Manuel Florentín / La Vanguardia
Acababa
de empezar la Segunda Guerra Mundial. Un conflicto que, aunque previsible, para el régimen franquista suponía un
factor de riesgo. Podía poner en peligro su futuro, dado que su
implantación era inestable: no contaba con plena confianza popular, las heridas
de la guerra estaban abiertas; la represión primaba por doquier; el país estaba
económica y psicológicamente exhausto; las infraestructuras y vías de
comunicación eran escasas y deficientes tras los combates; el Ejército no tenía
medios; el maquis seguía operando en determinadas zonas del país; y, pese al
poder absoluto que ejercía Franco, las
tensiones se sucedían entre las familias políticas gobernantes: militares,
monárquicos alfonsinos y carlistas, viejos y nuevos falangistas, cedistas,
conservadores...
Nada más estallar el conflicto europeo, Franco declaró la “neutralidad” de España. No podía abandonar a Hitler, que le había ayudado en la Guerra Civil, aunque le hubiese contrariado el Pacto germano-soviético que precipitó la invasión de Polonia. Pero el nuevo régimen trataba de ganarse la confianza de las democracias europeas, especialmente de Francia y Gran Bretaña, con las que reanudaba lazos económicos. Para la supervivencia del régimen era vital el combustible y el grano que llegaban por mar desde Argentina, Canadá y Estados Unidos. La alineación de España con Alemania pondría en peligro ese abastecimiento: sobrevendría un bloqueo naval británico que aumentaría la hambruna que atenazaba el país.
Nada más estallar el conflicto europeo, Franco declaró la “neutralidad” de España. No podía abandonar a Hitler, que le había ayudado en la Guerra Civil, aunque le hubiese contrariado el Pacto germano-soviético que precipitó la invasión de Polonia. Pero el nuevo régimen trataba de ganarse la confianza de las democracias europeas, especialmente de Francia y Gran Bretaña, con las que reanudaba lazos económicos. Para la supervivencia del régimen era vital el combustible y el grano que llegaban por mar desde Argentina, Canadá y Estados Unidos. La alineación de España con Alemania pondría en peligro ese abastecimiento: sobrevendría un bloqueo naval británico que aumentaría la hambruna que atenazaba el país.
Nuevas perspectivas
Serrano Suñer visita Berlín (1940) en compañía de Heinrich Himmler |
La situación se precipitó en
abril de 1940, cuando las tropas alemanas invadieron
Dinamarca y Noruega. Antes de que terminara esa campaña, Alemania lanzó una
ofensiva contra Bélgica, Holanda y Luxemburgo, países a los que venció en pocas
semanas. Después los alemanes alcanzaron la desembocadura del Somme y las tropas
británicas se vieron obligadas a retirarse del continente por Dunkerque, junto
a un contingente militar francés con el que el general De Gaulle organizaría en
Londres el ejército de la Francia Libre.
La oleada de victorias
relámpago alemanas alteraron el tablero geoestratégico europeo.
Rumanía declaró su alineación con el Tercer Reich, mientras que Mussolini
abandonaba su condición de “no beligerancia” y declaraba la guerra a Francia y
Gran Bretaña. El gobierno francés abandonó París y, ante el vacío de poder, el
veterano mariscal Pétain, embajador francés en España, asumió la jefatura del
Estado.
En
ese contexto, España cambió su posición
de “neutralidad” por la de “no beligerancia”. Es decir, se alineaba con el
Tercer Reich, pero sin entrar en guerra, porque Gran Bretaña no había sido
derrotada y seguía dominando los mares. No obstante, Franco empezó a contemplar
la posibilidad de comprometerse algo más con el bando ganador. Quería obtener
una posición privilegiada en el nuevo orden internacional que, bajo la batuta
de Alemania, se iba configurando. Y, de paso, reconstituir un “imperio” colonial, que permitiría a España
equipararse a las grandes potencias.
Un
imperio cuya expansión natural sería por África. En concreto, por el Magreb,
considerado “espacio vital”, al ser España el país europeo más próximo.
Siguiendo esta lógica, y aprovechando la situación, las tropas españolas tomaron el control de la ciudad internacional de
Tánger. La maniobra no agradó a Alemania, y mucho menos a Francia, que
controlaba la mayor parte del Magreb, y a Italia, que albergaba ambiciones
coloniales en la zona.
El
embajador español en Berlín entregó al secretario de Estado alemán un documento
en que se afirmaba que, una vez derrotada Francia, y en caso de que Gran
Bretaña siguiera en guerra, España estaría dispuesta a alinearse con Alemania en su esfuerzo bélico tras un breve período de
preparación. A cambio, España pedía el control del Oranesado, el Marruecos
francés y la ampliación territorial del Sahara y de Guinea, así como recibir
una ayuda importante en alimentos y material militar, necesarios para tomar
Gibraltar y defender las islas Canarias de un posible ataque británico.
Poco
después, el general Vigón transmitió personalmente estas peticiones a Hitler y
a su ministro de Exteriores, Joachim von Ribbentrop, en Berlín. Al mismo
tiempo, esperando el plácet de Berlín, Franco concentró tropas en la frontera
con el Marruecos francés. Fue bajo la apariencia de unas maniobras militares,
muy desorganizadas, según el informe del cónsul alemán en Tetuán. Pero Hitler no respondió a las demandas. La
ayuda económica y militar le pareció desorbitada.
En
cuanto al Magreb, Hitler esperaba conseguir que la Francia del mariscal Pétain
le secundase, tanto en el asalto a Gran Bretaña como en el norte de África. Y
si tenía que escoger entre Francia, potencia colonial con un poderoso ejército,
aunque hubiera sido derrotado, y España,
acosada por la hambruna tras una guerra civil y con unas fuerzas armadas
desorganizadas y anticuadas, prefería quedarse con la primera. Además, Alemania
en esos momentos daba la guerra por ganada, y la ayuda española resultaba
insignificante.
La idea de Gibraltar
Hitler
no volvió a acordarse de España hasta que en agosto vio que su victoria sobre Gran Bretaña no iba a
resultar ni tan fácil ni tan rápida como esperaba. Para doblegarla era
necesario asentar tropas en Marruecos y en las islas próximas (Canarias,
Azores, Madeira y Cabo Verde), desde donde podría seguir la guerra en el norte
de África, controlar el Atlántico y prevenir una entrada en el conflicto de
Estados Unidos. La vía natural para llegar a Marruecos era a través del
territorio español, pero antes había que tomar Gibraltar para controlar el
estrecho.
Un
mes antes ya se había personado en España el almirante Canaris, jefe del Abwehr,
con algunos de sus colaboradores para inspeccionar el campo de Gibraltar. Su
informe sirvió para cambiar el plan inicial de destruir el puerto y los barcos
británicos en Gibraltar por el de invadir
el peñón, idea que aprobó Hitler. Por un momento, el Führer contempló la
posibilidad de atender las demandas españolas, sobre todo después de que Pétain
le negara la cesión de una base militar en Casablanca.
Pero
si España controlaba Marruecos sería a cambio de ceder a Alemania la
explotación minera del territorio, así como bases en Agadir, en Mogador y en
una isla canaria. En septiembre, Serrano
Suñer viajó a Alemania al frente de una amplia delegación española para
abordar estos aspectos. Se entrevistó con su homólogo alemán, Von Ribbentrop, y
después con Hitler. Pero ninguna de las entrevistas llegó a buen puerto. Las
exigencias económicas y militares españolas para entrar en guerra les seguían
pareciendo a los alemanes desorbitadas.
En
cuanto a las reivindicaciones territoriales, se limitaron a ofrecer a España la participación en el
nuevo orden internacional, que conllevaría un nuevo reparto colonial
africano –algo que anhelaba Alemania después de haber perdido sus posesiones
tras la Primera Guerra Mundial–, pero esto sería cuando terminase el conflicto.
En
cambio, Hitler y Von Ribbentrop apremiaron
a Serrano Suñer para que España atacase Gibraltar, facilitase el paso por
su territorio a las tropas alemanas y les permitiera tener bases militares en
Canarias y Guinea. Serrano rechazó cualquier cesión territorial, especialmente
en Canarias, dado que era una provincia, y no una colonia.
Ante
la falta de acuerdo, Hitler le entregó a Serrano una carta para Franco en la
que planteaba su interés por discutir
estos temas en una entrevista personal en la frontera franco-española. En
Francia la situación estaba cambiando. El régimen autoritario de Pétain se
disponía a colaborar con Alemania, lo que suponía un serio inconveniente para
las ambiciones españolas en Marruecos. En septiembre, las tropas francesas de
Vichy rechazaron en Dakar (Senegal) un ataque de británicos y unidades de la
Francia Libre de De Gaulle.
Días
después, Hitler confesó a Mussolini en Brennero que no podía ceder Marruecos a
España porque perdería a Francia. Mussolini estaba de acuerdo, pero en su caso
por sus ambiciones territoriales en la zona. Unas semanas más tarde, Hitler acordaba celebrar un encuentro con
Pétain para convenir los términos de la colaboración francesa. El encuentro
tendría lugar en Montoire a finales de octubre, un día después del que iba a
celebrar con Franco en Hendaya.
Ante
este panorama, la posición española con respecto al Tercer Reich quedaba
debilitada, una de las razones de que la entrevista de Hendaya no obtuviera los
frutos deseados para ninguna de las partes. Hitler volvió a insistir en que España entrase en guerra y Franco
se resistió: por un lado, por la falta de concreción con respecto a la
obtención de los territorios y la ayuda económica y militar solicitada; por
otro, porque Gran Bretaña seguía resistiendo y, por tanto, controlando los
mares.
Lo
único que logró Hitler fue que España se
adhiriera al Pacto Tripartito, lo que implicaba su entrada en guerra,
aunque con la condición de que fuera cuando el gobierno español lo creyese
conveniente. Un incidente alteró todos los planes. Italia
atacó Grecia. De forma tan desastrosa que se puso de moda un chiste en el que
se recomendaba alistarse en el ejército griego si se quería visitar Roma.
Al mismo tiempo, el estado mayor alemán informó
a Hitler que los italianos difícilmente podrían tomar el canal de Suez para
cerrar la puerta oriental del Mediterráneo, por lo que era necesario atacar Gibraltar para controlar el estrecho como paso
occidental. Hitler, aún sin respuesta española, puso en marcha con su estado
mayor la Operación Félix. Se planificó atacar Gibraltar a mediados de enero de
1941. El Ministerio de Defensa alemán urgió al de Exteriores a que alcanzase un acuerdo cuanto antes con
España. Era necesario para iniciar las operaciones de reconocimiento que
completasen la labor del Abwehr del almirante Canaris.
La toma de Gibraltar debía finalizar antes de
marzo, porque ya se había previsto para
después la invasión de la Unión Soviética, para la que había que contar con
todas las unidades disponibles. Hitler mandó llamar nuevamente a Serrano Suñer
para explicarle la operación. La cita puso al gobierno español entre la espada
y la pared: los alemanes daban por hecho el ataque a Gibraltar, pero no habían dicho nada con respecto a
las compensaciones españolas. Así se lo había hecho saber Franco a Hitler
en una carta.
Se reunieron en El Pardo Franco, Serrano Suñer,
Vigón y otros para discutir si se acudía a la cita. Al final se optó por ir para evitar un enojo de
Hitler, que quizá podía traducirse en una invasión de España. La cita tuvo
lugar en Berchtesgaden.
Von
Ribbentrop expuso a Serrano Suñer su malestar por el hecho de que España no
ayudase militarmente a Alemania. Este le replicó que la
situación española era crítica y que, sin promesa alguna por escrito de las
ventajas que obtendría el país con este nuevo sacrificio, no habría manera de
implicarse en el conflicto. Ratificó, eso sí, el protocolo definitivo de
Hendaya, por el que España se comprometía a entrar en guerra, pero reservándose
la decisión de cuándo y cómo hacerlo.
Ante la negativa española, Hitler y Von
Ribbentrop terminaron manifestando que, dados los movimientos que se preveían,
preferían que Marruecos siguiera en manos francesas, aunque Gibraltar tuviera
que permanecer en las británicas. A su regreso a España, Serrano Suñer pasó a ocupar la cartera de Exteriores en lugar de
Beigbeder.
Cambio
de amistades
A principios de diciembre, el almirante Canaris se entrevistó en Madrid con Franco y
con Vigón y les expuso los planes de la Operación Félix. Estaba previsto
que el 10 de enero llegasen las tropas alemanas a España, y, en consecuencia,
que el país entrara en la guerra. Franco lo rechazó, entre otras razones porque
la situación militar no era la misma de junio.
Ese mismo día, Italia había sufrido un serio
revés en el norte de África frente a los británicos. Ante la falta de acuerdo y
el empeoramiento de la situación en los Balcanes y en el norte africano, Hitler ordenó la congelación de la
Operación Félix y la suspensión del envío previsto de baterías para el sur
de España, Canarias y norte de Marruecos. Para reducir los descalabros
militares italianos, se entrevistó con Mussolini.
Poco después caía Tobruk en manos británicas,
lo que llevaría a Hitler a poner a uno de sus mejores generales, Erwin Rommel,
al frente del Afrika Korps. En las semanas siguientes continuaron las presiones
alemanas sobre España. En busca de apoyos para sus tesis, Franco se entrevistó con Mussolini en Bordighera. No logró apoyo a
sus reivindicaciones territoriales en el norte de África, pero al menos
consiguió que el Duce mediara ante
Hitler informándole sobre la desesperada situación económica de España.
Aun así, las presiones desde Berlín no cejaron,
provocando cada vez más en el gobierno el temor a sufrir una invasión alemana.
Solo se pudo calmar en parte el malestar alemán con el envío a Rusia de la División Azul, a mediados de año, y con el
suministro a Alemania de materias primas, el avituallamiento de sus barcos,
submarinos y aviones y el apoyo en asuntos de inteligencia e información. Si
algo salvó a España de una implicación en la guerra fue la absorción de las
fuerzas alemanas en el frente balcánico, en ayuda de Italia, y en el ruso
después.
La
entrada en guerra de Estados Unidos supuso el olvido casi
definitivo de la cuestión española por parte de Alemania. Lo cual no quiere
decir que Berlín no tuviera previstos, desde mediados de 1942, los planes
Isabella e Ilona para la “defensa” de la península ibérica ante una posible
invasión aliada del continente por España.
Las
progresivas derrotas del Eje llevaron a Franco a maniobrar hacia el bando aliado.
Mantuvo una entrevista con el máximo mandatario de Portugal, Oliveira Salazar,
con el propósito de establecer contactos con los aliados. Serrano Suñer fue
cesado tras un incidente entre falangistas y carlistas en Begoña. Fue
sustituido por Gómez Jordana, presumiblemente aliadófilo. Alemania empezaba a
flaquear y, sin romper del todo los lazos con Berlín, el régimen de Franco cambió de rumbo para sobrevivir
cuarenta años.
- Este artículo se publicó en el número 447 de la revista Historia y Vida.