El 30 de marzo de 2014, coincidiendo con la publicación del libro La Gran Desmemoria, Miguel Ángel Mellado entrevistaba a su autora, Pilar Urbano.
El lacónico e intrigante arranque que el Nobel de Literatura Coetzee utiliza en su novela Tierras de Poniente sirve para entender la trayectoria de Pilar Urbano (1940): "Me llamo Eugene Dawn. No puedo hacer nada al respecto. Empiezo, pues". La periodista tampoco puede hacer nada, ni quiere, al respecto: cada libro de investigación que publica se convierte, irremisiblemente, en luminosos fuegos explosivos que alumbran rincones desconocidos de la Historia reciente y provocan sonoras polémicas.
'La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar', a la venta desde el jueves próximo, no dejará indiferente a nadie, ni a los dos grandes protagonistas, Juan Carlos de Borbón y Adolfo Suárez (éste, desde el más allá), ni a los lectores. Y contribuirá, seguro, a poner luz en aquel ominoso episodio del 23-F, repleto de claves ocultas e historias no contadas. Pilar Urbano las desentraña con la pasión y el atrevimiento de quien se empecina en buscar la esquiva verdad. Adolfo Suárez ya descansa en paz en su morada eterna, la catedral de Ávila. El duque del Olvido. Y el Rey permanece en el Palacio de la Zarzuela, en las mismas estancias en las que, según Urbano, se preparó la Operación Armada contra el presidente Suárez. En esos aposentos donde los artífices del paso de la dictadura a la democracia se pelearon al borde de lo físico, como el libro descubre. El Rey vive sin querer recordar, mientras el fantasma conciliador del gran presidente de la democracia revive en el espíritu de un libro preñado de datos y fuentes.
Tras leer su libro no me extraña que el Rey y Suárez no quisieran recordar episodios que cuenta.
El lacónico e intrigante arranque que el Nobel de Literatura Coetzee utiliza en su novela Tierras de Poniente sirve para entender la trayectoria de Pilar Urbano (1940): "Me llamo Eugene Dawn. No puedo hacer nada al respecto. Empiezo, pues". La periodista tampoco puede hacer nada, ni quiere, al respecto: cada libro de investigación que publica se convierte, irremisiblemente, en luminosos fuegos explosivos que alumbran rincones desconocidos de la Historia reciente y provocan sonoras polémicas.
'La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar', a la venta desde el jueves próximo, no dejará indiferente a nadie, ni a los dos grandes protagonistas, Juan Carlos de Borbón y Adolfo Suárez (éste, desde el más allá), ni a los lectores. Y contribuirá, seguro, a poner luz en aquel ominoso episodio del 23-F, repleto de claves ocultas e historias no contadas. Pilar Urbano las desentraña con la pasión y el atrevimiento de quien se empecina en buscar la esquiva verdad. Adolfo Suárez ya descansa en paz en su morada eterna, la catedral de Ávila. El duque del Olvido. Y el Rey permanece en el Palacio de la Zarzuela, en las mismas estancias en las que, según Urbano, se preparó la Operación Armada contra el presidente Suárez. En esos aposentos donde los artífices del paso de la dictadura a la democracia se pelearon al borde de lo físico, como el libro descubre. El Rey vive sin querer recordar, mientras el fantasma conciliador del gran presidente de la democracia revive en el espíritu de un libro preñado de datos y fuentes.
Tras leer su libro no me extraña que el Rey y Suárez no quisieran recordar episodios que cuenta.
¿A qué se refiere?
Especialmente
a seis encuentros calientes, explosivos, que el Jefe de Estado y el presidente
del Gobierno tuvieron el 4, 10, 22, 23 y 27 de enero de 1981. Y el día después
del golpe, el 24 de febrero del 81.
Empecemos por el 4 de enero de 1981. Un día
antes, en vísperas de la Pascua Militar, el
Rey recibe a Alfonso Armada en Baqueira, en La Pleta. Como venía haciendo
al menos desde julio de 1980, el general calienta la cabeza a don Juan Carlos,
le come la oreja, sobre la situación límite que vive España. Ese día, insisto,
dos jornadas antes de la Pascua Militar del 5, día del cumpleaños de su
Majestad, le da una «solución de Estado». Le
plantea que ya tiene a punto, no un golpe de Estado, sino un golpe de timón, un
golpe de Gobierno. Armada, en el que el Rey confía plenamente, ha tenido
numerosas reuniones con políticos en activo de todos los signos. ¡Cuidado! No
son el búnker. Son políticos de partidos con representación parlamentaria, como
el PSOE y Alianza Popular, entre otros.
El gran obstáculo para el Rey para
este golpe de timón, por lo que cuenta en su libro, sigue siendo Adolfo Suárez.
«No sé cómo quitármelo de encima»,
exclama durante meses ante diferentes interlocutores.
Efectivamente. Por eso el Rey no espera a
volver a Madrid y llama a Suárez, que descansa en Ávila, para que se presente
en Baqueira de manera urgente el 4 de enero. A Adolfo le parece rara tanta
urgencia, se desplaza a Baqueira en helicóptero. Esa conversación será el
primer choque de una serie encadenada en las semanas siguientes. La reunión
empieza sin crispación. Poco a poco se va calentando. No hay insultos, pero sí
«tuteos». Se hablan claro. El Rey le dice al presidente que, si no hacen algo,
los militares se le echarán encima. Don Juan Carlos siempre tuvo miedo a los
ejércitos.
El
Rey tendría presente lo que Armada le había dicho el día antes.
Sí. El mensaje de Armada fue muy claro: Suárez sobra y es urgente poner remedio
a esta situación. El general le pinta al Rey una situación de pregolpe. Le
informa de que con Suárez fuera del Gobierno podría armarse un gobierno de
concentración nacional que evitaría el golpe militar. Y que desde Fraga a Felipe González están
dispuestos a entrar en el Gobierno. Por eso, don Juan Carlos tiene urgencia
para que Suárez visualice que sobra. Y lo hace el 4 de enero. Suárez intuye que podría estar en marcha
una moción de censura contra él, orquestada por Armada con la ayuda de
numerosos diputados, entre ellos, muchos de su mismo partido, que cuenta con
168 diputados.
¿El
Rey expone con claridad a Suárez que la solución pasa por un militar al frente
de ese gobierno de concentración?
El Rey habla con Suárez de un problema
militar y de que Armada puede solucionarlo. Pero no le dice que Armada iría de
presidente, sino que podría reconducir la situación. Don Juan Carlos traslada
al presidente el panorama apocalíptico militar descrito por Armada, con varios
golpes militares en marcha. La realidad es que había sido el propio Armada, con
el CESID (Centro Superior de Información de la Defensa, precedente del actual
CNI) y el comandante Cortina junto a civiles, políticos, empresarios, periodistas...,
quienes habían puesto en marcha el ventilador para crear ese clima de ruido de
sables. Se había ido creando un ambiente para que pareciera que antes de que
llegara lo peor, un golpe militar puro y duro, lo intermedio, o sea, la
Operación Armada, el golpe de timón o golpe de gobierno, sería lo mejor. El Rey le insiste a Suárez que son
necesarios remedios extraordinarios. Y cuando Suárez le pregunta que a qué
se refiere, don Juan Carlos, tras hablarle de ministros inteligentes, de que la
oposición le está tendiendo la mano, de que se olvide de sus sueños de
grandeza..., concluye: «Voy a serte
franco, con otro hombre en la presidencia». Suárez vuelve destrozado a
Madrid. Se da cuenta de que le han encontrado sucesor.
10
de enero de 1981. El Rey se presenta en Moncloa en moto, sin avisar.
Ese día hay una gran gresca entre los dos.
El Rey solía llegar de improviso a Moncloa. Con su desparpajo conocido, pedía:
«¿Me dais de comer? ¿Ha sobrado paella?». Esta vez la visita no era tan
amigable. Quería hablar de una vez por todas con claridad con Suárez. Salen a
dar un paseo por los jardines. «Vengo a hablarte de dos asuntos que alguna vez
ya te he esbozado, pero hoy quiero resolverlos. Mi viaje al País Vasco y el
traslado de Armada a Madrid». La conversación sube de tono. Un testigo me
cuenta que el Rey y el presidente gesticulan cada vez de manera más ostensible.
Armada, destinado en Lérida, es un tema tabú para Suárez. El Rey quiere traerlo
a Madrid, al Estado Mayor, de segundo JEME. Es la bicha para Suárez; sabe que
es el hombre destinado a cortarle la cabeza. Es entonces cuando Suárez vaticina
al Rey que Armada no es la solución al golpe militar del que el Rey le habla
insistentemente, sino el problema.
El
Rey piensa lo contrario: tú eres el problema y el otro la solución.
Su Majestad llevaba año y medio oyendo de
militares, de empresarios, de banqueros, de algunos obispos, de catedráticos,
de gente de distintos sectores sociales, de algunos periodistas, que todo iba
muy mal y que había que cambiar el Gobierno y a su presidente. Lo que un
banquero, ya en el verano de 1980, en su visita al monarca definió como
«cambiar el alambre, pero no los postes». Todos parecían olvidar, empezando por
el Rey, que sólo las urnas pueden cambiar al partido gobernante y a su
presidente. En realidad fue el 5 de julio de 1980, siete meses antes del 23-F,
cuando se produjo un primer anuncio en Zarzuela de que el Rey había decidido
entrar en acción.
Sigamos
con la visita del Rey a Moncloa.
El Rey, en un momento, coge del codo al
presidente. Lo agarra para que se pare. Suárez, según mi testigo presencial, se
desembaraza de un tirón. Nada que ver con la foto amable que años después el
hijo de Suárez tomaría, con el Rey y el ex presidente, ya enfermo de alzheimer,
paseando por el jardín de la casa familiar. «Un momento, no te embales», dice el Rey a Suárez, y éste le contesta:
«Me embalo porque sé lo que digo; Armada es un enredador que vende humo, que
vende conspiraciones, sediciones, sublevaciones. Y lo malo es que se las vende
al propio Rey». Suárez se mantiene en sus trece y se niega a traer a Armada
a Madrid. Ahí rompieron.
El
Rey ya no controla a Suárez. No puede conseguir ni traer a Armada a Madrid...
Nunca pensó que la persona que él eligió
como presidente (julio de 1976) pudiera llegar a este extremo. Él, que muchos
años atrás, cuando empezaba a reinar, había dicho a Torcuato Fernández Miranda:
«Hombre, yo creía que iba a ser como Franco pero en Rey».
22
de enero de 1981. Suárez está en Zarzuela...
Aquello fue muy fuerte. Suárez subió a
Zarzuela como solía hacer en vísperas del consejo de ministros. Lo cuento en el
capítulo titulado Suárez, el Rey, un perro, una pistola.... Ya no son
desencuentros, ya están a mandoblazos, sobre todo por parte del Rey. «El Rey
consulta, escucha y hace caso a cualquiera antes que a mí», se queja Suárez.
Don Juan Carlos ve al jefe del Gobierno sin rumbo. Utiliza en algún momento la
frase de Abril Martorell, íntimo y fiel colaborador de Suárez: «Eres un arroyo
seco», sin un norte ilusionante. Tras combatir en una esgrima de reproches, Suárez espeta al Rey: «Hablemos claro,
señor, yo no estoy en el cargo de presidente porque me haya puesto ahí su
Majestad». «Lo que no es normal, por muy legítimo que sea, es que yo diga blanco
y tú negro. Las cosas han llegado a un punto en que cada vez coincidimos en
menos temas», expresa don Juan Carlos. El cruce de reproches crece en
grados. «Me temo que empezamos a dar la impresión de dos jefaturas que en lo
importante discrepan», dice Suárez. Y recuerda al Rey que es presidente por las
urnas, en las que obtuvo 6.280.000 votos (en 1979). «Tú estás aquí porque te ha
puesto el pueblo con no sé cuántos millones de votos... Yo estoy aquí porque me
ha puesto la Historia, con setecientos y pico años. Soy sucesor de Franco, sí, pero soy el heredero de 17 reyes de mi
propia familia. Discutimos si OTAN sí u OTAN no, si Israel o si Arafat, si
Armada es bueno o peligroso. Y como no veo que tú vayas a dar tu brazo a
torcer, la cosa está bastante clara: uno de los dos sobra en este país. Uno de
los dos está de más. Y, como comprenderás, yo no pienso abdicar».
(Pilar Urbano relata que cuando Suárez oye
la palabra abdicar, él mismo dice que sería el mayor fracaso de todos sus
empeños y que, llegados a este punto, lo mejor es disolver las Cortes para que
el pueblo hable, ya que no cuenta con el apoyo del Rey ni con parte de su
partido, y sí con la animadversión de la oposición. El Rey le responde que eso
sería una locura y que se niega a disolver las Cortes).
¿Plantea
el Rey a Adolfo Suárez la dimisión?
En realidad le dice que no puede impedir
que dimita, pero que disolver las Cámaras supondría un nuevo parón nacional,
con la crisis económica que había. «Aquí lo que hace falta es un gobierno
fuerte, cohesionado, que cuente con una mayoría estable y que gestione. Por
tanto, no voy a firmar el decreto de disolución». La bronca crece y crece
cuando el presidente recuerda al Rey que, según la Constitución, la disolución
no corresponde al jefe del Estado y que éste no puede negarse a firmarla.
Con
la Constitución como arma arrojadiza...
Y el Rey, entonces, comete una indiscreción
al recordar a Suárez que también el artículo 115 advierte que no se podrán
«disolver las Cortes si está en trámite una moción de censura». Nadie había
hablado de moción de censura. Se le escapó inconscientemente lo que le daba
vueltas por la cabeza: una dimisión repentina invalidaría el plan de derrocarle
por la vía intachablemente parlamentaria de la moción de censura. Y una
disolución dejaría la Operación Armada en papel mojado. Por tanto, el Rey no
quería que Suárez dimitiera todavía, ni disolviera las Cortes. Y de manera
entre infantil y desesperada le dice a Suárez que no piensa firmar, que se irá
de viaje, que se pondrá enfermo... La discusión subía y subía de tono. Llegaron a alzarse la voz con tal rudeza
que el perro del Rey, Larky, un pastor alemán, tumbado en la alfombra del
despacho real, comenzó a ladrar y, excitado, se arrojó contra Suárez. «Casi me
muerde los coj...», me contó Suárez tiempo después. El Rey saltó y sujetó
al perro. Más allá de esta anécdota, Suárez le leyó la cartilla al Rey, el
hombre que lo había elegido para, juntos, hacer Historia.
23
de enero. El Rey precipita su regreso a Madrid. Está de cacería, pero cuatro
tenientes generales se han presentado en Zarzuela.
Cuatro y un almirante. Los tenientes
generales Elícegui, Merry Gordon, Milans del Bosch y Campano López, de las
regiones de Zaragoza, Sevilla, Valencia y Valladolid. Desde Zarzuela avisan al Rey, que tiene que suspender la cacería. Por
cierto, los compañeros de montería se indignan con el Rey porque el helicóptero
ahuyenta las piezas. Estos generales están pensando un golpe a la turca. Ya
habían enviado una carta a Zarzuela, por el conducto reglamentario, como me
dijo el general González del Yerro. Al no obtener respuesta, se presentan en
Zarzuela. Entra el Rey, jefe y compañero de armas, y cuando comienzan con la
retahíla de quejas, les dice: «Un momento, yo soy el Rey. El Rey reina, pero no
gobierna. Decídselo al jefe de Gobierno». Llama a Suárez. En un rato está en Zarzuela.
«Realmente estos que hay dentro quieren verte a ti». Y don Juan Carlos se
ausenta. Nadie se sienta y Suárez advierte a los entorchados que Zarzuela no es
el sitio para hablar; que si quieren, él los recibe en Moncloa, que es la sede
del presidente de Gobierno.
Y
aparece la primera pistola.
Milans dice a Suárez que por el bien de
España debe dimitir ya, cuanto antes. Y es cuando Suárez pide al luego golpista
que le dé una razón para ello. En ese momento, Pedro Merry Gordon saca del
bolsillo de su guerrera una pistola Star 9mm, se la pone en la palma de la mano
izquierda y mostrándola dice al presidente: «¿Le parece bien a usted esta
razón?». El Rey, en la escalera, le advierte: «¿Te das cuenta de hasta dónde me
estás haciendo llegar?». Y le reitera que la solución para evitar el golpe
militar pasa por un cambio de Gobierno.
Dos
últimas fechas para olvidar esta tragedia en las relaciones de los dos parteros
de la Transición. 27 de enero, con el golpe en puertas.
Suárez acude a Zarzuela para comunicar al
Rey que tira la toalla, que se va. Antes almuerza con los Reyes. Al acabar,
suben los dos al despacho. «¿Qué es eso tan importante que tienes que
decirme?», inquiere el Rey. «Que me voy, señor. Sí, he pensado muy seriamente
que debo irme. Irme y, como decía Maura,
que gobiernen los que no me dejan gobernar». El Rey escucha en silencio,
sin mover un músculo. Con pose de rey, no de amigo. Asiste, impávido, a la
explicación de Suárez, que se queja de tener el enemigo dentro. Él ya sabe, como me dijo años después
Sabino, que estaba en marcha una moción de censura movida y encabezada por
Armada. Gente de su partido, como Herrero de Miñón, participa activamente.
Piensa que con su dimisión podrá desactivarla. Pero Armada se veía ya como
presidente de un gobierno de concentración, una operación que comenzó a
trazarse en Zarzuela en julio de 1980. Ya hablaremos luego de esto...
¿El
Rey no hizo el menor amago pidiéndole que siguiera?
En absoluto. Descuelga el telefonillo
interior y llama a Sabino: «Sabino, sube, sube inmediatamente». Cuando llega,
don Juan Carlos le suelta: «Sabino, que éste se va». Ni un abrazo, ni un gesto.
Como si se sintiera liberado. «¿Qué hay que hacer ahora? ¿Qué pasos? Es la
primera dimisión de un presidente en democracia», pregunta al fiel secretario.
Punto y final. Al día siguiente, el 28, Suárez lleva la carta de dimisión a
Zarzuela. Su publicación en el BOE se retrasa durante semanas. El acto de Suárez de dimitir por sorpresa
tiene enormes consecuencias porque deja a los golpistas, militares y civiles,
sin argumentos para la sublevación.
Última
fecha. 24 de febrero de 1981. Horas después de acabar el secuestro de Tejero.
Suárez se presenta en Zarzuela.
Suárez, tras ser liberado, es informado por
Francisco Laína de que ha sido Armada quien ha arreglado la liberación de los
secuestrados y de que el mismo Armada había estado metido en el golpe hasta las
cejas. Ya en Moncloa, se encierra con sus colaboradores directos Arias-Salgado
y Meliá, y les pide un informe técnico urgente para revocar su dimisión. La
investidura de Calvo-Sotelo, interrumpida por Tejero, se reanudará el día
siguiente, 25, a las seis de la tarde. El cese de Suárez aún no se ha publicado
en el BOE. «Hay mucho que limpiar, apuntalar, poner coto a los que quieren
quitarnos la libertad. Si legalmente puedo, volveré. Eso sí, respaldado por la
más Grosse Koalition que pueda constituir», dice a sus íntimos.
Y
acto seguido, va a Zarzuela a hablar con el Rey. Por llamarlo cortésmente.
Es el enfrentamiento más duro, durísimo,
que Suárez tiene con el Rey. Se lo contó a muy pocas personas recién ocurrido,
y 12 años después lo revivía con las mismas palabras. Leo a partir de la página
701 de mi libro: «Arriba, en la puerta, me espera Sabino. Me da un abrazo. Yo
se lo tomo. Al que no se lo puedo tomar es al "Otro". Entro en el despacho del Rey. Está vestido
de uniforme. Es mediodía. Tiene allí a su perro Larky, el que me atacó la otra
vez. Estamos solos, le tuteo.
-Nos la has metido doblada.
-¿De qué me hablas?
-Hablo de que, alentando a Armada y a
tantos otros, jaleándolos, dándoles la razón en sus críticas, diciéndoles lo
que querían oír de boca del Rey, tú mismo alimentaste el dichoso malestar
militar (...) Sabes cómo entre el Guti (el general Gutiérrez Mellado), Agustín
(Rodríguez Sahagún) y yo hicimos trigonometría para desplazar al quinto moño a
los generales golpistas, a los que tú a la semana siguiente recibías; y cómo me
opuse al traslado de Armada.
-Pero ¿tú te das cuenta de lo que dices...
y a quién se lo dices?
-Sé demasiado bien a quién se lo digo. Esta
situación la has provocado tú.
-Noooo. Al revés, la has provocado tú y la
he evitado yo».
O
sea, que Suárez acusa al Rey de promover el golpe de Armada.
Para
Suárez está clarísimo ya en ese momento que la Operación Armada nace en
Zarzuela y que el alma es el Rey: que don Juan Carlos es el muñidor para que
Armada sea el presidente de un gobierno de concentración. Incluso que el mismo
Rey conocía el Gobierno que el golpista tenía preparado. Un Gobierno en el
que, entre otros, Felipe González iba de vicepresidente. En el transcurso de
esa conversación con tono elevadísimo, Suárez alaba el comportamiento digno del
«pobre Guti, un anciano, cuatro huesos», y critica, en cambio, al «otro», «a
gatas debajo del escaño», refiriéndose al presidente a punto de ser investido,
Calvo-Sotelo. Pero el clímax de la pelea verbal se alcanza cuando Adolfo
advierte al Rey lo siguiente: «Quiero
revocar mi dimisión. Traigo un estudio jurídico-constitucional del proceso...».
Y saca el folio del bolsillo y lo despliega ante el Rey. Le anuncia que piensa
hacer depuraciones en el Ejército, llegando hasta donde haya que llegar. «Me estás amenazando, so cabrón? ¿Te
atreves a hablarme de responsabilidades a mí? ¿Tú... a mí? Mira -le dice el
jefe del Estado-, ni tú puedes retirar ya la dimisión ni yo voy a echarme atrás
en la propuesta de Leopoldo. ¿Todavía no te has enterado de que ha sido a ti a
quien le han dado el golpe? A ti, a tu política, a tu falta de política, a tu
pésima gestión. ¿Responsabilidades? ¡Tú eres el auténtico responsable de que
hayamos llegado a esto!». El rifirrafe entre los dos continúa y se despeña
hasta el punto de que don Juan Carlos le dice: «O te vas tú o me voy yo», no sin recordarle que no podrá formar ningún
gobierno de unidad «porque nadie va a querer ir contigo... Políticamente estás
muerto. No revoques tu dimisión. No intentes volver. Tienes que saber poner
punto y final a tu propia historia». Viéndolo así, en pie, con el uniforme
de capitán general y al otro lado de la mesa, Suárez se da cuenta, según él
mismo contaba después, de que ese señor imponente que tiene delante es el Rey.
«Junto los talones, doy un cabezazo, paso al usted y le presento mis excusas:
"Disculpe, Señor, me he excedido"». Larky, el perro, esta vez no
atacó al indignado visitante.
Pilar,
esto que usted cuenta, desconcertante por la gravedad de las acusaciones
pronunciadas por Suárez, así como por las que el jefe de Estado dirige al
presidente dimisionario, lo tendrá muy contrastado...
No me hubiese atrevido a escribirlo si no
hubiera tenido varios testigos y confidentes de Adolfo Suárez.
(Efectivamente, en el apéndice de notas se
citan las fuentes con nombres y apellidos.)
Perdóneme
que le insista más sobre sus fuentes, porque la gravedad de su narración lo
exige...
Como están documentadas en el libro, no
tengo ningún problema. He hablado con decenas de personas, y no una, ni dos, ni
tres veces. Algunos de los trances sobre los que escribo me los han ratificado
Aurelio Delgado Lito, el cuñado de Suárez e íntimo ayudante, y colaboradores
inmediatos del presidente como Antonio Navalón, Eduardo Navarro, Jaime Lamo de
Espinosa, José Pedro Pérez-Llorca, Rafael Arias-Salgado, Francisco Laína...
Lito me recordaba: «Me acuerdo que eran las cinco de la madrugada, y tú seguías
hablando con Adolfo en Galicia, en un hotel, pese a que unas horas después él
tenía una entrevista política importante». Suárez era noctámbulo y si por la
noche pegaba la hebra en confidencias, contaba cosas, sobre todo a los que nos
veía interesados en asuntos como el 23-F, sobre el que yo escribí un libro, Con
la venia, yo indagué. Adolfo iba dando pistas, claves. Tengo escrito un
capítulo sobre el GAL, que no he incluido en el libro... Adolfo era un hombre
de Estado, ante la idea de que por él pudiera sobrevenir un golpe, no lo dudó,
se fue; y cuando ocurrían cosas turbias en torno al Monarca y alguien quiso
aprovecharse o apalancarse en el Rey, Adolfo saltaba.
¿Quién
era más hombre de Estado, Suárez o don Juan Carlos?
Si Adolfo hubiese sobrevivido a todos los
golpes morales que le asestaron, podría haber llegado a ser el único candidato
a la República capaz de competir con Felipe VI. Aunque su esencia era
republicana, hizo una especie de voto de lealtad al Rey desde el republicanismo
nato de su padre y de su madre. Creía en el chusquerismo: que desde abajo se
puede llegar hasta arriba, si se trabaja; y que un rey tiene que estar sometido
a una disciplina constitucional. Déjeme decirle lo siguiente sobre las fuentes
de mi libro, con datos que he ido recopilando durante años. Adolfo no ha sido
un bocazas ni un voceras, pero en ocasiones se ha desahogado. Sobre todo, no ha
querido que la Historia se escribiera mal. Por eso escribió su 'Yo disiento de
la sentencia del 23-F'. Él me dijo más de una vez: «No dejes que te equivoquen,
Pilar, eso no fue así». Allí, en su despacho de la calle Antonio Maura, en
Madrid, hemos tenido conversaciones larguísimas y relajadas, explayándonos con
la confianza de la amistad. Con su hija Marian cerca, que le advertía «Papá,
papá...» para que no contara de más. Él, con su simpática picardía, decía: «No,
aquí con ésta puedo, ésta es del Opus».
Sé
que su libro es mucho más que el 23-F y sus circunstancias, que en él habla de
episodios llamativos en los prolegómenos de la Transición, como el día en que
el Rey se atrevió a echar al presidente Arias, o aquel momento en el que Suárez legaliza el PCE y don Juan Carlos,
curiosamente, está en París.
Claro, el libro abarca bastante más, pero usted quiere hablar del 23-F y de sus lados oscuros.
Un
poco más. Una aclaración: ¿Qué diferencia hay entre la Operación Armada y el
23-F?
El
golpe de Armada, el golpe de timón o de gobierno, presidido por él, tendría que
haber acabado en el momento en el que don Juan Carlos comienza a hacer
consultas para sustituir a Suárez. Por fin, se decide por Leopoldo
Calvo-Sotelo, pero tiene enormes dudas. Tantea a Lamo de Espinosa, a Pérez
Llorca, a Rodríguez Sahagún. En realidad, cualquiera menos Leopoldo. Hasta que
Leopoldo le soluciona la papeleta. Convence al jefe del Estado diciéndole que
él es el hombre de la derecha que busca, bien visto por el empresariado; que sacará adelante el ingreso en la OTAN,
el gran marrón del Rey ante los EEUU; la LOAPA para armonizar el tiberio de las
autonomías; que tranquilizará a los militares, porque al fin y al cabo su
apellido es Calvo-Sotelo. Además, ha sido elegido por el partido, la UCD, que
en las elecciones del 79 sacó más de 6.200.000 votos. No hay duda de que la
sustitución con Calvo-Sotelo, y no a través del montaje Armada, es
constitucional. El Rey ve que puede tener una salida fácil, libre de Suárez, y
sin correr tantos riesgos como con Armada; y es cuando abandona la Operación
Armada. Estamos hablando del 10 de febrero de 1981, a 13 días del golpe. Hasta
ese momento, la Operación Armada no tenía nada que ver con el 23-F. Terminaba
ahí.
Pero
el golpe se produce.
El 23-F, como le digo, no debería haberse
producido. Pero a Armada el Rey le había puesto los patines, y ya no quiere
parar. Y se produce el recurso a Tejero, que es un autor por convicción. De
hecho, Jordi Pujol y Marta Ferrusola, su esposa, hacen los honores de despedida
a Armada, que viene a Madrid desde su destino en Lérida. Los Pujol comentan al
general que Calvo-Sotelo será el nuevo presidente, y Armada deja caer un
enigmático «ya veremos». Lo está diciendo el día 9 de febrero. En las fechas
siguientes, Armada se ve no sé cuántas veces con el Rey: el 10, el 11, el 12, el
13. En la agenda de Armada aparece todo eso pormenorizado. Sabino, que ya se da
cuenta de que Armada está lanzado, empieza a cerrarle las puertas de palacio.
El día 13 de febrero, el Rey y Armada tienen una conversación tan importante y
grave que don Juan Carlos aconseja a Armada que vaya a contarle a Gutiérrez
Mellado todo eso de que Leopoldo no es la solución para calmar la división del
Ejército. Mellado manifestaría luego que le dieron ganas de detener a Armada
por todo lo que le dijo. A partir de ese momento podemos decir que el Rey ya se
sacude de las manos el tema Armada y sigue la senda de Leopoldo, con un
Gobierno de UCD.
Pero
Armada, como usted decía antes, «tiene puestos los patines».
Armada está motivado, Armada quiere ser
presidente, ayudado por el CESID con el comandante Cortina al frente de la
operación. Si el Rey está o no está en el 23 de febrero, si está enterado o
no... Hay cosas llamativas, raras,
anómalas. Que los hijos del Rey no vayan ese día al colegio, como tampoco
fueron al colegio los hijos de los americanos de Torrejón, que le dijeran al
médico de Zarzuela que ese día estuviera en Palacio desde por la mañana, que
cierta vedette, Bárbara Rey, declarara, ¡vaya usted a saber si es cierto!, que
el Rey la llamó diciéndole, «oye, el lunes, 23, procura no ir a recoger al
colegio a los niños, porque puede pasar algo...». Y otras curiosas
coincidencias. Igual que no se entiende lo de Osorio diciéndole a Fraga en el
Congreso, en pleno golpe, «Manolo, baja y dile a Tejero que llame a Armada».
¿Por qué quiere llamar Osorio a Armada? ¿Qué sabe él? O, también, que de los
siete padres de la Constitución, cinco conocieran en qué consistía la Operación
Armada y que durante los acontecimientos del 23-F en el Congreso estuvieran
relativamente tranquilos en sus escaños, leyendo o prestando sus abrigos a los
rehenes de oro. Leían tranquilamente Gregorio Peces-Barba, Miguel Herrero, Gabi
Cisneros, Jordi Solé Tura y Fraga, padres constituyentes, también estaban en la
lista de Gobierno de Armada. Al Rey, en
cualquier caso, la actuación de Tejero le resultó antiestética, irreflexiva,
repugnante por la violencia de los tiros... Eso no era presentable.
Lógicamente, yo tengo que pensar que el Rey no estaba en el 23-F; otra cosa es
que, bueno, Armada sí que habla con el Rey ese día, aunque luego en los juicios se quiso borrar la
interlocución del Rey esa noche. No
aparece en las actas, como si se hubiera pasado un típex: en lugar del Rey
aparece Sabino.
Lo
que queda meridianamente claro en su libro es que la gestación de la Operación
Armada, que deriva en el golpe de Estado del 23-F, pasa por Zarzuela.
Sale de Zarzuela y sigue en Zarzuela desde
julio del 80 hasta la segunda semana de febrero de 1981. Yo dejo al Rey fuera
del golpe del 23-F. Pero sí digo que, si esa noche Armada se hubiese llegado a
entender con Tejero, y Tejero le hubiese dejado pasar, como me decía Pablo
Castellano, «en esa situación, bajo la amenaza de las metralletas, todos hubiésemos
aceptado cualquier solución que no fuese una junta militar». Y mucho más si
todo se anunciaba en nombre del Rey, que es como Tejero entró en el Congreso:
«¡Paso, en nombre del Rey!».
De
hecho en su relato de aquel día pone nombre al Elefante Blanco, la máxima
autoridad militar...
Lo dice Sabino. El Sabino de los últimos
tiempos, que no estaba gagá en absoluto. Con el que fuera secretario y luego
jefe de la Casa Real mantengo unas veintitantas conversaciones, en las que se
va viendo su evolución en cuanto a libertad verbal. Sabino va contando cada vez
más, sobre todo si tú tienes la mitad del billete; entonces él te completa la
otra mitad. Igual que Suárez, tenía un deseo imponente de ser honesto. Si no le
preguntabas, no te contaba; pero si le preguntabas, sí te contaba, y te contaba
la verdad; yo no sé si toda, pero creo que casi toda...
Hablábamos
del Elefante Blanco...
Le pregunté a Sabino por el famoso tema del
Elefante, y me confesó que don Juan
Carlos metió la pata en el libro de Vilallonga (una biografía del Rey,
basada en varias conversaciones con el protagonista), cuando dijo que él «sabía, desde el primer momento, quién era el
Elefante Blanco». Suárez también dijo que «sólo dos personas saben quién
era el Elefante Blanco, y yo soy una». Si Suárez lo sabía, y desde luego él no
lo era, y el Rey también lo sabía, según él mismo le dijo a Vilallonga, y está
en la edición francesa y en la inglesa. Ergo... Después, en la versión española eso se corrigió, porque se hubiese tenido que
reabrir el sumario del 23-F. El Rey también decía en la primera edición, la
francesa, que él habló con Armada varias veces esa noche. En fin, hay un
momento en el que Sabino me dice que, en el supuesto de que, tomado el
Congreso, Armada hubiera conseguido proponer su Gobierno de concentración, y
hubiese sido necesaria la presencia de una autoridad superior al nuevo
presidente del Gobierno y que ratificara moralmente su elección, en ese caso...
el Elefante Blanco sólo podía ser el
Rey.
Me
ha sorprendido el papel de Sabino en el arranque de la Operación Armada. En
julio de 1980 habla de Armada como presidente alternativo a Suárez; en cambio,
el…
Porque se dio cuenta pronto de que la
Operación Armada desembocaría en una junta militar.
Pronto...
o tarde, porque Fernández Campo conoce la Operación Armada desde julio de 1980,
en el momento en el que el comandante Cortina, del CESID, expone al Rey cómo
tendría que llevarse a cabo el golpe de timón para cambiar a Suárez por un
independiente. «Todo dentro de la legalidad», pedía el Rey, según su libro.
Cortina se inspira en la Operación De
Gaulle y pretende hacer lo mismo en España, con una gran coalición de partidos
que apoyen a un hombre independiente. Plantea dos candidatos apartidistas, como
posibles presidentes: un civil, José Ángel Sánchez Asiaín, y un militar,
Alfonso Armada. Sabino está convencido de que el presidente en aquella
situación tenía que ser militar, y que ese hombre era Armada.
Tres
nombres propios más: Carlos Ollero, Jaime Carvajal y Urquijo, y Paddy Gómez
Acebo.
Carlos Ollero, catedrático de Teoría del
Estado y de Derecho Constitucional, hombre próximo al PSOE, es el encargado de
elaborar un informe sobre la licitud de investir a un candidato
extraparlamentario. Había sido senador real. A mediados de agosto de 1980, ese
informe llega a Armada, no a Zarzuela o Marivent. Y Armada se lo envía a Sabino
para que lo entregue al Rey. Ahí se indicaban dos vías: una, la de la moción de
censura, con un candidato alternativo, su propuesta al Rey y la posterior
investidura de éste si conseguía los votos de los dos tercios de la Cámara; y
otra, no constitucional, por la que el Jefe del Estado, «dadas las graves
circunstancias nacionales», propondría a la Cámara un presidente no
parlamentario para que fuese investido por los diputados, y que en torno a él
se nucleara un gobierno de unidad nacional. Un calco de la Operación De Gaulle,
que luego tomaría cuerpo en la Operación Armada.
Ollero
era simpatizante socialista y Felipe González también simpatizaba con la movida
anti-Suárez...
Tanto que estaba dispuesto a entrar en el
Gobierno de Armada. En mi libro cuento el almuerzo que en el segundo semestre
del 80 tiene Sabino con Felipe, Peces-Barba y Múgica. Le preguntan sobre los
rumores de golpes. Decían saber que, al menos, había dos dispositivos
golpistas, el de Tejero con la banda borracha y el de los generales. Según mis
fuentes, González dejó claro que prefería esperar a las elecciones, previstas
para 1983; pero que, como político con sentido de Estado, estaba dispuesto a
meterse debajo del paso, y arrimar el hombro en un Gobierno de concentración
que presidiera otro, por supuesto no Suárez. Entonces Sabino se mojó y lanzó en
ese almuerzo el nombre de Armada, a lo que Felipe respondió que la figura de
Armada, aunque personalmente no lo conocían, podría ser bien aceptada por
ellos, por ser quien era.
¿Qué
papel juegan en su relato Ignacio, Paddy, Gómez Acebo, hermano de Luis, cuñado
del Rey, y Jaime Carvajal y Urquijo?
Paddy Gómez Acebo, duque de Estrada, era
presidente del Instituto Gallup en España. El Rey y él se tenían gran
confianza. Un día de aquel invierno de 1980, don Juan Carlos le confiesa que la única manera de reconducir la situación
de España era formando un gobierno de coalición o de concentración nacional,
presidido por un independiente, ajeno al Mundo político, que gobierne con
energía, con firmeza. El Rey llama a Sabino para que explique la envoltura
legal de la operación y cuando éste acaba, Gómez Acebo, que al principio se quedó
bloqueado no dando crédito a lo que estaba escuchando allí, en palacio, por fin
suelta lo que piensa: «Lo mío no es una opinión, es una definición: eso se
llama primorriverismo, y me permito recordarle a Su Majestad lo que le pasó
a su abuelo, Alfonso XIII, al colocar a un general para reconducir la situación
de España ». Esa misma tarde, y con idénticos términos, el Rey explica su plan
a su amigo y compañero de colegio Jaime Carvajal y Urquijo, que le dice
exactamente lo mismo que el duque de Estrada: «Todo eso se parece demasiado a
lo que hizo vuestro abuelo nombrando a Primo de Rivera». Jaime Carvajal ha
tenido un detallazo de confianza conmigo: me dejó un buen lote de páginas de su
diario, muy ilustrativas.
¿Y
no le asusta que todas sus fuentes, las vivas, claro, se echen atrás y le
desmientan ante la fuerza de sus acusaciones?
Yo no acuso. Yo investigo e informo de unos
hechos históricos que nos conciernen y que estaban desfigurados, tergiversados,
mal historiados. Artículo 20 de la Constitución: el derecho a obtener y
transmitir información veraz. Siempre puede haber una operación desde el gran
poder influyente de la Zarzuela para silenciar mi libro... Más que por decisión
del Rey, por celo excesivo de sus edecanes y cuidadores. Sinceramente, yo no he
pretendido ir contra nadie. Pero a mi edad no sería honesto ocultar la verdad.
Yo pienso que el periodista no sólo tiene que contar historias, tiene que
contar la historia verdadera. ¿Entera? No, siempre queda mucho más. No se llega
a todo. Entiendo que habría que volver atrás para desentrañar la historia
oculta de muy altos protagonistas, con medallas colgadas por tales y cuales
acciones, que no las habían merecido porque, sencillamente, ellos no habían
sido «los héroes».
¿A
quién se refiere? ¿A su Majestad el Rey?
Bueno... la gran desmemoria de Suárez no
sólo ha beneficiado al Rey, también a Felipe González, a Osorio, a Fraga, a
Herrero de Miñón, a Segurado y a todos los comparsas de la Operación Armada,
militares, empresarios, periodistas... Yo he podido poner negro sobre blanco
determinados episodios que permanecían brumosos porque he tenido acceso a
ciertos documentos, anotaciones y diarios de Armero, de Carvajal, de Eduardo
Navarro, del propio Suárez; o porque testigos de primera fila como Martín
Villa, Lamo de Espinosa, Arias Salgado, Landelino Lavilla, Santiago Carrillo
han querido contarme cómo fue la legalización del PCE, quién estimuló y quién
puso palos en las ruedas de la Constitución... Si no, yo hubiese seguido
creyendo que el Rey fue «el motor del cambio». Y es cierto que el Rey dio su
venia al cambio de la dictadura a la democracia. Él tenía todos los poderes
heredados de Franco, y no había Constitución que le constriñese: podía haber
dicho que no. Ahora bien, en importantes momentos más que motorizar metió el
freno.
Durante
la legalización del PCE se fue a París...
Se fue a París. Doy noticias de 11 cartas
del Rey a Suárez. Sobre esto del medallero no siempre meritado, me rechina
escuchar y leer el tópico de que «el Rey nos salvó del golpe». El Rey nos salvó
in extremis de un golpe que él mismo había puesto en marcha, no queriendo que
fuera un golpe, queriendo una solución fraguada en el Parlamento; pero Suárez
le advertía: «¡Esto es un golpe!».
Traiciones,
miserias, héroes que, según usted, no lo son... ¡para echarse a llorar!
Sí, también el Rey se echó a llorar en la
madrugada del 23 al 24 de febrero. Se narra en 'La gran desmemoria'. Sabino me
lo contó varias veces. El Rey ya ha dado el discurso en televisión en la
medianoche del 23-F al 24-F. Tejero continúa en el Congreso con sus guardias
civiles. De pronto, don Juan Carlos
rompe en sollozos. «Sollozaba, recordaba Sabino, como si se le hubiera roto un
juguete. No, más que un juguete: el gran juguete, la Corona. Fue un momento
en el que el Rey no sabía cómo acabaría aquello, qué reacción militar podría
haber, él había tenido muchas conversaciones con gentes diversas, se habían
prometido carteras, estaba formado prácticamente un Gobierno... ¿Quiénes iban a callar? ¿Quiénes iban a
hablar? ¿Qué se iba a decir...?». Era de madrugada. Todo incierto. Hacía
frío físico en la Zarzuela. A las 11 o las 12 de la noche habían apagado la
calefacción en el edificio. Es entonces cuando el Rey se pone una cazadora
negra, la de piloto, no sé por qué no su guerrera militar con la que había
grabado el mensaje. Quizás el subconsciente... En la gaveta de su mesa de despacho
tenía una pistola. En aquel momento, según me contó Gómez Acebo, la puso encima
de la mesa, y luego se la metió en el cinto.
¿Suárez
debería haber sido nombrado Duque del Olvido?
Y de la lealtad. Por no contar los
servicios de lealtad que hizo al Rey. Suárez decía que tenía que «proteger al
Rey del Rey mismo», de sus campechanías, de su verbosidad, porque algún
malintencionado podía tirarle de la lengua y grabarle diciendo cosas
inconvenientes, incluso peligrosas...
No
entiendo.
La historia del Rey y su reinado no termina
el 23-F. Podríamos decir que casi empieza otra vez, ¿no? Y empieza, página
nueva, con los socialistas, largos gobiernos en los que ocurren muchas cosas en
España y en el extranjero con relación a España. Lo insinúo en el epílogo
cuando sugiero que alguien quiso blindarse en el Rey tomando precauciones y
diciendo: bueno, yo quiero defender al Rey, pero si a mí me tiran al foso
difícilmente voy a poder defenderle. En esos momentos hay un patriota que sale
a proteger al Rey: Adolfo Suárez.
Sigo
sin entender a qué se refiere.
¿Quiere usted que se lo diga más claro?
Suárez salió del Gobierno sin Toisón. El Rey se lo concedió muchos años
después...
¿Por
otros servicios?
Servicios legítimos, legales y patrióticos
prestados por Suárez. Y el Rey lo sabe.
Intuyo
que lo contará en su próximo libro...
Mire, le estoy hablando de..., pero, por
favor, apague la grabadora.
- Fuente: El Mundo
No hay comentarios:
Publicar un comentario