrate piadoso
y clemente, porque aunque los atributos de Dios son todos iguales, más
resplandece y campea a nuestro modo de ver el de la misericordia que el de la
justicia.
–Esto
que hasta aquí te he dicho son instrucciones que han de adornar tu alma;
escucha ahora las que han de servir para adornar tu cuerpo"
- Miguel de Cervantes / Don Quijote de la Mancha, II, 42. (Castellano actual / Javier Trapiello)
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