19 abr 2020

17 de octubre de 1937

  "Hoy al mediodía he salido al jardín, con propósito de leer a la sombra de un árbol. Imposible. La embriaguez de la mañana me ha quitado la atención, y luego el deseo. Decimos que es otoño porque no hace calor. Pero un sol deslumbrante, y como un trabajo profundo, invisible, de germinación y crecimiento. Densidad de primavera. Aromas fuertes, de resina y flores. Un vientecillo ágil. Revolotean, sobre las dalias encarnadas, dos mariposas. Un labrador ara los bancales y canta a grito pelado. La tierra está blanda, migosa, suave. Después, silencio, calma luminosa. Acordes de silencio y luz. No se qué sentido capta una vibración, ni luminosa ni sonora. Imposible adaptarse a un ritmo. Se escapa, se va. Me deja atrás, se va uno de fondo, como piedra…

 El perro ha venido a hacerme compañía. Se acerca a la estanquilla, derriba un tiesto, bebe, con fuertes chasquidos de lengua, brinca sobre un arriate, troncha unos tallos, y se me queda plantado delante, mirándome de hito en hito. A los lados de la cabezota, los muñones de las orejas cortadas le ponen dos acentos puntiagudos. “¿Qué quieres, Tom? ¡Estás flaco! ¿Te echan poco de comer?” Es un mastín cachorro, manso y sociable. Poco inteligente. No entiende lo que digo, pero le gusta que le hable. No sería el primer caso. Entiende bien que soy su amigo. Se echa en el suelo tan largo como es, apoya la cabeza en las manos, su mirada me envía dos hilitos brillantes por entre los párpados entornados. Es feliz, porque nadie le hace daño, y su índole perruna no se sustrae como yo a la fascinación del natural. ¡Qué día insolente, provocador del hombre! La vida no es como aparenta en este rincón. Ni siquiera para los perros. Pienso que lo sabrían los cartujos retraídos aquí en otro tiempo, y que por saberlo se retraían. ¡Qué atroz indiferencia por el sufrimiento humano, esta calma falaz, sin moraleja posible! La matanza continúa" 

  • Manuel Azaña / Cuadernos de La Pobleta, 17 de octubre de 1937