Hasta la caída del Antiguo régimen, clero, nobleza y tercer estado componen las tres clasificaciones de una realidad estamental caracterizada por la soberanía única del monarca. El nuevo proceso constituyente nacional, liderado por la burguesía, deriva en la conquista de la Ciudadanía. ¿Pero qué significa conquistar la Igualdad y la Libertad?
Consagrada la Igualdad civil −no contemplada por ahora a mujeres o esclavos− emerge la división entre los actores de la Revolución; nacen las discrepancias, las ideologias, los partidos. ¿Hasta dónde debe llegar la Revolución si cada hombre ya se ha convertido en libre para actuar?; ¿si todas las personas son ya potencialmente iguales? Conquistado este objetivo, gran parte de la burguesía se da por satisfecha. Los hombres mismos han sido clasificados en ciudadanos activos −con recursos− y pasivos, sin derecho al voto. ¿Hasta qué punto, pues, el Estado ha de velar por las condiciones de vida de la sociedad? Y sin embargo, para otra parte de la burguesía, más progresista, liderada por Robespierre, “existir” implica “existir dignamente”. En realidad, todo está aún por hacer.
En el camino a la construcción de la República, los jacobinos logran arrogarse una moral revolucionaria que subyuga a la burguesía monárquica. Ejecutado el rey, llega la lucha por el poder en la Convención al tiempo que se instala El Terror frente a los contrarrevolucionarios. No sólo; en marzo de 1794 Robespierre purga a los hebertistas. La Revolución sustituye la religión por conmemoraciones cívicas pero el grupo de Hébert resulta contraproducente; ateos furibundos, acaso demasiado obtusos para comprender que todo pueblo precisa de religión. "El ateísmo es cosa de aristócratas; no del pueblo" dice Robespierre. Para otros como los jacobinos indulgentes, la revolución parece haber concluído. Danton, el héroe del 10 de Agosto y fundador de los Cordeliers, ya ha roto con Robespierre y busca la unión con los girondinos; por si fuera poco, se deja arrastrar por la corrupción. ¿Qué hacer? Danton y los suyos son también ejecutados.
El Terror revolucionario, recuerda Soboul, constituía un medio de defensa nacional frente al complot aristocrático, el Terror blanco, nacido, de hecho, tras los fallidos atentados contra Collot d'Herbois y Robespierre. Era, pues, concebido desde la excepcionalidad y en tanto resultase imprescindible en defensa de la República. Pero la Revolución todo lo desborda; incluído a un Robespierre arrollado por la insuperable gravedad de la historia. El incorruptible pasa del poder absoluto a una apatía suicida; siente que ya no puede más; de la noche a la mañana parece perder toda fe en el hombre y el proceso revolucionario. "¡Tú me seguirás!" le había espetado Danton antes de ser pasado por la guillotina. En efecto, la espiral de represión sólo puede zanjarse devorando a sus propios hijos. Con la caída de Robespierre y los suyos, la Fraternidad pierde la batalla como principio-madre de la Revolución.
La salud de la convulsa República precisa con urgencia renovar su autoridad. Un prometedor y ambicioso general, Napoleón Bonaparte, va a lograr asentar la dictadura de la burguesía conservadora erigida en clase dominante de un nuevo tiempo. Bajo el imperio napoleónico comenzarán a establecerse los fundamentos de la nueva era histórica; el orden estamental está siendo sustituído por el concepto de propiedad; el feudalismo deja paso al capitalismo. La Igualdad civil consagra así la Libertad de cada hombre a gestar su propio camino en el mundo.
A lo largo del XIX, las nuevas injusticias o profundas desigualdades generadas por el capitalismo propiciarán nuevas revoluciones, esta vez socialistas, que gradualmente irán conquistando derechos y condiciones de vida más dignas para la sociedad.
Consagrada la Igualdad civil −no contemplada por ahora a mujeres o esclavos− emerge la división entre los actores de la Revolución; nacen las discrepancias, las ideologias, los partidos. ¿Hasta dónde debe llegar la Revolución si cada hombre ya se ha convertido en libre para actuar?; ¿si todas las personas son ya potencialmente iguales? Conquistado este objetivo, gran parte de la burguesía se da por satisfecha. Los hombres mismos han sido clasificados en ciudadanos activos −con recursos− y pasivos, sin derecho al voto. ¿Hasta qué punto, pues, el Estado ha de velar por las condiciones de vida de la sociedad? Y sin embargo, para otra parte de la burguesía, más progresista, liderada por Robespierre, “existir” implica “existir dignamente”. En realidad, todo está aún por hacer.
En el camino a la construcción de la República, los jacobinos logran arrogarse una moral revolucionaria que subyuga a la burguesía monárquica. Ejecutado el rey, llega la lucha por el poder en la Convención al tiempo que se instala El Terror frente a los contrarrevolucionarios. No sólo; en marzo de 1794 Robespierre purga a los hebertistas. La Revolución sustituye la religión por conmemoraciones cívicas pero el grupo de Hébert resulta contraproducente; ateos furibundos, acaso demasiado obtusos para comprender que todo pueblo precisa de religión. "El ateísmo es cosa de aristócratas; no del pueblo" dice Robespierre. Para otros como los jacobinos indulgentes, la revolución parece haber concluído. Danton, el héroe del 10 de Agosto y fundador de los Cordeliers, ya ha roto con Robespierre y busca la unión con los girondinos; por si fuera poco, se deja arrastrar por la corrupción. ¿Qué hacer? Danton y los suyos son también ejecutados.
El Terror revolucionario, recuerda Soboul, constituía un medio de defensa nacional frente al complot aristocrático, el Terror blanco, nacido, de hecho, tras los fallidos atentados contra Collot d'Herbois y Robespierre. Era, pues, concebido desde la excepcionalidad y en tanto resultase imprescindible en defensa de la República. Pero la Revolución todo lo desborda; incluído a un Robespierre arrollado por la insuperable gravedad de la historia. El incorruptible pasa del poder absoluto a una apatía suicida; siente que ya no puede más; de la noche a la mañana parece perder toda fe en el hombre y el proceso revolucionario. "¡Tú me seguirás!" le había espetado Danton antes de ser pasado por la guillotina. En efecto, la espiral de represión sólo puede zanjarse devorando a sus propios hijos. Con la caída de Robespierre y los suyos, la Fraternidad pierde la batalla como principio-madre de la Revolución.
La salud de la convulsa República precisa con urgencia renovar su autoridad. Un prometedor y ambicioso general, Napoleón Bonaparte, va a lograr asentar la dictadura de la burguesía conservadora erigida en clase dominante de un nuevo tiempo. Bajo el imperio napoleónico comenzarán a establecerse los fundamentos de la nueva era histórica; el orden estamental está siendo sustituído por el concepto de propiedad; el feudalismo deja paso al capitalismo. La Igualdad civil consagra así la Libertad de cada hombre a gestar su propio camino en el mundo.
A lo largo del XIX, las nuevas injusticias o profundas desigualdades generadas por el capitalismo propiciarán nuevas revoluciones, esta vez socialistas, que gradualmente irán conquistando derechos y condiciones de vida más dignas para la sociedad.
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