"...De inmediato [Atenea] se dirige a la morada mugrienta de negro pus de la Envidia; está su casa oculta en el hondón de un valle, privada de sol, inaccesible a los vientos, lúgubre y toda invadida por un frío que entumece, y, aunque falta siempre de fuego, está sobrada siempre de bruma. Cuando allá llegó la temible y varonil doncella de la guerra, se detuvo ante la casa -pues no le está permitido entrar bajo aquel techo- y con el cuento de su lanza golpea la puerta.
Al golpe abrierónse las dos hojas; dentro ve, devorando carnes de vibora, alimento de su inquina, a la Envidia, y al verla aparta la diosa sus ojos. Aquella se levanta muy despacio del suelo, dejando los restos de las serpientes a medio roer, y se aproxima con paso lento; y cuando vio a la diosa radiante por su hermosura y sus armas, lanzó un gemido, torció el gesto y exhaló suspiros. La palidez se asienta en su rostro, en todo su cuerpo la demacración, la mirada nunca recta, sus dientes amarillentos por el sarro, su pecho verde de hiel, su lengua empapada en veneno. No hay sonrisa, salvo la que provoca la contemplación del dolor ajeno, ni goza del sueño, despierta siempre por desvelados afanes, sino que ve con desagrado, y mientras lo ve se consume, los exitos de los hombres, y devora y a la vez se devora a sí misma, y es ella su propio suplicio".
Al golpe abrierónse las dos hojas; dentro ve, devorando carnes de vibora, alimento de su inquina, a la Envidia, y al verla aparta la diosa sus ojos. Aquella se levanta muy despacio del suelo, dejando los restos de las serpientes a medio roer, y se aproxima con paso lento; y cuando vio a la diosa radiante por su hermosura y sus armas, lanzó un gemido, torció el gesto y exhaló suspiros. La palidez se asienta en su rostro, en todo su cuerpo la demacración, la mirada nunca recta, sus dientes amarillentos por el sarro, su pecho verde de hiel, su lengua empapada en veneno. No hay sonrisa, salvo la que provoca la contemplación del dolor ajeno, ni goza del sueño, despierta siempre por desvelados afanes, sino que ve con desagrado, y mientras lo ve se consume, los exitos de los hombres, y devora y a la vez se devora a sí misma, y es ella su propio suplicio".
- Ovidio / Las Metamorfosis