3 nov 2022

Ortega o el arte de la apariencia

Escribe Ortega en La deshumanización del arte: “Actúa, pues, la obra de arte como un poder social que crea dos grupos antagónicos, que separa y selecciona, en el montón informe de la muchedumbre, dos castas diferentes de hombres”. No tarda en llegar el primer trampantojo, marca de la casa: “No se trata de que a la mayoría del público no le guste la obra joven y a la minoría sí. Lo que sucede es que la mayoría, la masa, no la entiende”. De entrada, Ortega sitúa a su recurrente egregia minoría como única receptora óptima, capaz de comprender la obra moderna. Emergen dos castas o clases de hombres: “los que la entienden, los más capaces, y los que no la entienden (...) Unos poseen un órgano de comprensión negado, por tanto, a los otros; el arte nuevo, por lo visto, no es para todo el mundo, como el romántico, sino que va desde luego dirigido a una minoría especialmente dotada”.

Ortega conjuga sus ocurrencias, que diría Azaña, con sus cautelas ante el convulso tiempo que se cierne: pujante rebelión de masas agitadas por una audaz burguesía constructora: “Se acerca el tiempo en que la sociedad volverá a organizarse, según es debido, en dos órdenes o rangos: el de los hombres egregios y el de los hombres vulgares”. El pensador escribe estas líneas en 1925; son los años de la dictadura Alfonsina; ya entonces se vislumbra el colapso del régimen. ¿Pero hasta qué punto el arte entraña sociología? “España no existe como nación; construyamos España” había afirmado el filósofo en Bilbao hacía una década, en 1914. Ortega extraña un relato nacional. Tiene claro, ya entonces, que no hay hechos, sino interpretaciones. Así pues, huérfano de relato, urge velar al máximo por los mimbres capaces de instaurarlo: la prescripción intelectual, la Educación, los medios de comunicación, y, claro está, la Cultura en todas sus formas. ¿Pero puede dicha Cultura transformarse al punto de diluir sus más esenciales referencias? Más aún, ¿pueden las clases dirigentes perder las riendas del relato cultural que secularmente contribuye a sostenerlas y hasta legitimarlas? Frente a la amenazante burguesía constructora, Ortega contempla su sonrojante antagónico: una intolerante Iglesia, celosa de sus privilegios; un ejército de inmisericordes africanistas, y una asilvestrada clase terrateniente, de comprensión feudal, que resuelve el hambre del campesinado con sindicatos de pistoleros. Esos son sus patricios; esa es, no hay otra, su egregia minoría directora.

14 ago 2022

Los otros dioses

La justificación de la existencia de Dios hizo de Aristóteles el creador por excelencia de la teología monoteísta. A partir del de Estagira, reflexionar sobre la divinidad sería hacerlo respecto al Dios de la ontoteología; Dios único, motor universal, Creador de todo lo existente. No por ello desaparecía el culto a los dioses más inmediatos, si puede decirse: los dioses positivos. Al igual que egipcios o persas, dioses griegos y romanos continuaron revistiendo el fenómeno religioso de la humanidad hasta llegar en nuestros días a la última divinidad invocada por cualquier chamán. 

En la cosmovisión judeo-cristiana, santos, ángeles o arcángeles heredarían las atribuciones de estos dioses positivos adaptándose a la modernidad. Del Dios del mar, del viento, la sabiduría, la guerra, la caza, la fecundidad o el buen fin de las cosechas, se pasa así al santo de la rentabilidad en los negocios o al protector de los accidentes de tráfico.

2 may 2022

Azaña y los asaltantes de la democracia española


En ese feliz espacio de radio denominado El Ágora de Hora 25, José Manuel García-Margallo, ex ministro del gobierno y amable  perfil del Partido Popular, suele recurrir con frecuencia a una supuesta afirmación de Manuel Azaña: “La República será de izquierdas o no será”. Como quiera que no son pocas las tergiversaciones atribuidas al último presidente de la República, quien suscribe estas líneas confiesa soportar cada lunes con mayor dificultad la curiosidad. 

En 1930 la dictadura alfonsina colapsa. El régimen intenta aún regresar a la farsa turnista pergeñada en 1875; vano empeño conocido por la historiografía como la Dictablanda de Berenguer. Con el colapso de la tradicional comprensión despótica del Estado, el reclamo de los tan anhelados ideales republicanos. “La República será democrática o no será”. Azaña se posicionaba, claro, (esclarecedor su mitin en Las Ventas el 28 de septiembre de 1930) contra un tradicionalismo rector que temiendo el fin de sus seculares privilegios buscaría asaltar la naciente democracia española desde el primer día. Ilustra un conservador honesto como Miguel Maura, hijo de don Antonio, en su indispensable Así cayó Alfonso XIII: “Desde el día siguiente al 14 de abril, un puñado de monárquicos exaltados traman la conspiración armada contra la República, que cristaliza, primero, en el 10 de agosto del 32, y luego en el alzamiento del 36. No se dan reposo en su labor. Ponen en ella cuanto tienen, según nos lo refieren con minucioso detalle en varias obras, pero, singularmente, en ese ingente mamotreto que lleva por título Historia de la Cruzada (…) Así son y así serán, quizá siempre, las derechas españolas. Su clima ideal fue siempre la dictadura. Un contratista de su tranquilidad, que les garantice, sin el menor esfuerzo por su parte, el uso y, sobre todo, el abuso de sus privilegios ancestrales, desterrados ya del mundo civilizado”.