La paz; un pacto entre "caballeros"
“Veamos
el caso de una nación como la nuestra. Pobre y honrada –escribe el poeta a las puertas del exilio–. En ella unos cuantos hombres, de buena fe, nada extremistas, nada
revolucionarios, tuvieron la insólita ocurrencia, en las esferas del gobierno,
de gobernar con un sentido de porvenir, aceptando, sinceramente, como bases de sus programas políticos, un mínimum
de las más justas aspiraciones populares, entre otras la usuraria pretensión de
que el pan y la cultura estuvieran un poco al alcance del pueblo. Se pretendía
gobernar no sólo en el sentido de la justicia, sino en provecho de la mayoría
de nuestros indígenas. Inmediatamente
vimos que la paz era el feudo de los injustos, de los crueles y de los menos. Y
sucedió lo que todos sabemos: primero la calumnia insidiosa y el odio
implacable a aquellos honrados políticos, después la rebelión hipócrita de los
militares, luego la rebelión descarnada, la traición y la venta de la patria de
todos para salvar los intereses de unos cuantos. Y vosotros me diréis: ¿Cómo es
eso posible? Yo os contestaré: el por qué de esa monstruosidad se ve muy claro
desde el mirador de la guerra. La paz circundante es un equilibrio entre fieras
y un compromiso entre gitanos (perdón, ¡pobres gitanos!, es un decir),
llamémosle mejor un gentlemen’s agreement.
- Antonio Machado / Juan de Mairena
Qué triste, lúcida y extraordinaria cita. Trae a mi memoria otras dos que, por así decir, se complementan. Esta, del mismo autor: "En España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa". Y esta otra del recientemente desaparecido Rafael Sánchez Ferlosio: "¡Ay, Dios mío! Tengo miedo de haberme vuelto tan histérico para ciertas cosas que ya es que no me van a aguantar ni las paredes. Me basta con que se me junte, por un lado, en el rabillo del ojo el tremolar de la más inocente rojigualda, limitándose acaso a celebrar la cobertura de aguas de una obra, por otro, ya de frente a la pupila, un cartel de toros de una corrida en Castellón de la Plana todavía chorreando pegajosos y hasta obscenos goterones de engrudo blanquisucio y, en fin, para rematar, en el oído cuatro o cinco compases de El gato montés o de Marcial, tú eres el más grande, allá en la lejanía para que, literalmente, me prendan fuego cuerpo y alma a la vez en medio de la calle y clame a toda voz, no sé si al cielo, a la tierra o al infierno, como si fuese mi último suspiro '¡¡¡Odio España!!!' (Os juro, amigos, que no puedo más)".
ResponderEliminarUn saludo.