23 ene 2018

Ortega y Azaña: dos visiones de España (2/3)

 En diciembre de 1931 España se constituye en un país laico y autonómico. En Cortes ha de resolverse el encaje catalán. Faltan apenas cinco meses para que la República, acosada desde su nacimiento, sufra el primer golpe de Estado, la Sanjurjada. Por ahora, las sesiones respecto a la cuestión territorial dejan, entre otros, el destacado encuentro parlamentario entre Ortega y Azaña. No falta nadie: Alcalá-Zamora, Maura, Azaña, Lerroux, Prieto, Largo Caballero, Ortega, Marañón, Pérez de Ayala, Fernando de los Ríos, Madariaga, Unamuno...  

 El 13 de mayo de 1932 es Ortega quien tiene la palabra. "España no se ha intentado nunca" había escrito el filósofo en su España Invertebrada. Pero Ortega sólo va a admitir una visión centralista de la República: "España sólo puede aspirar a conllevarse".

  "Ahí tenemos, señorías, a España toda, tensa y fija su atención en nosotros. No nos hagamos ilusiones, fija su atención, no fijo su entusiasmo (…) Se nos ha dicho: “Hay que resolver el problema catalán y hay que resolverlo de una vez para siempre, de raíz. La República fracasaría si no lograse resolver este conflicto que la monarquía no acertó a solventar (…) ¡Alto! (…) ¿Qué es eso de proponernos conminativamente que resolvamos de una vez para siempre y de raíz un problema, sin parar en las mientes de si ese problema, él por sí mismo, es soluble, soluble en esa forma radical y fulminante? ¿Qué diríamos de quien nos obligase sin remisión a resolver de golpe el problema de la cuadratura del círculo? Sencillamente diríamos que, con otras palabras, nos había invitado al suicidio

 Pues bien señores; yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles (…) Es un problema que no se puede resolver; que sólo se puede conllevar; que es un problema perpetuo, que ha sido siempre, antes de que existiese la unidad peninsular y seguirá siendo mientras España subsista; que es un problema perpetuo, repito, y que a fuer de tal, sólo se puede conllevar (…)

 El problema catalán es un caso corriente de lo que se llama nacionalismo particularista. ¿Qué es el nacionalismo particularista? Es un sentimiento vago, de intensidad variable, pero de tendencia sumamente clara, que se apodera de un pueblo y le hace desear ardientemente vivir aparte de los demás pueblos o colectividades. Mientras éstos anhelan lo contrario, a saber: adscribirse, integrarse, fundirse en una gran unidad histórica, en esa radical unidad de destino que es una gran nación, esos otros pueblos sienten, por una misteriosa y fatal predisposición, el afán de quedar fuera, exentos, señeros, intactos de toda fusión, reclusos y absortos de sí mismos

 Y no se diga que es, en pequeño, un sentimiento igual al que inspira los grandes nacionalismos, los de las grandes naciones; no; es un sentimiento de signo contrario. Sería completamente falso afirmar que los españoles hemos vivido animados por el afán positivo de no querer ser franceses, de no querer ser ingleses. No; no existía en nosotros ese sentimiento negativo, precisamente porque estábamos poseídos por el formidable afán de ser españoles, de formar una gran nación y disolvernos en ella. Por eso, de la pluralidad de pueblos dispersos que había en la Península, se ha formado esta España compacta

 En cambio, el pueblo particularista parte, dese luego, de un sentimiento defensivo, de una extraña y terrible hiperestesia frente a todo contacto y toda fusión; es un anhelo de vivir aparte. Por eso el nacionalismo particularista podría llamarse, más expresivamente, apartismo o, en buen castellano, señerismo (…)

 Este señores, es el caso doloroso de Cataluña; es algo de lo que nadie es responsable, es el carácter mismo de ese pueblo, es su terrible destino, que arrastra angustioso a lo largo de su historia (…)

 Supongamos lo extremo: que se concediera, que se otorgase a Cataluña absoluta, íntegramente, cuanto los más exacerbados postulan. ¿Habríamos resuelto el problema? En manera alguna; habríamos dejado entonces plenamente satisfecha a Cataluña, pero ipso facto habríamos dejado plenamente, mortalmente, insatisfecho al resto del país. El problema renacería de sí mismo, con signo inverso, pero con una cuantía, con una violencia incalculablemente mayor (…) Yo creo, pues, que debemos renunciar a la pretensión de curar radicalmente lo incurable (…) Después de todo, no es cosa tan triste eso de conllevar. ¿Es que en la vida individual hay algún problema verdaderamente importante que se resuelva? La vida es esencialmente eso: lo que hay que conllevar, y, sin embargo, sobre la gleba dolorosa que suele ser la vida, brotan y florecen no pocas alegrías

 Este problema catalán y este dolor común a los unos y a los otros es un factor continúo de la Historia de España, que aparece en todas sus etapas, tomando en cada una el cariz correspondiente (…)

 Con esto, señores, he intentado demostrar que urge corregir por completo el modo como se ha planteado el problema (…) buscando lealmente una solución relativa (…) ¿Cuál puede ser ella? Evidentemente tendrá que consistir en restar del problema total aquella porción de él que es insoluble, y venir a concordia en lo demás (…

 Decía yo que soberanía es la facultad de las últimas decisiones, el poder que crea y anula todos los otros poderes, cualesquiera que sean ellos; soberanía, pues significa la voluntad ultima de la colectividad. Convivir en soberanía implica la voluntad radical y sin reservas de formar una comunidad de destino en lo histórico, la inquebrantable resolución de decidir juntos en última instancia todo lo que se decida (…) por eso es absolutamente necesario que quede deslindado de este proyecto de Estatuto todo cuanto signifique, cuanto pueda parecer amenaza de la soberanía unida, o que deje infectada su raíz. Por este camino iríamos derechos y rápidos a una catástrofe nacional (…

 España es, en su casi totalidad, provincia, aldea, terruño. Mientras no movilicemos esa enorme masa de españoles en vitalidad pública, no conseguiremos jamás hacer una nación actual. ¿Y qué medios hay para eso? No se me puede ocurrir sino uno: obligar a esos provinciales a que afronten por sí mismos sus inmediatos y propios problemas; es decir; imponerles la autonomía comarcana o regional (…) pero lo que no podemos admitir –señala Ortega posteriormente en su referencia a la Hacienda pública– es que esto se haga con detrimento de la economía española. No me refiero ahora a las cuantías, no escatimo; lo que digo es que no es posible entregar a Cataluña ninguna contribución importante, integra, porque eso la desconectaría de la economía general del país, y la economía general del país, desarticulada, no por el más o el menos de cuantía en lo que se entregara, no podría vivir con salud, y mucho menos en aumento y plenitud (...)".

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