20 oct 2018

El paulatino regreso al orden natural

  Habiéndose celebrado el denominado Pacto de San Sebastián (agosto de 1930), y en víspera del regreso a Madrid, el conservador Miguel Maura, el socialista Indalecio Prieto y Manuel Azaña se daban cita para cenar en la parte vieja donostiarra. Escribe Azaña en sus diarios: 

  "Fuimos a cenar a Casa Nicolasa, donde Prieto se atracó de calamares en su tinta, y, en el mismo comedor, vi que cenaba un señor calvo y aguileño en compañía de una joven rubia guapísima. Es una de las mujeres más guapas que he visto. “¿Quién es?” pregunté al ver que Maura y Prieto le saludaban.  

  –Es March.

  Durante la cena, Prieto, desde nuestra mesa le dirigía algunas bromas, y entre otras, ésta: “Ya podía usted desprenderse de dos millones, para congraciarse con la revolución, y que no le haga nada”. March se sonreía como un conejo".

 Meses después, en julio de 1931, apenas proclamada la II República, y ya celebrada la primera vuelta de las Elecciones generales con resultado de clara tendencia progresista, Azaña, titular por entonces del Ministerio de Guerra, era ya informado por un comandante del Ejército de una conspiración golpista liderada por Sanjurjo que, sobre el papel, terminaría por entregar la presidencia del Ejecutivo a Lerroux.

 El golpe, fracasado finalmente en agosto de 1932, dejaría entre sus implicados a varios hombres de la extinta dictadura monárquica. Entre otros –señala Julián Casanova–, a Juan Pujol, agente de Juan March y director del diario pronazi Informaciones. March terminaría posteriormente encausado por varios delitos y finalmente encarcelado. Fugado no obstante, y desde el exilio, el banquero contribuiría de manera decisiva al golpe definitivo tras el triunfo electoral del Frente Popular.

 Diría Mussolini que el fascismo no es sino el pragmatismo absoluto llevado a la política. No le faltaba razón. Todo puede zanjarse civilizadamente con una sonrisa.

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