31 mar 2020

El insulto

 "Si fuésemos honestos por naturaleza, intentaríamos simplemente que la verdad saliese a la luz en todo debate, sin preocuparnos en absoluto de si ésta se adapta a la opinión que previamente mantuvimos, o a la del otro; eso sería indiferente o en cualquier caso, algo muy secundario. Pero ahora es lo principal. La vanidad innata, que tan susceptible se muestra en lo que respecta a nuestra capacidad intelectual, no se resigna a aceptar que aquello que primero formulamos resulte ser falso, y verdadero lo del adversario. Tras esto, cada cual no tendría otra cosa que hacer más que esforzase por juzgar rectamente, para lo que primero tendría que pensar y luego hablar.

 Pero junto a la vanidad natural también se hermanan, en la mayor parte de los seres humanos, la charlatanería y la innata improbidad. Hablan antes de haber pensado y aun cuando en su fuero interno se dan cuenta de que su afirmación es falsa y que no tienen razón, debe parecer, sin embargo, como si fuese lo contrario. El interés por la verdad, que por lo general muy bien pudo ser el único motivo al formular la supuesta tesis verdadera, se inclina ahora del todo al interés de la vanidad: lo verdadero debe parecer falso y lo falso verdadero. 

 El adversario ha propuesto una tesis. Para refutarla existen dos modos: ad rem (con referencia a la cosa),  o ad hominem (en referencia a la persona con la que se discute). Quien descalifica o insulta ad hominem, eludiendo el cuerpo a cuerpo de la razón, para hurgar o detenerse en las circunstancias personales del oponente, ajenas respecto a las ideas, sólo aspira a que los necios le sigan. El sabio, silente, ya ha juzgado"

  • Arthur Schopenhauer / El arte de tener razón