18 mar 2020

Azaña; reflexiones republicanas: en puertas del colapso alfonsino

  En puertas del colapso alfonsino, la transición se concibe esencialmente moderada; tranquila, sin traumas. El descabezamiento real no tiene por qué replantear los fundamentos de la tradicional comprensión aristocrática del Estado. Connotados conservadores católicos de la dictadura monárquica –Maura, Alcalá Zamora– y la farsanteril impostura de Lerroux –presumible nuevo jefe de gobierno del escenario republicano que está por llegar– parecen garantizar el apremiante nuevo consenso. La irrupción de un excepcional outsider distorsionaría, sin embargo, todos los planes...

 "Lo primero que se me ocurre, ante la majestad de este pueblo congregado, es saludar en vosotros a la auténtica manifestación de la voluntad nacional. Un pueblo inmenso, que no puede estar aquí en persona, la mayoría del país, os ha conferido clamorosamente su representación. Lo mejor y lo más numeroso de España nos sigue, y nos acompaña en espíritu, dándonos con la fuerza del número y la evidencia de su derecho, la autoridad necesaria para hacer las declaraciones que vamos a formular. Por eso, la importancia de esta primera asamblea del pueblo, de estas Cortes espontáneas de la revolución popular, consiste, ante todo, en que desde aquí notificamos a los que detentan los poderes públicos el fallo irrevocable de la voluntad de los españoles. Se reduce a esto: no más tiranos, no más despotismo; a todo trance, queremos libertad (…)

 Los republicanos todos, unidos para lo sustancial, estamos dispuestos a cumplir con nuestro deber del momento, recogiendo el gobierno del país en el estado en que la abyección y la incapacidad de unos, los sucios apetitos y la mala sangre de otros, lo han dejado caer.

 Yo no sé ahora (…) si esta obra es fácil o difícil. Lo que veo y digo es que su realización es inevitable, fatal. (…) La revolución española comenzó el 13 de septiembre de 1923 [cuando] el Estado perdió hasta la apariencia de orden jurídico y se convirtió en arma para desvalijar, en fuerza caprichosa para tiranizar (…) El 13 de septiembre de 1923, la monarquía se suicidó; no se culpe a nadie de su muerte.

 El Golpe de Estado, restaurando el despotismo, manifestó que la monarquía no era capaz de acomodarse ni a la moderada Constitución del 76. Los siete años que llevamos de despotismo, los tres ministerios de dictadura, desde el Directorio al Gobierno del general Berenguer, prueban que tampoco se tiene en pie la monarquía ni puede gobernar usurpando todas las ventajas que la licencia del poder personal lleva consigo. La prueba es decisiva. ¿Qué le queda a una institución impotente para el bien, fautora de desorden, que no puede oponernos más que la sinrazón de la fuerza bruta? Le queda el recurso de la fuga, para ir a meditar en el destierro la lección que el pueblo español sabrá imponer a todos los que se confabularon para la explotación de su trabajo, de su sangre,  de su silencio y de su mansedumbre, aprovechados para lanzarse a la orgía de los millones.

 Este proceso político que la dictadura no consistió que se sustanciase ante el Parlamento, se ha incoado y sustanciado ante la opinión, que señala inapelablemente a los culpables: (…) en 1923 se nos impuso la tiranía para cortar el paso a las reivindicaciones del pueblo español, sublevado por los desastres de África; para evitar que en las Cortes sonase la palabra acusatoria incontestable (…) Este régimen que llamándose nuevo, era el encubrimiento de lo más podrido y bastardo del régimen anterior (…)

 Implantar la República es una obra nacional (…) La República le es tan necesaria al proletariado como a la burguesía liberal, pero nosotros no tenemos el pensamiento ni los socialistas tienen ahora la ambición de que nuestra fuerza común concluya en una República socialista. Pensamos en una República burguesa y parlamentaria, tan radical como los republicanos más radicales consigamos que sea, si tenemos opinión y votos para ello. Porque la República tiene un doble valor, una doble eficacia. De una parte es conclusión, porque termina el pleito político planteado desde hace un siglo con la dinastía, y, de otra parte, es comienzo o iniciación, en cuanto servirá de instrumento o de medio para el progreso político y la justicia social (…)

 La República española tendrá que ser no sólo respetuosa con los derechos del trabajo, y garantía de sus reivindicaciones, sino propulsor y estímulo en la obra de despertar las conciencias más atrasadas y de levantarlas a un rango superior de humanidad y de ciudadanía (…) La República española, por burguesa y parlamentaria que nazca, no podrá ser nunca una monarquía sin corona. La revolución no puede consistir en el ostracismo de una familia. Nadie piense que el estado monárquico va a persistir, sin otro cambio que la designación del jefe; que van a persistir las jerarquías políticas antiguas ni sus feudos caciquiles, ni la impotencia de una administración paralizada por las corruptelas y los compromisos, ni el oscuro dominio de los institutos, corporaciones y gremios, unos nacionales, otros extranjeros, que tienen mediatizada la soberanía nacional; nadie piense que nosotros, como si dudásemos de nuestro derecho o nuestra capacidad, vamos a entregar la República, para que le perdonen la vida, a sus enemigos tradicionales (…)

 Todos cabemos en la República, a nadie se proscribe por sus ideas; pero la República será republicana, es decir, pensada y gobernada por los republicanos, nuevos o viejos, que a todos admite la doctrina que funda el Estado en la libertad de conciencia, en la igualdad ante la ley, en la discusión libre, en el predominio de la voluntad de la mayoría, libremente expresada. La República será democrática, o no será. De esta manera los republicanos venimos al encuentro del país, no como estériles agitadores sino como gobernantes; no para subvertir el orden, sino para restaurarlo; no para comprometer el porvenir de la nación, sino como la única reserva de esperanza que le queda a España de verse bien gobernada y administrada, de hacer una política nacional (...)"

  •  Plaza de toros de Las Ventas; Mitin de 28 de septiembre de 1930