6 nov 2019

El hechicero

  Frente al reino de la acción religiosa, explica Max Weber, constituido por la regulación de lo sobrenatural y su consiguiente relación con los hombres, el carisma del hechicero. Si el rasgo del sacerdote descansa en el desarrollo de un sistema de pensamiento racional; de una ética religiosa específica y sistematizada, basada en una doctrina coherente, y hasta cierto punto estable, considerada “revelación”, el hechicero, por su parte, invoca, fuerza, coacciona, mágicamente, mediante su carisma, a los espíritus.

 "El carisma puede ser un don –de ninguna forma conquistable– unido al objeto o a la persona, que lo posee por naturaleza –sólo entonces merece plenamente aquel nombre–. También puede producirse artificialmente en el objeto o en la persona por algún medio, naturalmente extracotidiano. Esa intervención presupone que las capacidades carismáticas no pueden desarrollarse en nada ni en nadie que no las posea en germen. Sin embargo, el germen permanece oculto si no se le desarrolla, si no se “despierta” el carisma, por ejemplo, mediante la “ascesis” (...)

 El “espíritu” no es en principio ni alma, ni demonio, ni en absoluto dios, sino ese Algo indeterminado, material pero invisible, impersonal pero dotado con una especie de voluntad, que presta al ser concreto su efectividad específica. Puede entrar en él y volver a salir, puede desaparecer o introducirse en otro hombre u objeto. Como toda abstracción en este ámbito, se ve estimulada al máximo por el hecho de que los carismas mágicos poseídos por personas se vinculen sólo a los especialmente cualificados. El “hechicero profesional” es el hombre que posee una calificación carismática estable, en contraposición al hombre cotidiano, al “profano”, en el sentido mágico del concepto. En particular, ha convertido en objeto de una "empresa" la situación que representa o proporciona específicamente el carisma, el éxtasis. Al profano sólo le es accesible el éxtasis como fenómeno ocasional (...)

 De la misma forma que el hechicero su carisma, el dios ha de acreditar su poder. Si el intento de influir de forma duradera resulta inútil, entonces o el dios es impotente o se desconocen los medios de influir sobre él, y se desiste. El hechicero expía la falta de éxito con la muerte. Frente a ello los sacerdotes tienen la ventaja de que pueden achacar al dios la responsabilidad de los fracasos. Pero con el prestigio del dios decae también el suyo, a no ser que encuentren medios de explicar de forma convincente esos fracasos de tal manera que su responsabilidad no recaiga ya en el dios, sino en el comportamiento de sus devotos"

  • Sociología de la Religión / Max Weber 

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