En
1566, en Países Bajos han transcurrido sólo ocho años desde la muerte de su
gran emperador. Una hija suya, Margarita de Parma, hermanastra de Felipe II, resulta una más que adecuada regente al servicio de la Monarquía hispánica.
Pero la Monarquía persigue acaparar todo cargo desplazando del aparato de gobierno el tradicional organigrama autóctono. Al temor a la pujanza de la herejía, se suma la obsesión por garantizar el absolutismo católico. El nuevo gobierno se despliega en detrimento de la clase dirigente flamenco-neerlandesa. Se trata, por un lado, de laminar los tradicionales derechos y libertades de la tierra; por otro, de una reordenación territorial (nuevos decretos tridentinos) instalando por doquier obispos católicos.
Pero en Flandes, pretender erradicar los nuevos cristianismos implica la matanza indiscriminada de, prácticamente, la mitad de una población que ya no es católica. La sociedad en su conjunto exige la abolición de las leyes contra la herejía –placards–, un régimen de terror que, siendo posible en los reinos peninsulares de la Monarquía, es allí inconcebible.
El Compromiso de Breda
En abril de 1566, entre doscientos y trescientos nobles liderados por Guillermo de Orange marchan a caballo hasta el palacio de la gobernadora. Le presentan a Margarita el Compromiso –o Moderación– exigiendo la inmediata paralización de las ejecuciones contra la población, así como la abolición de la Inquisición y las leyes contra la herejía. Dos connotados grandes, Egmont y Horn, viejos compañeros de fatigas de Carlos, actuales servidores de Felipe, no han secundado la protesta pero todos son conscientes de que cualquier otra opción no será admitida por la población.
Margarita firma la Moderación sin permiso de Felipe. Buena conocedora de la sociedad flamenca, la protesta de su nobleza le ha causado un gran disgusto; la gobernadora es muy consciente de que las cosas no se están haciendo bien. Lo ha intentado todo para hacerle comprender a su hermano: “casi la mitad de la población practica o simpatiza con la herejía”.
Pero la Monarquía persigue acaparar todo cargo desplazando del aparato de gobierno el tradicional organigrama autóctono. Al temor a la pujanza de la herejía, se suma la obsesión por garantizar el absolutismo católico. El nuevo gobierno se despliega en detrimento de la clase dirigente flamenco-neerlandesa. Se trata, por un lado, de laminar los tradicionales derechos y libertades de la tierra; por otro, de una reordenación territorial (nuevos decretos tridentinos) instalando por doquier obispos católicos.
Pero en Flandes, pretender erradicar los nuevos cristianismos implica la matanza indiscriminada de, prácticamente, la mitad de una población que ya no es católica. La sociedad en su conjunto exige la abolición de las leyes contra la herejía –placards–, un régimen de terror que, siendo posible en los reinos peninsulares de la Monarquía, es allí inconcebible.
El Compromiso de Breda
En abril de 1566, entre doscientos y trescientos nobles liderados por Guillermo de Orange marchan a caballo hasta el palacio de la gobernadora. Le presentan a Margarita el Compromiso –o Moderación– exigiendo la inmediata paralización de las ejecuciones contra la población, así como la abolición de la Inquisición y las leyes contra la herejía. Dos connotados grandes, Egmont y Horn, viejos compañeros de fatigas de Carlos, actuales servidores de Felipe, no han secundado la protesta pero todos son conscientes de que cualquier otra opción no será admitida por la población.
Margarita firma la Moderación sin permiso de Felipe. Buena conocedora de la sociedad flamenca, la protesta de su nobleza le ha causado un gran disgusto; la gobernadora es muy consciente de que las cosas no se están haciendo bien. Lo ha intentado todo para hacerle comprender a su hermano: “casi la mitad de la población practica o simpatiza con la herejía”.
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