En su juventud, pleno de ilusión, Lutero había
tenido tiempo de viajar a Roma. Regresó a casa abochornado por lo que allí había
visto: las aventuras del papa Borgia y su familia, la escandalosa conducta de sus
cardenales, la nula fe de los sacerdotes, la irrespirable humanidad de
sus habitantes… Roma se había convertido en una orgía de corrupción y malas
costumbres.
“Simplemente digo que el verdadero cristianismo ha dejado de existir entre aquellos que debían haberlo preservado”. Lutero incide en los abusos eclesiásticos, en las arbitrariedades, y en general, en la necesidad de una regeneración moral. Las indulgencias garantizan la remisión de los pecados y enriquecen a un clero depravado. Alcanzar el perdón no sólo se ha convertido en un lucrativo negocio que extrema la corrupción, es además una impostura sin base a las Escrituras que elude el arrepentimiento sincero.
¿Ego te absolvo? ¿Confesarse para volver a pecar una y otra vez desde un falsario bucle? ¿Qué amor al prójimo es ese? ¿Consagrar una licencia del pecado para congraciarse después? ¡Verdaderamente el catolicismo se ha montado un buen tinglado! Para Lutero la verdadera práctica religiosa descansa en un compromiso permanente; tampoco vale el aparente arrepentimiento, como acostumbran los católicos. Lutero comprueba con disgusto una práctica religiosa convertida en argucia.
Iñaki Pardo Torregrosa desarrolla el siguiente análisis sobre la irrupción del protestantismo:
“Simplemente digo que el verdadero cristianismo ha dejado de existir entre aquellos que debían haberlo preservado”. Lutero incide en los abusos eclesiásticos, en las arbitrariedades, y en general, en la necesidad de una regeneración moral. Las indulgencias garantizan la remisión de los pecados y enriquecen a un clero depravado. Alcanzar el perdón no sólo se ha convertido en un lucrativo negocio que extrema la corrupción, es además una impostura sin base a las Escrituras que elude el arrepentimiento sincero.
¿Ego te absolvo? ¿Confesarse para volver a pecar una y otra vez desde un falsario bucle? ¿Qué amor al prójimo es ese? ¿Consagrar una licencia del pecado para congraciarse después? ¡Verdaderamente el catolicismo se ha montado un buen tinglado! Para Lutero la verdadera práctica religiosa descansa en un compromiso permanente; tampoco vale el aparente arrepentimiento, como acostumbran los católicos. Lutero comprueba con disgusto una práctica religiosa convertida en argucia.
Iñaki Pardo Torregrosa desarrolla el siguiente análisis sobre la irrupción del protestantismo:
Iñaki Pardo Torregrosa / La Vanguardia
La Europa que conocemos no sería tal sin echar
la vista atrás y tener en cuenta la Reforma protestante de Lutero, que este
2017 ha cumplido 500 años. No fue sólo un fenómeno religioso. Fue más allá de
la Iglesia y alcanzó a la política, la ciencia o el arte. La lucha por el poder
entre los nobles de Alemania y el emperador Carlos V configuró y dio alas a
aquellos cambios eclesiales que impulsó el monje agustino y que no se hubieran
producido sin la imprenta, una auténtica revolución en su época. El invento de
Gutenberg permitió que se propagaran ideas y textos a gran velocidad sin pasar
los filtros de quienes controlaban la producción de libros y la escritura: la
Iglesia y la nobleza. Hoy tenemos las redes sociales e internet, que en parte
han sido un fenómeno similar que reconfigura y modifica de forma constante la
escena sociopolítica.
La Unión Europea apenas tiene 60 años y ha
traído un periodo de paz y estabilidad tras las dos grandes guerras al Viejo
Continente, pero sigue habiendo dos Europas latentes que vienen de lejos. O
incluso tres, con el Este. En el ente comunitario, en términos económicos y
políticos, se habla ahora de una Europa a dos velocidades. Pero no sólo hay
diferencias económicas entre norte y sur y oriente y occidente -patrones y
dicotomías que se repiten a menudo en otras partes del mundo-, también las hay
culturales, sociales y religiosas, entre otros ámbitos. Y muchas diferencias
fueron acentuadas por la Reforma.
“Las consecuencias de ese cataclismo pusieron
de relieve la existencia de dos culturas, dos modelos de relaciones sociales,
dos formas de entender la política y el poder, incluso, dos modelos económicos
que aún hoy perviven entre la Europa del norte y la Europa mediterránea”,
explica Jaume Botey, filósofo, teólogo y doctor en antropología que fue
profesor de Historia de la Cultura en la Universitat Autónoma de Barcelona
(UAB) en el cuaderno A 500 años de la Reforma protestante editado por
Cristianisme i Justícia Jaume Botey.
El fin del medievo, el inicio de la modernidad
Se atribuye a Martín Lutero (1483-1546) el
inicio de la Reforma protestante en 1517 con las 95 tesis contra la venta de
indulgencias. Antes otros intentaron tomar caminos reformistas pero no tuvieron
al alcance los medios ni el respaldo que tuvo el monje sajón. Tampoco el
contexto favorable: el fin del medievo, el inicio de la modernidad. La Reforma
“fue la expresión de las profundas fisuras que, desde finales del siglo XIII,
aparecen en la monumental unidad entre pontificado e Imperio, sobre la cual se
asentó el feudalismo”, apunta Botey. Unos años antes del estallido de la
Reforma, Maquiavelo ya había hablado de la separación de poderes entre Iglesia
y Estado en El Príncipe.
En la época de Lutero, el mundo se lanzaba
hacia la modernidad con el Renacimiento y tomaría dos siglos después un punto
de no retorno con la Revolución Industrial del siglo XVIII. Antes de ello
llegaron avances como la imprenta o la brújula, el descubrimiento de América
-que debía ser evangelizada y hacía prescindible para Roma a una parte de la
Cristiandad al centrar sus esfuerzos los colonizadores en el nuevo mundo-, la
oposición del nominalismo a las corrientes filosóficas anteriores, el debate
entre el método racional y empírico, y el cambio de una concepción teocéntrica
a una antropocéntrica. Nació la burguesía y se construía una sociedad
secularizada e individualista que renegaba de lo anterior, olvidándose de lo
divino y focalizándose en lo terrenal. Todo ello en conjunto sentaría las bases
para revoluciones futuras y el nacimiento del sistema socioeconómico que hoy
rige el mundo moderno.
Lutero contó siempre con la protección de los
príncipes de Sajonia y el apoyo clave de otros nobles germanos. Así abrió un
camino que desembocó en el protestantismo -hoy ramificado y dividido en todo el
mundo- y logró la emancipación del papado. Como en el cisma de Oriente en el
siglo XI, entre católicos y ortodoxos, la política y las disputas por el poder
jugaron un papel clave, más allá de las cuestiones doctrinales.
En los tiempos de Lutero la Iglesia estaba en
decadencia. El papado era un estamento más de poder y no se predicaba con el
ejemplo desde el Vaticano. La alta presión fiscal de la curia y de Roma sobre
los campesinos y los territorios también fueron parte del germen que propició
que aquella Reforma calara y se expandiera por el norte de Europa junto con el
nacionalismo creciente en la época del absolutismo y las disputas.
La crisis de credibilidad de las altas
instancias del clero ya había provocado el surgimiento de movimientos como los
franciscanos y, antes, los monasterios del Císter, que intentaban volver a las
raíces del cristianismo con una vida espiritual profunda y pobre, alejados del
poder y los obispos-príncipes. La autoridad pontificia había quedado en
entredicho durante el cisma de Occidente con la bicefalia papal en Roma y
Aviñón durante medio siglo, que ponía de relieve que la política jugaba un
papel clave en la cuestión religiosa.
Aunque el emperador Carlos V estaba aliado con
el Papa, para mantener la paz social en su territorio y retener el apoyo de la
nobleza alemana en sus guerras con Francia y con el Imperio Otomano se vio
obligado a permitir la libertad religiosa y no combatir a los protestantes,
aunque la libertad era para los príncipes que tenían el poder para decidir la
confesión de sus súbditos, hecho que provocó migraciones internas. Carlos V les
acusaba de moverse en busca de poder y no motivados por la cuestión teológica.
Los nobles usaron la Reforma para hacerle oposición y apropiarse de los bienes
que tenía la Iglesia en su territorio.
Un hombre medieval, preocupado por lo divino
En todo contexto, “Lutero no dejaba de ser un
hombre del medievo”, explica Rafael Lazcano, historiador experto en el mundo
agustiniano y autor de Lutero, una vida delante de Dios (San Pablo, 2017). Lo
define como un hombre “de espíritu libre y crítico, trabajador, dueño de su
pensamiento, batallador, subversivo, visionario y seductor” y opina que su
objetivo no era otro que “liberar al cristianismo de las ataduras del medievo
con el fin de recuperar la dimensión espiritual del cristiano”.
Lutero nació y murió en un pequeño pueblo de Sajonia,
Eisleben, que formaba parte del Sacro Imperio Romano Germánico. El nombre del
pueblo ahora es Lutherstadt Eisleben, con mención a su hijo más famoso. Pero
fue, sobre todo, desde Wittenberg, desde el monasterio agustino y la
universidad, donde Lutero impulsó su Reforma. Hoy no faltan recorridos, visitas
guiadas y un ambiente que recrea lo que sucedió hace cinco siglos como gancho turístico
en ambas poblaciones.
Las diferencias con la Iglesia católica
En el imaginario popular, Lutero clavó el 31 de
octubre de 1517 en la puerta de la Iglesia del palacio de Wittenberg el
documento con 95 tesis contra las indulgencias, en aquella época predicadas
para financiar las obras de la basílica de San Pedro. Esa es la fecha que se
toma como punto de partida de aquella revolución y la iconografía mentada quedó
inmortalizada por el arte, pero esa escena en realidad no ha quedado
documentada. Lo que hizo el monje agustino fue mandar sus tesis por carta a
quien creyó oportuno, entre ellos al obispo de Maguncia, primado de Alemania, y
se reprodujeron rápidamente gracias a la imprenta. En aquel momento empezaron
sus desencuentros con la Iglesia.
Antes, tuvo ocasión de viajar a Roma por un
asunto interno de su orden y volvió a Alemania decepcionado, por la corrupción
que vio en el estamento eclesial y a nivel espiritual y por la pobre atención
que recibió. Lutero era un hombre obsesionado por su salvación. Se había hecho
monje después de salvar la vida durante una tormenta y que cayera un rayo a su
lado. Le había hecho una promesa Santa Ana y cumplió pese a que en su casa
querían que fuera jurista y se oponían a ello. Era un monje escrupuloso y
obsesionado con el cumplimiento de la observancia, con su salvación.
Angustiado al no encontrar consuelo ni lograr
la paz interior que anhelaba, encontró en una epístola de San Pablo, el apóstol
de los gentiles, la clama que buscaba en su “experiencia de la torre”. Llegó a
la conclusión de que el hombre se salvaba por la misericordia de Dios y por la
fe. Para Lutero, el hombre no podía hacer nada y su voluntad dependía del
combate entre Dios y el diablo. No podía cooperar ni actuar bien, era su
naturaleza. Así pues, el único justo era Dios y el hombre quedaba justificado
por él y por la fe, que debía llevarle a confiar en Cristo de forma
incondicional. Era esa fe la que modificaba las obras con la gracia. Aquello le
dio paz y fue lo que realmente empezó a provocar su distanciamiento con Roma.
Desarrolló la idea contradictoria del hombre justo y pecador. El hombre es
justo al quedar justificado por Dios, pero pecador por su condición en la
tierra.
Tras ello, Martín Lutero aborreció las leyes y
criticó el papado y su poder para conceder indulgencias. Para Lutero, la
Iglesia eran todos los fieles y su cabeza visible era Cristo. Impulsó el
conocimiento de la Biblia y basó todo su pensamiento en sus lecturas parciales
de los textos sagrados, que en su opinión eran la única fuente válida y que,
como tal, no debía ser interpretada por los demás sino por cada uno.
Esa certeza le llevó a traducir la Biblia al
alemán, empezando por el Nuevo Testamento. Y de allí dedujo que había que
eliminar la vida monacal y permitir que los clérigos se casaran. Lutero
contrajo matrimonio con Catalina de Bora, una antigua monja cisterciense con
quien tuvo tres hijos y tres hijas.
El pensamiento de Lutero
Dada la unión entre la nobleza y la Iglesia, el
debate teológico que desencadenó Lutero involucró a religiosos, pero también a
los nobles. De hecho, el todavía monje agustino llegó a coincidir y exponer sus
ideas ante un joven Carlos V, ya coronado emperador, en la Dieta de Worms en
1521.
Lutero era un hombre culto, que había estudiado
filosofía y humanidades y que desde joven destacó académicamente. Fue un
escritor prolífico, capaz de usar un lenguaje refinado y a la vez la lengua
corriente y un tono mordaz que entendía todo el mundo. Estaba influenciado por
las lecturas paulinas y las de San Agustín, el último padre de la Iglesia,
además de la corriente moderna nominalista revisada de Gregorio de Rímini. La
fe no podía alcanzarse mediante la razón, por ello acabó por aborrecer la razón
y la filosofía, que, a su juicio, era “la ramera del diablo”.
En un primer momento, y así lo revelan sus
escritos, Lutero no pretendía una escisión en el seno de la Iglesia católica,
pero conforme profundizaba en su reforma teológica y era contestado por Roma,
aumentaba su aversión hacia el papado y todo lo que tuviera relación con el
Vaticano, llamando al Papa de forma constante “Anticristo” y asociándolo al
diablo.
Al principio llegó a ganarse la simpatía del
príncipe humanista de la época, Erasmo de Rotterdam, pero las afirmaciones de
Lutero respecto a la libertad humana y su condicionamiento que le impedía ser
libre y obrar el bien provocó un enfrentamiento con él, con sendas
publicaciones. Lutero afirmaba que el hombre no era libre y estaba inclinado a
hacer el mal, al pecado y a la concupiscencia, hecho que le había atormentado
en el pasado.
“Se apoyaba en la escritura y le sobraban las
mediaciones terrenas, por eso se alzó un dique entre él y la Iglesia católica y
el papado. Era un hombre de firmes convicciones y conforme profundizaba más se
convencía de ello, por eso al final de su vida, en su lucha permanente, se
vuelve más agrio con su fe apasionada, sobre la que construyó la nueva
doctrina”, explica Lazcano. “No era un hombre mediador ni conciliador entre
posturas”, añade.
“Yo creo que las intenciones de Martín Lutero
no eran equivocadas, era un reformador”, dijo el papa Francisco hace unos
meses. “En ese tiempo la Iglesia no era un modelo que imitar, había corrupción
en la Iglesia, había mundanidad, el apego al dinero, al poder, y por eso él
protestó. Él era inteligente, dio un paso adelante justificando por qué lo
hacía, y hoy luteranos y católicos, protestantes, todos, estamos de acuerdo con
la doctrina de la justificación, en ese punto tan importante Lutero no se ha
equivocado”, reflexionó el Papa en junio de 2016 durante una rueda de prensa a
bordo del avión, cuando volvía de Armenia.
La respuesta de la Iglesia llegó con Lutero ya
muerto en el Concilio de Trento, en el que los protestantes no quisieron
participar y que abordó la cuestión doctrinal de la justificación que había
empujado a Lutero en un primer momento a distanciarse de Roma. Allí arrancó la
Contrarreforma que abanderó la Compañía de Jesús en Alemania. Curiosamente,
Francisco, adalid del ecumenismo y que ha conmemorado la Reforma, es jesuita.
A nivel político, Lutero estuvo cerca de la
nobleza. Durante la revuelta de los campesinos primero les dio apoyo e intentó
mediar en el conflicto con los nobles, pero acabó por posicionarse contra el
pueblo con mucha dureza y reclamar que fueran aplastados porque su sedición
llevaba al país a la ruina.
El protestantismo tras Lutero
Tras la Reforma luterana, que fue una
revolución que él mismo en un primer momento no preveía, llegaron más reformas
entre los propios reformistas y el movimiento creció por Alemania y otros
países del norte de Europa que rechazaban la primacía romana y el sometimiento
al papado. De hecho, surgieron a su alrededor, cuando él todavía vivía, otras
corrientes protestantes que empezaron con su teología pero acabaron
distanciándose y separándose con matices sobre los sacramentos y otras
doctrinas. La más importante fue la de un contemporáneo suyo, Juan Calvino, en
Suiza. El caso de los anglicanos fue muy peculiar, pues no abrazó desde el
primer momento las tesis luteranas. Hoy los protestantes están repartidos por
todo el mundo y divididos en diversos grupos e iglesias nacionales.
Desde el inicio hubo guerras religiosas dentro
de los países donde llegaban los aires de cambio y también entre países. A
escala continental los conflictos finalizaron con la Paz de Westfalia.
En el mundo hay 2.300 millones de cristianos
según el Pew Research Center, aunque en Occidente la cifra está decreciendo. La
fe en Jesucristo sigue siendo la religión principal pero se prevé que los
musulmanes iguale el número de fieles en 2050. De los cristianos un 37% son
protestantes -los luteranos son unos 72 millones- y un 50% son católicos,
además de un 12% de ortodoxos. Otras confesiones influenciadas por el
cristianismo como los mormones o los testigos de Jehová suman un 1%. Entre los
protestantes, los más numerosos son los pentecostales y los evangelistas.
Carlos Eire, historiador de la Universidad de
Yale, defiende en su libro Reformations (2016) que, si bien Lutero no cambió el
mundo “con su sola mano”, lo que él puso en marcha cambió el mundo tal como era
entonces y “continúa dando forma a nuestro mundo actual y definiendo quienes
somos en Occidente”. En un discurso durante una celebración religiosa en
Wittenberg el pasado 31 de octubre, Angela Merkel -hija de un pastor luterano-
afirmó que “con sus tesis, Lutero echó a rodar algo que cambiaría el mundo”.
Con su traducción de los textos bíblicos, el
movimiento de Lutero normalizó el alemán moderno y ayudó a unificar el idioma.
El hecho de acercar las sagradas escrituras a todos los ciudadanos impulsó la
educación en las zonas donde se extendió el protestantismo y en varios periodos
de la historia alemana su figura ha sido reivindicada como la de un héroe
nacional, aunque el filósofo Nietzsche, también hijo de un pastor y contrario
al cristianismo, le detestara y le acusara de apagar el Renacimiento
humanístico que triunfó en Italia.
Hace más de un siglo el sociólogo alemán Max
Webber defendía en La ética protestante y el espíritu del capitalismo que la
reforma emprendida por el monje alemán en el siglo XVI puso una de las bases
del capitalismo, sobre todo en la teología y la organización sociopolítica de
Juan Calvino y la ética de los movimientos que surgieron de su reforma.
La austeridad y el capitalismo
A diferencia de Lutero, Calvino mandaba cumplir
con escrúpulo la ley y tuvo una visión misionera que le llevó a exportar sus
ideas más allá de Ginebra, donde logró establecer una auténtica teocracia, con
penas de muerte para blasfemos o adúlteros. A su vez, el régimen de Calvino
tuvo un impacto económico positivo. Luego se relajaron las leyes, pero la
austeridad, el trabajo ofrecido a Dios y el ahorro fueron base para el
capitalismo. Esas teorías del padre de la sociología moderna han sido
discutidas y el debate hoy sigue abierto.
Guillem Correa, presidente del Consell
Evangèlic, que representa a los 150.000 protestantes de Catalunya, agrupados en
725 comunidades y 150 instituciones de esa confesión, señala la cultura del
esfuerzo, el trabajo bien hecho, la responsabilidad y el juicio o la
solidaridad como valores que representan a su religión.
Lo cierto es que los países de tradición
protestante fueron inmunes a la crisis económica que ha puesto en jaque a
Europa desde 2008 y son los que prosperaron más rápido tras la Reforma. El
historiador David Cantoni, de la Universidad de Múnich, apunta que ese desarrollo
económico superior se debió al fomento de la educación, que aupó la ilustración
alemana, impulsada por la libertad de debate que había facilitado el
protestantismo.
Durante años el personaje de Lutero fue visto
con malos ojos desde amplios sectores del catolicismo, aunque esa concepción
cambió ya en el siglo XX. El Vaticano y los luteranos transitan ahora por una
senda ecuménica con un diálogo fluido desde hace 50 años que tuvo su mayor
logro en la declaración conjunta de 1999 sobre la doctrina de la justificación,
el hecho que empezó a distanciar a Lutero de la Iglesia católica. Los
metodistas se sumaron a esa declaración en 2006.
Ese año aprovecharon la fecha señalada, el 31
de octubre, para “pedirse perdón por las ofensas entre cristianos” en el pasado,
como colofón a la conmemoración de la Reforma, que arrancó un año antes en
Lund, Suecia. Allí hubo una celebración ecuménica en la que el papa Francisco
estuvo presente y firmó un documento que emplazaba a ambas confesiones a
caminar hacia la unidad, lo que permitió abordar los hechos de hace 500 años
desde un punto de vista constructivo y con espíritu ecuménico. “Me alegro de
que por primera vez hayamos tenido un aniversario que no es un distanciamiento
frente a los católicos”, apuntó Heinrich Bedford-Strohn, presidente de la
Iglesia Evangélica, que es la entidad que aglutina a más protestantes en
Alemania, en los actos conmemorativos de Wittenberg, donde hubo una celebración
ecuménica.
Los gestos inequívocos de Francisco
“Lutero
ha dado un gran paso para poner la Palabra de Dios en las manos del pueblo.
Reforma y Escritura son las dos cosas fundamentales que en las que podemos
profundizar mirando la tradición luterana”, dijo antes de su viaje a Suecia el
Papa, a quien le acusan a veces de hereje y han llegado a decir que está bajo
la influencia de Lutero por sus tesis sobre el matrimonio, el divorcio o el
perdón en la exhortación apostólica sobre la familia Amoris Laetitia, que ha
provocado quejas en los sectores más conservadores de la Iglesia.
“Además del acceso a la Biblia, hay que
destacar la participación de los laicos de la vida religiosa y vivir la fe en
pequeñas comunidades”, apunta Cristina Inogés, teóloga católica formada en una
facultad protestante que acaba de publicar Charitas Pirckheimer. Una vela
encendida contra el viento (San Pablo, 2017), sobre la vida de una abadesa
contemporánea de Lutero de un convento de clarisas de Nuremberg que rebatió las
tesis del monje agustino.
“Siempre se habla de dar protagonismo a los
laicos, pero no se acaba de hacer. Nos cuesta un poco”; apunta Inogés. Sobre el
ecumenismo y el diálogo, la teóloga ve gestos inequívocos y muy significativos
del papa Francisco, no sólo por su presencia en Lund, sino por invitaciones que
ha hecho a miembros de otras confesiones al Vaticano y sus encuentros
habituales con protestantes. Ïnogés destaca la convicción de Francisco de
caminar hacia la unidad en lo esencial. En el último consistorio cardenalicio
del pasado mes de junio, Francisco nombró cardenal de Estocolmo a Anders
Arborelius, de familia luterana y convertido al catolicismo de mayor. A la
celebración invitó a la obispa luterana Antje Jackelén, con quien compartió
celebración en Lund.
Pablo Blanco Sarto, teólogo y doctor en
Filosofía y coautor de Lutero 500 años después. Breve historia y teología del
protestantismo (Rialp, 2017) opina que la Iglesia se encuentra en un nuevo
momento de reforma impulsado por el Papa y sostenida en las vigas maestras que
dejaron sus antecesores, “aunque esta vez es interna e impulsada por el
Vaticano en campos como las finanzas, las investigaciones por los casos de
pederastia o las cuestiones de la familia tratadas en los sínodos de 2014 y
2015”, explica.
La Iglesia, una entidad con dos milenios de
vida, vira de forma muy lenta en un mundo que avanza a una velocidad
vertiginosa. Las cosas no cambiarán de un día para otro y Francisco, por ahora,
se contenta con orar y trabajar junto a protestantes y ortodoxos, con el acento
puesto en aquellos que más sufren y los pobres. La unidad no es cosa de dos
días, y para Francisco “antes que una meta, es un camino” con su propio su
ritmo, “con sus retrasos y sus aceleraciones, e incluso con sus pausas” y como
todo camino, “requiere paciencia, tenacidad, esfuerzo y compromiso”. Su hoja de
ruta es caminar, pues el diálogo teológico se hace en camino y no en un
laboratorio, apunta el primer papa sudamericano.
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