31 ago 2019

Juan Manuel de Prada y el denominado Libre Examen

  Decía Proust que lo que une a las personas no es la identidad de pensamiento sino la consanguinidad de espíritu. En su Advenimiento de la República, cuenta Pla la anécdota entre Alfonso XIII y Ortega al preguntarle el primero por el tipo de clases que impartía su interlocutor en la Universidad. “Metafísica, Señor” respondía el filósofo. “Uys, eso debe ser muy complicado” replicaba el rey. “Ese día Ortega se hizo republicano”. 

 Qué duda cabe que el gusto por la dialéctica platónica o, si se quiere, la mera divagación histórica o filosófica, es muy capaz de trenzar sólidas comuniones entre idealistas y materialistas. Tradicionalista heterodoxo, antiliberal, acaso carlista sociológico, Juan Manuel de Prada es un católico que no odia a sus diferentes; no todos gozan de su misma nobleza de espíritu. De Prada, como Dios, resulta acaso necesario en un país que tanto adolece de perfiles semejantes.

 En entrevista con Pablo Iglesias el escritor habla (15.41') del célebre Libre Examen protestante. En su juventud, pleno de ilusión, Lutero había tenido tiempo de viajar a Roma. El joven agustino regresaba a casa abochornado de lo visto: las aventuras del papa Borgia y su clan, la escandalosa conducta de sus cardenales, la nula fe del clero, la irrespirable humanidad de sus habitantes… Roma, epítome de corrupción, convertida en un gran burdel. "Simplemente digo que el verdadero cristianismo ha dejado de existir entre aquellos que debían haberlo preservado”. Lutero comenzaría a apelar a la necesidad de una regeneración moral. Las indulgencias enriquecían a una casta clerical que sólo garantizaba la salvación a quien podía pagársela. Alcanzar el perdón se había convertido en un lucrativo negocio; era además una impostura sin base a las Escrituras que eludía el arrepentimiento sincero. ¿Ego te absolvo? ¿Confesarse para, de este modo, volver a pecar una y otra vez desde un falsario bucle? ¿Qué amor al prójimo es ese? ¡Verdaderamente el catolicismo se ha montado un buen tinglado!

 Lutero comprobaba con disgusto una práctica religiosa convertida en argucia. A su juicio, la verdadera prueba de fe debía descansar en una verdadera autocrítica o examen interno. ¿Quién es un sacerdote para perdonar nuestros pecados en nombre de Dios? ¿Qué son las encíclicas del papa y demás doctrina de la Iglesia sino mera interpretación de unos hombres en el fondo tan pecadores como el resto?

 El Libre examen, una amenaza para la Iglesia 

 El protestantismo devenía, además, la mejor arma contra las exigencias Habsburgo. Si Carlos V había hecho del imperialismo católico el fundamento político de toda su carrera, a ojos de los príncipes alemanes, las tesis luteranas suponían ahora la posibilidad de posicionarse frente a un orden contrario a sus intereses. 

 Pero el nuevo nacionalismo religioso no sólo desafiaba el imperio y la todopoderosa hegemonía católica; también a la Iglesia como institución. El denominado Libre examen, escribe Julián Marías en su Historia de la Filosofía, “supone que, lejos de haber una autoridad de la Iglesia, que interprete los textos sagrados, ha de ser cada individuo el que los interprete. Consecuencia necesaria de este espíritu es la destrucción de la institución (…) Puesto que se dice “El hombre y Dios solos”, la Iglesia es una injerencia que se interpone entre el hombre y Dios”. Al quedarse el hombre sólo con Dios, añade Marías, se produce la pluralidad religiosa; el fraccionamiento del cristianismo protestante: Luteranos, calvinistas, anglicanos...

Dos maneras, pues, desde el ámbito de la fe, de interpretar la confesión; de ganarse u obtener la paz interior. ¿Enjuiciar cada cual sus pecados u optar por la agraciada investidura institucional de un tercero que los redima?

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