8 nov 2019

Los Mayas

  Mel Gibson, célebre actor y director, fundamentalista católico y confeso activista antijudaíco, dirigía en 2006 Apocalypto; un más que entretenido trabajo bajo el que subyace acaso una insana intención: la demonización de la cultura Maya para, en último término, redimir el genocidio católico como expresión civilizadora donde hasta entonces según la película, sólo existe barbarie y sangre. La llegada de los navíos hispánicos o católicosarribando a orillas de las Indias alumbraba así el nuevo proceso civilizatorio del Nuevo mundo.

 Y sin embargo, el sacrificio nunca sería practicado por los mayas; civilización cuyo fenómeno religioso, Hunab Ku, era incorpóreo, materialista; ajeno a proyección antropomórfica alguna. A partir de la figura del sacrificio, la película de Gibson proyecta, necesariamente, la supuesta reverencia a un Dios platónico; personal y creador, si se quiere; una rendición a una voluntad subjetiva que modifica de raíz la metafísica maya al otorgarle una trascendencia judeocristiana respecto a un más allá.

 Domingo de Vico, misionero dominico, llegaba a América en compañía de Bartolomé de las Casas en 1516. Vico desplegaría misiones evangelizadoras en Cuba, Nicaragua, México o Guatemala antes de fallecer en 1552. El filósofo Gustavo Bueno señalaría que el Popol Vuh libro sagrado Maya, es un documento indígena encontrado por Fray Francisco Ximénez en Chichicastenango (Guatemala) a principios del siglo XVIII escrito en español y Giché (K’iché). En dicho documento no aparece el Dios personal de Platón; ni siquiera el material de Aristóteles (Acto puro, eterno y autónomo), sino la admiración hacia lo que podemos denominar dioses positivos al estilo de los egipcios: el jaguar, el lagarto, etc, desde sus −divinas− virtudes cazadoras: el sigilo, el silencio, la velocidad, etc... De Vico traduciría el Popol Vuh introduciendo en él las ideas cristianas a partir de las cuales poder evangelizar a los indígenas. Hunab Ku, divina materia eterna, quedaba así humanizado a imagen y semejanza del hombre, siendo ya posible rendirle sacrificios en su nombre. 

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