Julián Vadillo / El Salto
Hace pocos días, el Ayuntamiento de Madrid ha presentado un proyecto de memoria histórica que ha rescatado la dimensión de la represión franquista por los fusilamientos efectuados en las tapias del cementerio de La Almudena. Un trabajo de investigación que ha ampliado la cifra de ejecuciones desde las 2.663, que había establecido el libro de Mirta Núñez y Antonio Rojas Friend, hasta 2.934, fijadas en las investigaciones del historiador y profesor de la Universidad Complutense de Madrid Fernando Hernández Holgado. Esta cuestión ha determinado que el Ayuntamiento de Madrid promueva un memorial para los fusilados en las tapias del cementerio del Este.
Pero aquí no voy a hacer un repaso a la historia de la represión en la ciudad de Madrid, que también ha ocupado algunas páginas de mis investigaciones, sino a la defensa de un oficio, el de historiador, que, con cuestiones como esta, se pone en tela de juicio por parte de algunos políticos, algunos periodistas y algunos voceros de los que crean opinión pública. Y lo hago desde la posición de quien ejerce este noble oficio de la investigación y la docencia histórica.
Hace pocos días, el Ayuntamiento de Madrid ha presentado un proyecto de memoria histórica que ha rescatado la dimensión de la represión franquista por los fusilamientos efectuados en las tapias del cementerio de La Almudena. Un trabajo de investigación que ha ampliado la cifra de ejecuciones desde las 2.663, que había establecido el libro de Mirta Núñez y Antonio Rojas Friend, hasta 2.934, fijadas en las investigaciones del historiador y profesor de la Universidad Complutense de Madrid Fernando Hernández Holgado. Esta cuestión ha determinado que el Ayuntamiento de Madrid promueva un memorial para los fusilados en las tapias del cementerio del Este.
Pero aquí no voy a hacer un repaso a la historia de la represión en la ciudad de Madrid, que también ha ocupado algunas páginas de mis investigaciones, sino a la defensa de un oficio, el de historiador, que, con cuestiones como esta, se pone en tela de juicio por parte de algunos políticos, algunos periodistas y algunos voceros de los que crean opinión pública. Y lo hago desde la posición de quien ejerce este noble oficio de la investigación y la docencia histórica.
Fue
curioso comprobar cómo, tras la exposición de resultados de las investigaciones
del profesor Hernández Holgado, siguió una lista de insultos y
descalificaciones a su investigación e, incluso, a su persona. La portada de un
periódico de este país hablando de supuestos homenajes a “chequistas” o la
vinculación instantánea del profesor Hernández Holgado a Izquierda Unida para
desacreditar su imparcialidad en las investigaciones no eran situaciones
nuevas.
Hace
dos años asistimos a uno de los ataques más espectaculares contra
investigadores e historiadores cuando una campaña contra la Cátedra Complutense
de Memoria Histórica del siglo XX tumbó un proyecto de memoria histórica para
la ciudad de Madrid bajo acusaciones de baja estofa a sus integrantes. Desde su
directora, Mirta Núñez, hasta los componentes del grupo de investigación del
mismo —incluido el que firma estas líneas—.
Y
estos ataques no venían determinados por trabajos de investigación que pusieran
en entredicho las hipótesis o conclusiones de sus integrantes. Los ataques
fueron ad hominem y vinculando a cada integrante a una ideología política
concreta y con acusaciones falsas que no se correspondían con la realidad. Pero
el objetivo de tumbar el proyecto se consiguió.
Este
tipo de actitudes se deben a varias cuestiones básicas:
En
primer lugar, al nulo respeto que se tiene al trabajo de investigación
histórica. Los historiadores o investigadores pasamos horas y horas en
bibliotecas y archivos, contrastando datos, pagando de nuestro bolsillo viajes
a recónditos lugares solo por localizar fuentes primarias que nos permitan
reconstruir nuestro pasado. Crear el armazón para escribir un libro o un
artículo científico son meses y años de investigación. Tiempos largos para
tener bien cogidos los puntos nodales de las hipótesis y conclusiones que
quieres mantener. Sin embargo, tras todos esos trabajos, determinados sectores
sociales desacreditan la investigación argumentando “falta de objetividad” por
cuestiones ideológicas, favoritismos o desconocimiento. Muchas veces los
argumentos no pasan de señalar una militancia política o el típico “yo me he
leído un libro que no dice eso”.
Segundo,
porque el oficio de historiador tiene una fácil intrusión. Los intrusos de la
Historia son frecuentes y suelen sentar cátedra y dar lecciones a aquellos que
sí siguen un criterio científico a la hora de estructurar investigaciones y
trabajos. Esto no quiere decir que para ser historiador haga falta una
licenciatura o un doctorado en la materia, pero sí hace falta saber discriminar
la información, darle sentido y coherencia como la materia científica de la
Historia reclama. Esos intrusos de la Historia montan obras en tiempo record
que se venden como churros y que desacreditan a investigadores de amplio calado
y profunda formación (profesionales en su materia).
Los
argumentos ad hominem son un recurso fácil para desacreditar. Y curiosamente,
esa desacreditación viene siempre en nuestro país cuando te vinculan a algunas
de las ideas que fueron derrotadas tras la Guerra Civil española. Ser
comunista, republicano, socialista o anarquista e historiador a la vez no puede
ser para algunos sectores, porque mediatiza tu visión y haces una historia
“subjetiva” y “militante”. Sin embargo, se reclama esa “objetividad” desde
grupos que son también políticos y mediatizan su visión a partir de la llamada
“equidistancia”. Si un historiador es profesional, su ideología política no le
mediatiza. Y esos historiadores a los que se acusa de ello tienen obras de
investigación que son fundamentales para entender nuestro pasado inmediato.
Además,
es muy curioso que estas cuestiones estén tan en boga, pues en otros tiempos no
eran así. Albert Soboul pasa por ser uno de los historiadores más afamados y
más importantes sobre la Revolución francesa. Sus teorías, algunas hoy
superadas, son parte imprescindible para entender ese acontecimiento. Albert
Soboul era también militante del Partido Comunista Francés. Y aunque hubo
siempre quien se lo reprochó, la comunidad científica histórica no consideró eso
un valor fundamental para censurar una obra. Muy por el contrario, estamos ante
uno de los mejores historiadores de dicha materia.
Daniel
Guerin fue un historiador francés especialista en historia del anarquismo y del
fascismo. Profesor de universidad, Guerin tiene obras de importante calado y de
profunda investigación para entender la historia del anarquismo y de los
movimientos totalitarios. Guerin era anarquista (a caballo con el marxismo),
pero sus ideas no le impiden realizar un trabajo profesional.
Eso
es lo que se pone en duda constantemente en España. Si tienes unas ideas,
automáticamente eres catalogado de algo y tu obra desautorizada en muchos
círculos. A este juego también caen historiadores profesionales que se sienten
cómodos en lugares comunes y prefieren catalogar y descalificar a investigar y
debatir.
Siguiendo
un poco con este hilo argumentativo, la verdad es que los esquemas se repiten
una y otra vez. El lenguaje utilizado es el lenguaje del franquismo. La
utilización del término “chequista” es ya de por sí una anomalía. La palabra
checa, de origen ruso, se utilizó en España para denominar a los centros de
detención ilegales que partidos políticos y sindicatos del Frente Popular
tuvieron hasta noviembre de 1936, que fueron clausurados por orden gubernativa
(echen un vistazo a la historia).
Sin
embargo, aunque el término hizo fortuna entre los sublevados contra la
República y los sectores de la derecha, esas estructuras no eran checas. Eran
Comités, conformados por integrantes de distintas organizaciones, que no tenía
vinculación orgánica ni con el Estado republicano ni con las propias
organizaciones políticas y que ejercieron una acción arbitraria contra personas
que no pasaron por ningún juicio. Una situación que finalizó por orden del
Ministerio de Justicia en noviembre-diciembre de 1936 y con la que se
estructuraban Tribunales Populares frente a la arbitrariedad de los Comités.
Algunos
de esos dirigentes e integrantes de Comités fueron juzgados por las propias
leyes republicanas. Muchos excesos que se cometieron en la retaguardia
republicana fueron juzgados por estos tribunales. Por ejemplo, el asalto a la
prisión de Durango, que acabo con penas contra dirigentes de la UGT vasca.
Estas cuestiones terminológicas y de funcionamiento de los Comités en Madrid
han sido ampliamente trabajadas por historiadores como Javier Cervera Gil o,
muy recientemente, por el joven historiador Fernando Jiménez Herrera, con una
magnífica tesis doctoral sobre la represión republicana en Vallecas y que,
esperamos, pueda publicar en recientes fechas. Hay muchos más, desde luego.
Desautorizar
el trabajo del profesor Hernández Holgado diciendo que se hace una defensa de
“chequistas” es de muy baja estofa. Lo que el grupo del profesor Hernández
Holgado ha hecho es recuperar las ejecuciones que sentenció un tribunal contra
personas que no tuvieron ni la más mínima posibilidad de defensa. Porque los
tribunales militares franquistas no estaban ni conforme al Estado de Derecho ni
garantizaban un juicio justo al reo. Lejos de una presunción de inocencia
(propia de nuestra sociedad) existía una afirmación de culpabilidad (propia del
totalitarismo).
Cada
vez que se habla de “chequistas” se hace referencia a la fuente por
antonomasia: la Causa General. Una fuente que hemos utilizado todos los
historiadores pero que, desde luego, hay que coger con pinzas y contrastarla
con otras. Es una fuente realizada bajo el patronazgo del franquismo.
Hernández
Holgado y su grupo lo que han hecho ha sido trabajar con ella y ponerla en
relación con los censos, con los libros del cementerio, con los archivos
militares, con el registro civil, etc. Esa es la labor del historiador. Y
curiosamente, en la mayoría de los casos que se realizan ese tipo de trabajos
científicos, las cifras de la represión franquista sube y la de la represión
republicana baja. Porque lo que hicieron las fuentes franquistas en las que se
basan muchas afirmaciones fue relativizar u ocultar la represión ejercida por
el régimen de Franco y sobredimensionar la republicana, que efectivamente
existió y, quien lo niegue, miente.
Estas
cuestiones, que son sencillas, en España no son tenidas en cuenta. Y lo que se
hace una y otra vez es desautorizar y atacar de forma indiscriminada a los
historiadores. Cuestión que proviene, curiosamente, de aquellos que en su vida
han pisado un archivo ni saben que es eso de contrastar fuentes. Los
historiadores pueden tener distintas conclusiones sobre mismos acontecimientos.
Esa
es una de las riquezas de la ciencia histórica, que, como ciencia humana, no es
axiomática ni crea leyes universales. Pero una cosa es discutir sobre
historiografía, que la hay más progresista y más conservadora, y otra muy
distinta es desautorizar por decreto a alguien que ha escrito algo que no le
gusta a algunos políticos o a periodistas de turno, que demuestran su
ignorancia supina sobre la historia de España.
No
olvidemos una cosa. La memoria histórica es un movimiento social que esta
cubriendo las vergüenzas que no asume el Estado. Pero también es una corriente
de investigación histórica conformada por profesionales a los que mucha gente
no les tiene ni el más mínimo respeto. Somos profesionales, desarrollamos
nuestro trabajo y pedimos respeto para nuestro trabajo.
Y
hay que decir ¡ya basta!
Una sociedad sin historia, y por tanto sin historiadores/as, es sencillamente inconcebible. El respeto y la consideración que una sociedad otorga a su historia, y por tanto a quienes asumen la ardua tarea de recogerla y transmitirla, tal vez sea el más destacado baremo con el que medir su madurez cultural y su desarrollo humano.
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