29 may 2021

Ortega y Azaña ante el Estatut de Cataluña

José Ortega y Gasset, Manuel Azaña y Francesc Macià
        "¿Democracia hemos dicho? Pues democracia"(1). Adviene la República. Para Azaña, o ésta es democrática o no será. Para Ortega, o se instaura conservadora o no ha de haberla. Dos décadas lleva el filósofo reclamando el concurso de su anhelada selecta minoría directora y ante él se erige ahora, inapelable, un audaz gobierno transformador.
    El conservador y autoritario Ortega, como lo describe Baroja (2), no tarda en atacar la soberana legalidad de la nueva construcción nacional. "¡No es esto, no es esto!" llega a advertir en su artículo Un aldabonazo en septiembre de 1931, apenas nacida la República, sin poder concretar dónde reside su "radicalismo". Ortega alude al "modo tajante de imponer un programa”. ¿Sugiere acaso ignorar el ejercicio parlamentario de la primera democracia verdaderamente representativa de la historia de España? ¿Alude a la tan necesaria reforma militar que él mismo ha reconocido oportuna y necesaria? ¿Acaso a la cuestión religiosa? El Art. 26 del proyecto constitucional, de carácter netamente transaccional, hubiera podido suavizarse, es cierto, tolerando la Enseñanza católica privada, pero ¿podía de ahí tacharse abiertamente a la recién nacida República liberal española de régimen radical?
Ortega teme una construcción nacional coral, las resultas del nuevo estado autonómico. Su hostilidad emerge frente a la fisonomía de Estado que está por sustanciarse. Escribe en diciembre de 1931: “La República nueva necesita un nuevo partido de dimensión enorme, de rigurosa disciplina, que sea capaz de defenderse, de imponerse frente a todo partido partidista” (3). Insiste en Granada, dos meses después: “Vengan con nosotros a formar un haz fuerte, inmenso, amplísimo… Vamos a construir un gran partido nacional (…) Una nueva democracia –cursivas nuestras–. No una democracia caduca… sino un Estado en el sentido de laborar al servicio de la Nación y no de grupos, clientelas o clases".

    Azaña: la ley y sus instituciones

    Dos años antes, en marzo de 1930, un casi desconocido Azaña conferenciaba en Barcelona levantando de los asientos a un auditorio al que recordaba su tradicional integración en la monarquía hispánica. Las libertades de Cataluña han de ser, serán también, el signo de las libertades de España: “Yo concibo, pues, a España con una Cataluña gobernada por las instituciones que su voluntad libremente expresada quiera darse; unión libre de iguales en rango (…) sin pretensiones de hegemonía ni predominio de los unos sobre los otros. Para vivir en paz, ilustrando el nombre común hispánico que no es despreciable. He de deciros también que si la voluntad dominante en Cataluña fuese algún día otra, y resueltamente quisiera remar sola en su barca, sería justo pasar por ello, y no habría sino dejaros ir en paz, con el menor destrozo para los unos y los otros (…) Hemos de crear un Estado nuevo, dentro del cual podamos vivir todos. Esto se llama lisamente Revolución (…) El Estado ha de surgir de la voluntad popular y ha de ser la garantía de la libertad. Esto se llama República (…) Vosotros maldecís justamente el [actual] Estado español, también nosotros (…) Vosotros, republicanos y socialistas que me escucháis, sabéis muy bien que lo primero de todo son los valores universales humanos. La grandeza del catalanismo consiste en elevar a universalidad los frutos de un espíritu hasta ahora encerrado en un marco local (…) En resumen: nuestro objeto es la libertad catalana y española. El medio es la revolución. El término, la República, y la táctica, reconocer a nuestros aliados verdaderos dónde están"(4).
    En este discurso, Azaña reconoce el ius separationis, en palabras de García de Enterría, de Cataluña (5); esto es, el derecho de los catalanes a seguir integrando, o no, la histórica Hispanidad. Pero una cosa es un discurso teórico en un banquete y otra muy distinta, el escudo legal, la vía jurídica que ha de revestir una coyuntura tan extrema como la que acontece dos años después. Azaña es ahora muy consciente de que toda actuación política ha de realizarse en base al imperio de la ley. El suyo no es un reformismo platónico o de bajos vuelos, como el que conoció ingresando en las filas de su querido Melquiades Álvarez, sino un radicalismo constructor que a ojos de la reacción se antoja intolerable.
    En diciembre de 1931, la obra legislativa de cuanto ha ocurrido en España en los últimos meses descansa en una nueva Constitución republicana que no ha reconocido las iniciales pretensiones catalanas que en su día presentara Francesc Macià. Lo que ha nacido es un nuevo Estado autonómico. Ésta es, y no otra, la única condición de posibilidad en la que puede trabajar Azaña. Un nuevo marco legal derivado de su correspondiente proceso constituyente, ya aprobado y en vigor.

    Ortega vs Azaña: dos visiones de España

    En Nuria, el nuevo govern presidido por Macià había culminado su Estatut, sometido a plebiscito popular en Cataluña (2 de agosto de 1931) con masivo y unánime respaldo. Con la tramitación parlamentaria del texto, primavera del 32, se acentuaba la presión. Alertan titulares como el de El Imparcial: “Fuisteis al Parlamento para votar una Constitución; no para destrozar a España. Diputados españoles, meditad bien el Estatuto catalán”.
    En su discurso sobre la cuestión religiosa, Azaña había dejado dicho: “La salud del Estado, como la de las personas, consiste en disponer de la robustez suficiente como para poder conllevar los achaques, las miserias inherentes a nuestra naturaleza”. Aquel día Ortega lo escuchaba desde su escaño. Una década había transcurrido desde la aparición de su España Invertebrada. Forzando el inobjetable respaldo del filósofo, Azaña esgrimía un argumento orteguiano. Ortega, laico radical, no tenía más remedio que aplaudir, si bien no tardaría en demandar –precisamente con su aldabonazo– una “autenticidad” incompatible, por lo visto, con la democracia parlamentaria.
    El 13 de mayo de 1932 Ortega pronuncia en Cortes su discurso respecto al problema catalán. Emplea términos como anhelo catalán, sentimiento, morbo… Son sintomatologías de un pueblo arisco. El filósofo reclama un gran Estado español, emprendedor y ágil, que evite atropellarse a sí mismo. En su España invertebrada ya ha negado cualquier disyuntiva entre centralismo y federalidad; el país, en esencia, no puede concebirse de otro modo: “España es una cosa hecha por Castilla (…) sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir –subrayado nuestro– el gran problema de la España integral”. En otras palabras, en lo que a esta cuestión respecta, no es que la idea de España no precise intentarse; es que, en tanto obra castellana, nada hay acaso por ensayar. España ha de aspirar a conllevarse.
    Macià había proclamado la República catalana como Estado integrado en la Federación ibérica; un hecho consumado que era neutralizado, si puede decirse, a partir de aquel viaje a Barcelona de Domingo, D’Olwer y Ríos. La transacción deparaba un Estado autonómico a construir –el derivado de San Sebastián– y la correspondiente recuperación de la Generalitat.
    Ortega es consciente ahora de que no puede presentar una enmienda a la totalidad respecto al escenario autonómico si bien ya ha mostrado su disconformidad respecto a “cómo ha sido planteada la vida republicana”, al punto de advertir de sus consecuencias.
    Azaña, sin embargo, persigue una resolución democrática del país. Rivas Cherif escribe respecto a los pensamientos del presidente: “Al reunir en un solo dominio los pueblos españoles de la Península, el ente nacional que se llama España, esa libertad no presupone elección caprichosa al azar de un sufragio inconsecuente, sino aceptación voluntaria y en común de un destino patrio imprescriptible. Venga, pues, el pacto político, el concierto del Estatuto” (6)
    El 27 de mayo, quince días después de la exposición de Ortega, Azaña tiene oportunidad de dar respuesta al filósofo en sede parlamentaria. Por un momento, la comprensión nacional parece tenderse en el diván, acaso con propósito de enmienda. Azaña responde a la particular interpretación histórica de Ortega respecto a la idea de España: “¿Son el siglo XVI o el siglo XVII grandes siglos españoles? ¿Es aquel el esplendor del genio español en la Historia? ¡Ah! ¿Si? Pues no hay en el Estatuto de Cataluña tanto como tenían de fuero las regiones españolas sometidas a aquella monarquía". Ortega, con derecho a réplica, declinaría cualquier respuesta.

    Companys: “¡Viva nuestra España!"

    “El chino bueno está más cerca de mí que el español malo” decía Federico García Lorca. No ha de ser, en efecto, la identidad la que otorgue un valor, sino los valores los que han de fundamentar la nobleza de cualquier identidad. No piensa distinto Lluís Companys quien, al igual que Azaña, considera a la República el instrumento jurídico-político para la consecución de una sociedad más justa, más libre, más ilustrada, más laica, más digna en definitiva. Categorías universales que han de arraigar no sólo en Cataluña, también en toda España. Companys nada tiene de separatista, si bien su idea de República, aún por crear –o cabe decir en creación– choca frontalmente, huelga aclararlo, con la de los ultras con los que comparte escaños en las Constituyentes.
    En el Parlamento, Ossorio y Gallardo, gobernador en Barcelona en tiempos de Alfonso XIII, responde visiblemente afectado a la acusación de “¡traidores!” que el general Fanjul, diputado por los agrarios –el partido de los terratenientes– viene de vertir hacia quienes apoyan el Estatut. Desde su escaño, Companys sale en defensa de su rival político y sin embargo amigo con un ¡Viva España! (7) que, secundado por la Cámara, reviste a Ossorio y provoca cierto repliegue en el africanista. Apenas falta un mes para el primer Golpe de Estado contra la República en agosto del 32.
    Interesa subrayar un rasgo que ilustra hasta qué punto la intransigencia dificulta la resolución de la República en construcción. En esta labor creadora que es la primera democracia española, Cataluña no había entregado un proyecto estatutario para ser aprobado en Madrid; buscaba entregar su Estatuto. El Principado, sin embargo, no iba a convertirse, ni mucho menos, en “un Estado autónomo dentro de la República española” como se consignaba en la versión estatutaria original, sino en “una región autónoma dentro del Estado español”. En Cortes, el Estatut era recortado en dos terceras partes; nada quedaría de la comprensión co-soberanista o federal elaborada en Nuria. Si los catalanes manifestaban su disgusto, en Madrid, la reacción continuó exhortando a la no promulgación de un marco, el autonómico, más que unitario a fin de cuentas. Si para unos, esta recuperación significaba un primer paso susceptible de ulterior desarrollo; para los otros, huelga decirlo, se trataba de una intolerable concesión que urgía revertir.
    Con todo, logra restaurarse el autogobierno de Cataluña más de dos siglos después de su laminación en 1714. Con la definitiva aprobación del Estatut, el grupo catalán, con Companys a la cabeza, exclama en el Congreso: “¡Viva nuestra España!” Más de cien diputados les responden: “¡Viva nuestra Cataluña!” (8).
    “Para Azaña –escribe Rivas Cherif– la cultura castellana y la cultura catalana son cultura española, y Cataluña es tan española –léase hispánica– como las provincias vascongadas o Castilla. A ojos del gran constructor de la República, “la palabra España envuelve un concepto amplísimo. De una parte, excede el estrictamente territorial (…) porque Portugal es tan España como Cataluña. Tampoco, pese a la difusión verdaderamente imperial de la lengua castellana, le corresponde a ésta la exclusividad del verbo español. Lenguas españolas son el catalán, el vasco, el galaico-portugués. Equivocada le parece la estimación filológica que hace la Academia de la Lengua [castellana] con atribuir al idioma castellano esa exclusividad".

    Cataluña, republicana; Azaña en Sant Jaume

    El 24 de agosto, dos semanas después de fracasar el primer Golpe contra la República, Azaña visita Barcelona; viene a entregar el Estatut. El proyecto, ya se ha comentado, ha sido profusamente laminado en Cortes. Si bien a ojos de Macià y el Govern la versión definitivamente aprobada nada tiene que ver con la idea federal concebida en Nuria, es, desde luego, un hito no visto hasta ahora en la historia del parlamentarismo español.
    “Cerca ya de la Capital –escribe Rivas Cherif– el espectáculo comenzó a hacerse impresionante. No sólo en los andenes de las estaciones abarrotadas, a lo largo del camino de hierro, gentes y gentes esperaban a pie firme el paso del tren presidencial que cruzaba su grito vaporoso con el eco del ¡Viva! humano (…) La entrada en Barcelona sobrepujó en magnificencia del arrebato cívico cuanto se habían propuesto el elemento oficial y las organizaciones de que el Gobierno de la Generalitat podía disponer. Un buen rato tardó el Presidente con mi hermana y cuantos le seguíamos, en poder descender del vagón”.
    La comitiva llega por fin a Sant Jaume. El coche de Azaña y Maçià se abre paso entre la multitud. Con ellos, el resto de la corporación. Todos aparecen finalmente en la balconada de la renacida Generalitat. Júbilo  popular y hermanamiento republicano. Cuando la Plaza parece serenarse Azaña toma la palabra: “¡Catalanes!” Sant Jaume vuelve a atronar. “¡Ya no hay rey que os declare la guerra!” La simbólica frase sería transcrita al plural –Ya no hay reyes que os declaren la guerra– para la prensa.
    “Vosotros, catalanes, nunca fuisteis de aquel rey ni de ningún otro rey. Pero ahora sois de la República. (Aplausos y voces de Sí.) Ahora sois de la República (voces afirmativas y voces de “Sí”) que os ha hecho suyos, que os ha hecho suyos por la justicia, que es la mayor fuerza que se puede ejercer sobre el corazón de un pueblo. Pueblo a quien se le hace justicia queda maravillosamente esclavo de la obra justiciera (Aquí ovaciones.) (…) La República, sin una Cataluña republicana, sería una República claudicante y débil, pero Cataluña, sin una República liberal como la nuestra, sería mucho menos libre de lo que puede ser; de suerte que están, vuestra libertad y la República, y la República y las libertades catalanas, indisolublemente unidas: ni una podría existir sin la otra, ni nadie atentaría a la una sin atentar inmediatamente contra la otra”. (Aplausos.) (…) La autonomía de Cataluña es una emanación natural de los principios políticos que inspiran la República, que es el reconocimiento de las libertades de los pueblos peninsulares. (Gran ovación.)

    "El porvenir, necesariamente creativo"

    Si bien el país no había recuperado su tradicional monarquía federal, desaparecida con el primer Borbón a principios del siglo XVIII, Azaña perseguía reconstruir aquella hispánica comprensión. Hasta ahora sólo se había intentado acallar la cuestión catalana mediante la imposición; por vez primera en la historia de España un gobierno democrático trataba de resolverla materializando un escenario autonómico que, si bien unitario, no era ni digerible ni entendible a ojos de la poderosa reacción. El nuevo gobierno, constructor en base a la ley, lograba hacer prosperar la (intolerable) nueva Constitución republicana. La hoja de ruta pergeñada en San Sebastián, el marco autonómico como solución para la idea de España, la proclamación federal de Macià, el posterior viaje negociador del gobierno y la definitiva aprobación del Estatut en Cortes no eran sino derivadas políticas del proceso democrático constituyente.
    Venía de fracasar el primer golpe de Estado auspiciado por la reacción. También lo haría el segundo, el 18 de julio de 1936. Hitler y Mussolini se encargarían de convertirlo en guerra civil. España no tardaría en recobrar su dictadura.    
    

    Hemos citado: 1) Manuel Azaña; El problema español. 2) Pío Baroja; Desde la última vuelta del camino. 3) José Ortega y Gasset; Rectificación de la República. 4) Manuel Azaña; Discurso en el restaurante Patria, 27 de marzo de 1930. 5) Eduardo García de Enterría (Dtor.): Manuel Azaña; Sobre la autonomía política de Cataluña. 6) Rivas Cherif; Retrato de un desconocido. 7) La Vanguardia, 7 de julio de 1932. 7) Ángel Ossorio y Gallardo; Vida y Sacrificio de Companys.