Josep Ramoneda / El País
Albert
Rivera e Inés Arrimadas arrancando lazos amarillos, 80 encapuchados en nocturna
operación de limpieza de tan ofensivo emblema. Los jefes bajan a la calle, los
más aguerridos de sus bases se erigen en comando patriótico. Dicen que lo hacen
por desidia del gobierno. Es decir, en suplantación de una autoridad que
estaría eludiendo su responsabilidad. O sea que le piden al gobierno que
restrinja la libertad de expresión. Albert Rivera no ha resistido la presión de
los que, en su entorno mediático, buscan aureola de héroes magnificando las
amenazas de sectores del independentismo que en buena parte viven de la
publicidad que les dan sus enemigos. Rivera ha acabado bajando a la calle y
colocando a los suyos en orden de pelea.
Uno
de los problemas de este conflicto es la enorme sensibilidad de cada una de las
partes al ruido que generan sus entornos más radicales. Y, en este sentido,
Rivera ha actuado como Puigdemont cuando no se atrevió a convocar elecciones
porque le llamaban traidor o como los líderes soberanistas que reconocen en
privado los límites del envite pero siguen alimentando el fuego sagrado con sus
discursos y sus amenazas. Una dependencia que revela falta de autoridad.
Con
los movimientos de estos últimos días, la estrategia de Ciudadanos ha quedado
clara: la confrontación. Hay que conseguir que el independentismo caiga en las
provocaciones para poder marcarlo definitivamente con el estigma de la
violencia. Y evitar así que el conflicto se abra y aparezcan nuevas alianzas y
adquieran protagonismo otros actores. Es el mismo pánico que siente Puigdemont.
Ciudadanos necesita la estrategia frentista, sin espacio para la complejidad y
para el reconocimiento real del problema. Hacer del adversario el enemigo,
estigmatizarlo como retrógrado, antidemocrático y violento. Y es preocupante la
complicidad que encuentra en gran parte de los medios de comunicación. Y la
ausencia de voces ajenas al independentismo advirtiendo de los peligros de una
estrategia alimentada con la perversa doctrina de que solo la confrontación
puede evitar la dictadura (sospechosa idea en tiempos en que Europa vira hacia
el autoritarismo postdemocrático).
Ciudadanos
ha recibido un golpe fuerte. La soberbia —estigma de los débiles— nubló la
razón a Albert Rivera y la moción de censura y la crisis del PP le han pillado
en fuera de juego. Se veía presidente del Gobierno y vio cómo su espacio se
estrechaba de la noche a la mañana. Casado es un adversario más difícil que
Rajoy para Rivera porque el argumento generacional ya no cuenta y porque ha
asumido la deriva de la derecha europea, que Ciudadanos trasladó aquí al
desplazarse a la extrema derecha. Bajar a la calle es un gesto con doble
objetivo: apostar por nuevas medidas de excepción para acorralar a Sánchez y
desafiar a Pablo Casado en la lucha por el título de Salvini español. El
silencio de tantas voces liberales o progresistas asusta. No todo vale contra
el demonio independentista
Está
en juego la libertad de expresión. La crítica y cuestionamiento de las
instituciones y de las decisiones que desde éstas se toman es un derecho
esencial en democracia. Como lo es la natural iconoclastia contra símbolos y
representaciones del Estado. Una sociedad que no es capaz de generar su propia
negatividad está adocenada. Expresar a través de un símbolo —los lazos
amarillos— la indignación que amplios sectores de la sociedad catalana sienten
contra la situación de los presos soberanistas puede ser cursi, pero es un
ejercicio perfectamente legítimo de libertad de expresión. Cualquiera que esté
disconforme puede montar cuantas campañas y movilizaciones crea necesario para
combatirla. Pero no destruir los signos con que se expresa el adversario.
Arrancar la palabra del Otro es una agresión. Sorprende que sectores tan
sensibles a cualquier exceso del independentismo sean tan benévolos con
Ciudadanos y su estrategia de la tensión. Y contribuyen a ampararle en un
legalismo de vía estrecha que confunde la realidad con la ley.
Se
habla de la neutralidad del espacio público. No, no es neutral, es de todos que
es muy distinto. El espacio público es el único al que accedemos en igualdad de
condiciones sin pagar peajes. Es el lugar natural de la expresión libre. Y el
que quiere expresarse que lo haga: con sus propias banderas, no arrancando las
de otros. Ciudadanos consiguió sacar a la calle al españolismo en Cataluña,
pero ¿qué pretende ahora? ¿Echar a los demás?
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