María Sánchez Díez / eldiario.es
Joseph Stiglitz (Gary, Indiana, 1943) abandonó su carrera en física para dedicarse a la economía. Su tesis ya trataba sobre la desigualdad y, tras toda una carrera dedicada a la economía (un Nobel incluido en 2001), la brecha entre pobres y ricos todavía no parece ofrecerle tregua. Fue consejero de Bill Clinton durante su presidencia y economista jefe del Banco Mundial hasta el año 2000. Tras años predicando contra los excesos del Fondo Monetario Internacional y la desregularización del sector financiero, como una Casandra de la ciencia económica en un mundo dominado por las tesis neoliberales, la crisis financiera le dio buena parte de razón. Desde su despacho en la Universidad de Columbia, recibe a eldiario.es para hablar de los nuevos movimientos de oposición a la globalización, la regularización de Silicon Valley, el futuro del euro, la irrupción de Trump, la lucha contra el cambio climático y un sector financiero al que, según advierte, debemos seguir vigilando de cerca.
Hace 15 años escribió ‘El malestar de la globalización ’. Hoy estamos presenciando nuevas olas de descontento: desde el Brexit hasta la victoria de Donald Trump pasando por el auge de los populismos nacionalistas en Europa. ¿Se ha convertido el statu quo económico en una fuente de resultados políticos inesperados cada vez más frecuentes?
La razón por la que los problemas del malestar con la globalización se han extendido del Sur hacia al Norte es que los acuerdos comerciales se realizaron realmente en función de los intereses corporativos, así que acabas teniendo perdedores tanto en el Norte como en el Sur. ¿Y quiénes fueron los ganadores? Las corporaciones. Ganaron porque bajaron los sueldos en el Norte y consiguieron sueldos más baratos en el Sur. Lograron todas las ganancias y, al debilitar el poder negociador de los trabajadores, les robaron dinero, ya sea en el Norte o en el Sur.
Joseph Stiglitz (Gary, Indiana, 1943) abandonó su carrera en física para dedicarse a la economía. Su tesis ya trataba sobre la desigualdad y, tras toda una carrera dedicada a la economía (un Nobel incluido en 2001), la brecha entre pobres y ricos todavía no parece ofrecerle tregua. Fue consejero de Bill Clinton durante su presidencia y economista jefe del Banco Mundial hasta el año 2000. Tras años predicando contra los excesos del Fondo Monetario Internacional y la desregularización del sector financiero, como una Casandra de la ciencia económica en un mundo dominado por las tesis neoliberales, la crisis financiera le dio buena parte de razón. Desde su despacho en la Universidad de Columbia, recibe a eldiario.es para hablar de los nuevos movimientos de oposición a la globalización, la regularización de Silicon Valley, el futuro del euro, la irrupción de Trump, la lucha contra el cambio climático y un sector financiero al que, según advierte, debemos seguir vigilando de cerca.
Hace 15 años escribió ‘El malestar de la globalización ’. Hoy estamos presenciando nuevas olas de descontento: desde el Brexit hasta la victoria de Donald Trump pasando por el auge de los populismos nacionalistas en Europa. ¿Se ha convertido el statu quo económico en una fuente de resultados políticos inesperados cada vez más frecuentes?
La razón por la que los problemas del malestar con la globalización se han extendido del Sur hacia al Norte es que los acuerdos comerciales se realizaron realmente en función de los intereses corporativos, así que acabas teniendo perdedores tanto en el Norte como en el Sur. ¿Y quiénes fueron los ganadores? Las corporaciones. Ganaron porque bajaron los sueldos en el Norte y consiguieron sueldos más baratos en el Sur. Lograron todas las ganancias y, al debilitar el poder negociador de los trabajadores, les robaron dinero, ya sea en el Norte o en el Sur.
¿Cómo espera que sus críticas
a la globalización evolucionen en el futuro? ¿Cuáles serán las nuevas fuentes
del malestar?
Ya está incluso afectando a algunas
corporaciones, porque algunas ganan y otras pierden. Pero en este caso tengo
menos simpatía. Mi nuevo libro, que va a salir ahora, se llama ‘El malestar de
la globalización revisitado, con el subtítulo: Antiglobalización en la era de Trump’,
se centra en cómo estamos viendo los viejos descontentos en los países en
desarrollo más los nuevos descontentos en los países desarrollados.
¿Me puede adelantar algo?
Básicamente, el rompecabezas
es: ¿cómo es posible que la globalización sea mala para los países en vías de
desarrollo y mala también para los países desarrollados? Y la respuesta es:
porque la definieron las corporaciones para ellas mismas. Trump dice que los
acuerdos comerciales como Nafta son los peores de todos los tiempos y que
desfavorecen a Estados Unidos. ¿Cómo pueden perjudicar a Estados Unidos y
también a los países en vías de desarrollo? Y: ¿Es posible que perjudiquen a
Estados Unidos cuando fue Estados Unidos quien los dictó? Mi respuesta es no,
no es posible. Conseguimos lo que queríamos, pero era lo que las corporaciones
querían, no lo que los trabajadores estadounidenses querían. Y Trump no lo
arreglará porque representa a la plutocracia, a las corporaciones ricas. No
está interesado en los trabajadores excepto para obtener votos. Si estuviera
interesado en su bienestar, no habría propuesto un programa de seguro de salud
que dejaría a 20 millones de personas sin seguro médico. No estaría proponiendo
una reforma tributaria que daría todo el dinero a los más ricos. No está
interesado en los trabajadores, excepto en la medida en que puede persuadirlos
para que voten por él y darle más dinero.
Los movimientos de
oposición son de naturaleza ideológica
muy diversa, pero algunas voces los consideran el mismo tipo de respuesta
contra las élites. ¿Es correcto equiparar a Podemos con Trump?
Son totalmente diferentes. El
problema es que Trump está explotando este malestar. Y creo que Podemos tiene
un entendimiento bastante sofisticado de por qué las cosas han salido mal y un
compromiso para tratar de mejorarlas, a diferencia de lo que a menudo se llama
el populismo de derechas, que utiliza el descontento para crear regímenes
autoritarios o para enriquecerse. Está muy claro que Trump realmente no está
preocupado por los estadounidenses comunes. Lo que ha hecho bien es
persuadirlos de que se preocupa por ellos, de una forma deshonesta. Pero fue a
esos lugares tan pobres, Kentucky y demás, a los que Hillary ni siquiera fue, y
dijo: ‘Me preocupo por vosotros’. Pero era todo una farsa, porque ahora va y
dice: ‘Voy a quitaros el seguro sanitario y voy a hacer que estéis peor’. Así
que la pregunta ahora es: ¿se despertarán los estadounidenses o responderán al
mensaje emocional, incluso cuando [Trump] les está robando? Y muchos demócratas
están empezando a preocuparse porque, por malo que sea para esta gente, lo
quieren (risas). Puede mentir, y no les molesta. ¿Qué hará falta para que sus
partidarios se convenzan de que se han enamorado de alguien que no es la
persona que creen que es?
Ha criticado que los acuerdos
comerciales internacionales se firmen con estándares democráticos tan bajos y con tan poca
transparencia. ¿Cuál sería una mejor manera de articularlos en el futuro?
Una mejor manera de llegar a
acuerdos es obviamente que haya una mayor participación en la toma de
decisiones: que trabajadores, ecologistas y otras personas con intereses en la
sociedad participen en la negociación, en fijar los términos de referencia. Las
disputas inversionista-Estado [cláusulas que permiten a compañías privadas pedir
compensaciones si un país regula en contra de sus intereses] ilustran esto. Hay
que tener principios claros y decir: 'mira, no tienes derecho a demandar por
una regulación, eso depende del país. Solo puedes demandar por discriminación’.
¿Cómo podemos asegurar un
futuro en el que los intereses económicos privados no pongan en compromiso la
democracia?
Creo que la plena
liberalización del mercado de capitales es particularmente peligrosa,
especialmente para los países en vías de desarrollo, porque el capital entrando
y saliendo a corto plazo es lo que más compromete a la democracia. En el caso
de un país como Brasil, cuando a Wall Street no le gusta un candidato sacan su
dinero, el tipo de cambio baja, la gente entra en pánico... puede tener un
efecto muy grande en el papel de los mercados financieros en la política. Para
mí eso es al menos una pieza importante. En Estados Unidos el principal tema
son las contribuciones a las campañas. El dinero está influyendo muy directamente
en nuestra política.
¿Cuánto puede crecer la brecha
entre los pobres y los ricos sin que haya conflictos sociales?
Tenemos la sensación de que
cuando hay más desigualdad, puede haber más conflicto, pero también sabemos que
las cosas son más complicadas. Hay personas que dicen que, de hecho, el
conflicto no se produce cuando las cosas están mal de verdad, sino cuando están
mejorando, pero no mejoran lo suficientemente deprisa; cuando se le da a la
gente la sensación de que las cosas podrían ir mejor, sus aspiraciones cambian,
pero se decepcionan. Eso puede dar lugar a problemas. Muchos de estos estudios
se hicieron en el pasado y hoy es muy diferente. La gente puede ver lo que está
pasando en el resto del mundo mucho más fácilmente y su sentido de lo que es
posible es diferente. Ahora todo el mundo ve y se pregunta: ‘¿por qué están
viviendo mejor que yo?’
El mensaje que estamos
recibiendo en Europa o en España es que la economía se ha recuperado, aunque
las mejoras pueden ser imperceptibles en el día a día de las personas normales.
¿Cómo podrá defenderse la ciudadanía de un gobierno que le dice que está bien
cuando en realidad no lo está?
Creo que es muy peligroso que
los políticos digan cosas que son inconsistentes con la percepción de la gente,
porque eso conduce a la desconfianza en el gobierno y en las élites. Obama dijo
que nos habíamos recuperado en 2009, en 2010, en 2011, cuando el 91% de todas
las ganancias fueron al 1% [más rico] y el 99% no se recuperó. El efecto que
eso tuvo fue un aumento de la desconfianza en el gobierno. Y contribuyó, creo
yo, al triunfo de Trump. Dio la sensación de que el gobierno estaba mintiendo,
porque la gente sabía que no estaba mejor y aún así se estaba diciendo que la
recesión había terminado. Es extraordinariamente peligroso que los líderes
políticos tergiversen lo que está sucediendo en las vidas de individuos
ordinarios. En el caso de lo que está sucediendo en España y en Europa la
pregunta es: ¿Estás en el punto en el que estabas? Y la respuesta es no. Cuando
el desempleo de los jóvenes es del 40%, claramente hay grandes grupos de la
población que no lo están pasando bien. Cuando la gente está peor de lo que
estaba hace diez años, decirle que están recuperados es un disparate.
La tecnología, la
robotización, biotecnología... todos estos campos contienen una promesa de
desarrollo económico y progreso democrático.
¿Cómo se distribuirá esta nueva riqueza en el futuro?
Siempre existe este tema de
cómo distribuir los beneficios de la globalización, de los avances
tecnológicos. El principio general dice que, si la sociedad es más rica, todo
el mundo podría estar mejor. Pero depende de la naturaleza del cambio
tecnológico. Si es lo que llamamos innovación de ahorro de trabajo, entonces se
reduce la demanda de mano de obra y los trabajadores pueden estar peor. Creo
que es imperativo en este contexto que tengamos políticas gubernamentales
activas involucradas en la redistribución y que nos aseguremos de que, a medida
que nos hacemos más ricos, los beneficios se comparten, al menos en parte,
entre todos los grupos de la sociedad.
Mientras hablamos, hay
industrias que se están transformando de forma irreversible en Silicon Valley.
¿Estamos prestando suficiente atención a este nuevo centro de poder?
Mucho de lo que está pasando
tiene que ver con cambios en industria de la publicidad o en una nueva
industria de redes sociales. ¿Es tan importante? Es interesante, pero eso no es
tan fundamental como otros aspectos de cómo vivimos. Hay que tener cuidado de no
comprarle el bombo publicitario a Silicon Valley. Han exagerado su disrupción.
Han transformado los taxis, pero parte de lo que están haciendo es arbitraje
regulatorio [práctica mediante la cual las empresas capitalizan las lagunas
legales para eludir regulación desfavorable]. Airbnb ha transformado el mercado
de los hoteles, pero probablemente es porque evita pagar impuestos. Si lo
regulamos adecuadamente, con impuestos, no creo que vaya a ser tan rompedor.
Las ventajas de Airbnb serían más pequeñas una vez pagaran impuestos y
estuvieran regulados. La gente probablemente preferiría ir a un hotel regular
que a un Airbnb, aunque todavía sería una industria activa. Esas son dos
industrias relativamente pequeñas hasta ahora. A largo plazo habrá grandes
problemas con la inteligencia artificial y cómo la manejamos. Se trata de un
problema mayor que se remonta a la cuestión de las innovaciones de ahorro de
mano de obra, que reducen la demanda y, por lo tanto, bajan los salarios. Si
nuestra economía es más rica, podemos imponer impuestos que hagan que estemos
todos mejor. Estos son temas más políticos que económicos. La pregunta es:
¿cómo podemos asegurarnos de que los frutos de estos avances se compartan
equitativamente?
En la lógica de Trump, la
lucha contra el cambio climático es incompatible con un buen desempeño
económico. ¿Cuál es el argumento
económico para reducir las emisiones de carbono?
Trump no sabe nada de
economía, siempre ha hecho dinero con prácticas comerciales turbias, es el
prototipo de la búsqueda de renta, de una persona que gana dinero
aprovechándose de otras. No es un creador de riqueza, es un destructor de
riqueza. No tiene autoridad para hablar de nada. Abordar el cambio climático
crearía una economía más fuerte. Por ejemplo, Trump habla de la industria del
carbón, pero se están creando más trabajos en los paneles solares que en el
carbón. De hecho, hay más instaladores de paneles solares que mineros de
carbón. Trump vive en el pasado. No sé si no piensa muy profundamente, si mira
las estadísticas, si realmente ha pensado en ello, pero realmente creo que
podemos tener una economía más fuerte tratando más efectivamente con el cambio
climático.
Los flujos de inmigración
podrían ser la solución a las amenazas demográficas que enfrentan los países
occidentales: tasas bajas de fecundidad, envejecimiento de la población,
preferencias en el empleo. ¿Cómo podría esta narrativa ganar fuerza en el
momento antiinmigrante de Trump en EEUU y el de los refugiados en la UE?
En Occidente y el Norte
tenemos que ver como nuestra responsabilidad parte de la migración. Hemos sido
el principal contribuyente al calentamiento global y el calentamiento global
está contribuyendo a la desertificación en el Sahel y creando una gran cantidad
de refugiados económicos que, combinado con nuestros subsidios al algodón,
están deprimiendo el nivel de su vida y dañándolos. Hemos tenido un efecto muy
negativo en muchas poblaciones, así que tenemos la responsabilidad moral de
ayudarles a resolver el problema que contribuimos a crear. Desde la perspectiva
estadounidense, somos una sociedad que fue creada por los inmigrantes. Me
parece intolerable decir que los inmigrantes son un problema, estamos donde
estamos por los inmigrantes. La retórica anti-inmigrante es muy peculiar, porque
Trump no estaría aquí si su familia no hubiera emigrado. Las únicas personas
que tienen legitimidad para quejarse son los indios americanos a quienes los
inmigrantes dañaron, y a quienes se les robó su tierra. Pero eso no es de lo
que Trump está hablando.
¿Qué medidas cree que podrían
ser lo suficientemente disuasivas para evitar que los bancos y el sector
financiero vuelvan a causar el daño que ya hemos vivido?
Primero, debemos saber que no
podemos confiar en ellos, que engañarán, que se aprovecharán de la gente. La
idea de que pueden autorregularse es absurda, es un oxímoron. Tiene que haber
regulaciones. Y tenemos que supervisarlos con mucho cuidado. Segundo, no es lo
mismo responsabilizar a los individuos que a las corporaciones. Los bancos
tuvieron que pagar decenas de miles de millones de dólares, pero los directores
ejecutivos se marcharon con su dinero en efectivo. Y no son las corporaciones
las que hacen las cosas, son los individuos. Nuestro nivel de rendición de
cuentas se ha reducido. Tercero, [los CEOs] necesitan ser responsables
financieramente. Si te portas mal, tus bonificaciones se recortan y tu salario
debe ser provisional. Si te portas mal, pagas. Esto podría implicar más que
responsabilidad financiera, prisión también. Son crímenes de cuello blanco:
estaban robando dinero a otras personas de una forma u otra y no hemos hecho lo
suficiente. Llegamos muy lejos en la eliminación de la responsabilidad
individual y tenemos que traerla de vuelta.
El neoliberalismo o el
"fundamentalismo del libre mercado", como usted le ha llamado, ha
dominado las instituciones económicas internacionales desde hace décadas, pero
ha fallado a los ciudadanos y ha costado a la sociedad mucho dolor. Como
ideología económica, sin embargo, sigue siendo dominante. ¿Por qué y hasta
cuándo?
Es una ideología que sirve a
ciertos intereses que son muy influyentes. Tienes a personas de la comunidad
financiera articulando una visión de la economía, tal y como la ven. Una parte
de ella es ignorante, otra es interesada y otra está cegada por un problema de
percepción: a ellos les va bien con el neoliberalismo y, por lo tanto, a todo
el mundo le va bien. Creo que están empezando a entender que no es tan genial.
Estoy esperanzado de que muchas personas del 1% están genuinamente preocupadas,
están diciendo: ‘El sistema está roto, y tenemos que arreglarlo’. Mi verdadera
preocupación es cómo la gente llega a entender qué no está funcionando bien.
Está la historia de Trump, incipiente, una especie de populismo neoliberal:
plutócratas tratando de aprovechar los fracasos para poder hacer aún más
dinero. Cuentan una historia sobre los extranjeros, sobre haber sido robados...
y ha engañado a un gran número de estadounidenses. Y lo mismo en Europa: Le Pen
en Francia o muchas personas en España que creen que la austeridad ha
funcionado y que la economía se está recuperando. Pero tengo que ser optimista:
la democracia funcionará, la mayoría de la gente entenderá que este tipo de
populismo trumpista no funciona, que la
austeridad no está funcionando y tendrán una mente más abierta hacia políticas
que puedan funcionar.
¿También en la Eurozona?
En el caso de Europa hay un
aspecto que lo dificulta y es que las manos de los países europeos que son
parte del euro están atadas por él. Y el resultado es que te encuentras a los
partidos de centroizquierda proeuropeos defendiendo el euro. Pero domina
Alemania y su austeridad. Esto ha debilitado al centroizquierda, que sería la
fuente de crítica natural a este tipo de populismo neoliberal. Es un gran
problema para Europa.
Usted ha defendido que la
salida del euro podría tener sentido para algunos países, a modo de “divorcio
amigable”.
Podrían irse, pero creo que
sería mejor si consiguieran que Europa se reformara. Por ahora, Alemania ha
demostrado una reticencia notable a hacer reformas, pero tal vez diga: ‘Si
seguimos esta dirección, vamos a desmoronarnos, vamos a estancarnos, vamos a
tener movimientos populistas trumpistas, es demasiado peligroso para el
futuro’. Se trata de un juicio político sobre si Alemania podrá ser persuadida
por el peligro real de la prolongación de su política.
¿Por qué estamos tan apegados
al Euro?
Entiendo el caso de Grecia y
también el de España. Son países que estaban en la periferia, que tuvieron
gobiernos fascistas, así que quieren estar atados al proyecto europeo y han
malinterpretado el euro: en vez de verlo como un medio para un fin, lo han
visto como un fin en sí mismo. Yo diría: puede que sea necesario dejar el euro
para salvar Europa. Han confundido estos trozos de papel con la identidad
europea. Y no termino de entender por qué.
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