Resulta habitual comprobar
cómo el vasto legado marxista es identificado, stricto sensu, con el comunismo en tanto fracasada traducción histórico-positiva de aquel sistema.
El marxismo es, por un lado, una ciencia social, materialismo histórico, pero es también filosofía o materialismo dialéctico. En ambos casos, su esencia dinámica lleva consigo distintas aplicaciones y, desde luego, su obligado enriquecimiento. Al igual que la física, la biología o el psicoanálisis no son lo mismo ahora que hace un siglo, la esencia del marxismo es su dialéctica.
En nuestro tiempo, las grandes distorsiones de las sociedades desarrolladas no hacen sino refrendar las bases críticas del materialismo histórico. Respecto al materialismo dialéctico, la superación de la filosofía tradicional requiere la definición de una filosofía práctica, real, comprometida –materialismo– que observe el carácter aparentemente neutral de las ideologías.
En El manifiesto Comunista, Marx esboza, con apenas treinta años, los principales ejes de su pensamiento a partir de la realidad que le ofrece el misérrimo proletariado inglés a mediados del siglo XIX. Fosilizar el marxismo, interpretarlo hoy de manera estática a partir de aquella realidad original, no sería marxista.
Se puede ser marxista en cualquier país del mundo, pero naturalmente, la elaboración de un programa político marxista no puede ser idéntico en la China milenaria y feudal donde hace sesenta años arranca su particular revolución, en la desarrollada y próspera Suecia, o en España. Durante la segunda mitad del siglo XX, nadie diría que el socialismo nórdico, con el mayor nivel de vida del planeta, pudiera calificarse de comunista, y, sin embargo, sí fue definido como marxista, tanto por teóricos marxistas como liberales. Con todo, las políticas de Olof Palme en la democracia más rica y desarrollada del planeta, nada tuvieron que ver, por ejemplo, con las de otro marxista de su tiempo, Salvador Allende, en el marco de otra realidad, la de Chile, diametralmente opuesta a la sueca.
La práctica marxista depende así de cada realidad social. El marxismo aplicado, si así puede decirse, en una isla como Cuba, frente a un bloqueo comercial que busca estrangularla desde hace seis décadas es, sencillamente, imposible. Con todo, debería juzgarse en contraposición al nivel de vida de sus vecinos regionales. ¿Son países como Guatemala, El Salvador, Honduras, etc., la cristalización de la democracia exigida para la isla? De igual modo, procedería comparar a la China actual respecto a su antagónico liberal que arranca en igualdad de condiciones, La India, o el socialismo nórdico durante el último tercio del siglo XX con su paradigma antagonista, los EEUU.
El marxismo viene, en fin, condicionado por la realidad y las condiciones de existencia concretas de cada país. Los medios para alcanzar progresivamente mayores cotas de libertad –ausencia de dependencia económica–, no son los mismos en un país en vías de desarrollo, o en otro ya desarrollado y con abundancia de recursos.
En cualquier caso, la característica fundamental de un partido o de una persona que se reclamara marxista, no podría ser otra que la de someter a análisis, diagnosticar e intentar subsanar las principales fallas de cualquier sociedad en busca del mayor bienestar para su ciudadanía. Algo que iría, inevitablemente, en detrimento de aquellas minorías o grupos sociales que pudieran patrimonializar su riqueza.
El marxismo es, por un lado, una ciencia social, materialismo histórico, pero es también filosofía o materialismo dialéctico. En ambos casos, su esencia dinámica lleva consigo distintas aplicaciones y, desde luego, su obligado enriquecimiento. Al igual que la física, la biología o el psicoanálisis no son lo mismo ahora que hace un siglo, la esencia del marxismo es su dialéctica.
En nuestro tiempo, las grandes distorsiones de las sociedades desarrolladas no hacen sino refrendar las bases críticas del materialismo histórico. Respecto al materialismo dialéctico, la superación de la filosofía tradicional requiere la definición de una filosofía práctica, real, comprometida –materialismo– que observe el carácter aparentemente neutral de las ideologías.
En El manifiesto Comunista, Marx esboza, con apenas treinta años, los principales ejes de su pensamiento a partir de la realidad que le ofrece el misérrimo proletariado inglés a mediados del siglo XIX. Fosilizar el marxismo, interpretarlo hoy de manera estática a partir de aquella realidad original, no sería marxista.
Se puede ser marxista en cualquier país del mundo, pero naturalmente, la elaboración de un programa político marxista no puede ser idéntico en la China milenaria y feudal donde hace sesenta años arranca su particular revolución, en la desarrollada y próspera Suecia, o en España. Durante la segunda mitad del siglo XX, nadie diría que el socialismo nórdico, con el mayor nivel de vida del planeta, pudiera calificarse de comunista, y, sin embargo, sí fue definido como marxista, tanto por teóricos marxistas como liberales. Con todo, las políticas de Olof Palme en la democracia más rica y desarrollada del planeta, nada tuvieron que ver, por ejemplo, con las de otro marxista de su tiempo, Salvador Allende, en el marco de otra realidad, la de Chile, diametralmente opuesta a la sueca.
La práctica marxista depende así de cada realidad social. El marxismo aplicado, si así puede decirse, en una isla como Cuba, frente a un bloqueo comercial que busca estrangularla desde hace seis décadas es, sencillamente, imposible. Con todo, debería juzgarse en contraposición al nivel de vida de sus vecinos regionales. ¿Son países como Guatemala, El Salvador, Honduras, etc., la cristalización de la democracia exigida para la isla? De igual modo, procedería comparar a la China actual respecto a su antagónico liberal que arranca en igualdad de condiciones, La India, o el socialismo nórdico durante el último tercio del siglo XX con su paradigma antagonista, los EEUU.
El marxismo viene, en fin, condicionado por la realidad y las condiciones de existencia concretas de cada país. Los medios para alcanzar progresivamente mayores cotas de libertad –ausencia de dependencia económica–, no son los mismos en un país en vías de desarrollo, o en otro ya desarrollado y con abundancia de recursos.
En cualquier caso, la característica fundamental de un partido o de una persona que se reclamara marxista, no podría ser otra que la de someter a análisis, diagnosticar e intentar subsanar las principales fallas de cualquier sociedad en busca del mayor bienestar para su ciudadanía. Algo que iría, inevitablemente, en detrimento de aquellas minorías o grupos sociales que pudieran patrimonializar su riqueza.