Foto: Pérez de Rojas; Arxìu Fotografic de Barcelona |
El 18 de julio de 1938, Manuel Azaña, presidente de la II República española, era ovacionado en el Ajuntament de Barcelona a la conclusión del que, a la postre, resultaría su último discurso público en calidad de jefe de Estado.
(Min. 1.10') A pesar de todo lo que se hace para destruirla, España subsiste (…) Al cabo de dos años, en que todos mis pensamientos políticos, como los vuestros; en que todos mis sentimientos de republicano, como los vuestros, y en que mis ilusiones de patriota, también como las vuestras, se han visto pisoteados y destrozados por una obra atroz, no voy a convertirme en lo que nunca he sido: en un banderizo obtuso, fanático y cerril (…)
(Min. 4.40') Lo
que importa es tener razón, y después de tener razón, importa casi tanto saber
defenderla; porque sería triste cosa que, teniendo razón, pareciese como si la
hubiésemos perdido a fuerza de palabras locas y de hechos reprobables. Es
seguro que, a la larga, la verdad y la justicia se abren paso; mas, para que se
lo abran, es indispensable que la verdad se depure y se acendre en lo íntimo de
la conciencia y se acicale bajo la lima de un juicio independiente y que salga
a la luz con el respaldo y el seguro de una responsabilidad. He deseado y
procurado siempre que todos lo hagan así.
El derecho de enjuiciar públicamente subsiste a pesar de la guerra (…)
(Min.
16.50´) He tenido ocasión de decir ya, meses hace, que limitar la guerra de
España es obligación de los demás, porque no hemos sido nosotros quienes han
extendido la guerra de España a los intereses de otras potencias; que incumbe a
los demás limitar la guerra de España. Nosotros no tenemos medios de impedir
que desembarquen en España los millares de hombres y los millares y millares de
toneladas de material de guerra de Italia y Alemania. Incumbe a los demás
limitar la guerra de España; extinguir la guerra de España incumbe a los
españoles; pero les incumbe, les incumbirá cuando haya desaparecido de la
Península el padrón de ignominia que supone la presencia de los ejércitos
extranjeros luchando contra los españoles, antes no.
(Min.
20.10’) Yo añado ahora que limitar la guerra de España, si en efecto se limita,
es extinguirla, porque la guerra de España está única y exclusivamente
mantenida por la invasión extranjera.
(Min.
26.05’) A los españoles se les dice que esta invasión es la piedra angular de un nuevo imperio (...) Cuando la corona de España aspiraba y casi conseguía el dominio universal, los españoles iban a guerrear a Lombardía y a Nápoles, saqueaban a Roma, ponían preso al Papa, y sojuzgaban a los italianos, seguramente sin ningún derecho y con excesiva dureza, pero los sojuzgaban, y no se les ocurría traer a los italianos a España a matar españoles en las orillas del Tajo y del Ebro a titulo de la fundación del imperio español (...) Caso como éste, no tiene semejanza en la historia contemporánea de Europa. Para encontrar algo que se le parezca hay que recordar las guerras civiles del siglo XVI y del siglo XVII, en que, so capa de guerra religiosa, se disputaba realmente el predominio político sobre el continente. Entonces, los españoles, soldados de un imperio, hacían en Francia exactamente el mismo papel que hacen ahora en España los alemanes y los italianos, pero a los ligueros católicos franceses que cooperaban con los ejércitos invasores de España en Francia, no se les ocurría decir que estaban fundando un imperio francés (...)
(Min.
29.35’) Para nosotros, la salida de los invasores de España es una cuestión de
honra (…) porque ninguna nación puede vivir decorosamente ni tiene derecho al
respeto ni a la amistad de las demás, si ha perdido la honra y la libertad (…)
(Min.
30.50’) Es un hecho indiscutible que el pronunciamiento militar fracasó;
fracasó a las 48 horas, y estos dos años en que el poderoso concurso en hombres
y material –más importante quizá el del material que el de los hombres– de
Alemania y de Italia y la numerosa presencia de la morisma no han bastado para
derrocar por la fuerza a la República, están probando qué habría sido del
pronunciamiento y de la guerra civil subsiguiente sin el auxilio exterior.
(Min.
32.15’) En la base del ataque armado contra la República había, entre otros,
unos errores que conviene señalar. Había, en primer término, un error de
información, abultado y explotado por la propaganda: el error de creer que
nuestro país estaba en vísperas de sufrir una insurrección comunista. Todos
sabemos el origen de esa patraña (…) La lógica hubiera prescrito que ante una
amenaza de este tipo o de otro semejante contra el Estado republicano y contra
el Estado español, que no era comunista, ni estaba en vías de serlo, de alto a
abajo, ni en los costados, todas esas fuerzas políticas y sociales amedrentadas
por esa supuesta amenaza, se hubieran agrupado en torno del Estado para
defenderlo, hubieran hecho el cuadro en torno suyo, porque al fin y al cabo era
un Estado burgués, pero, lejos de eso, lo cual prueba la falsedad de la tesis,
en lugar de defenderlo lo asaltaron (…) Y derivado de ese error, otro todavía
más grave: el error de suponer que el pueblo español, atacado por sorpresa, no
sabría ni podría ni querría defenderse (…) El enemigo de un español es siempre
otro español. Al español le gusta tener libertad de decir y pensar lo que se le
antoja, pero tolera difícilmente que otro español goce de la misma libertad, y
piense y diga lo contrario de lo que él opinaba (…)
(Min.
37.15’) Y ya estáis viendo, ya estarán viendo el cuadro: el triunfo… en las
nubes; cientos de miles de muertos; ciudades ilustres y pueblos humildísimos,
desaparecidos del mapa, lo más sano del ahorro nacional, convertido en humo;
los odios, enconados hasta la perversidad; hábitos de trabajo perdidos; instrumentos
de trabajo desaparecidos; la riqueza nacional, comprometida para dos
generaciones (…)
(Min.
38.35’) El daño ya está causado; ya no tiene remedio. Todos los intereses
nacionales son solidarios, y, donde uno quiebra, todos los demás se precipitan
en pos de su ruina y lo mismo le alcanza al proletario que al burgués, al
republicano que al fascista (…)
(Min.41.30’)
¡Y cuántos, cuántos, y no de los menores, darían algo bueno por volver al mes
de junio de 1936, y lo pasado, pasado y que se borrase esta pesadilla y, sobre
todo, que se borrase la responsabilidad de haberla desencadenado! La guerra
civil está agotada en sus móviles porque ha dado exactamente todo lo contrario
de lo que se proponían sacar de ella, y ya a nadie le puede caber duda de que
la guerra actual no es una guerra contra el Gobierno, ni una guerra contra los
gobiernos republicanos, ni siquiera una guerra contra un sistema político: es una
guerra contra la
nación española entera, incluso
contra los propios fascistas, en
cuanto españoles, porque
será la nación entera
quien la sufra
en su cuerpo
y en su alma.
Yo afirmo que ningún credo político, venga de
donde viniere, aunque hubiese sido revelado en
una zarza ardiente,
tiene derecho, para
conquistar el poder,
a someter a
su país al
horrendo martirio que está
sufriendo España. La
magnitud del dislate,
el gigantesco error,
se mide más fácilmente con
una consideración dramática,
casi vulgar. Hace
dos años que
empezó este drama, motivado aparentemente
en el orden
político por no
querer respetar los
resultados del sufragio universal en el mes de febrero de
1936. Han pasado dos años. Y cabe discurrir que, con la fugacidad de las
situaciones políticas en
España y con
las fluctuaciones propias
de las instituciones democráticas y de las variantes
de la voluntad del sufragio popular, si en vez de cometer esta locura, se
hubiera seguido en el régimen normal, a estas horas es casi seguro que
estaríamos en vísperas de una nueva consulta
electoral, en la
cual todos los
españoles libremente podrían
probar sus fuerzas políticas en España. ¿Qué negocio ha
sido éste de desencadenar la guerra civil en España?
(Min. 47.10’) Hace más de año y medio, en
aquellos días rudísimos, alcé la voz en Valencia para recordar a todos que el
Estado republicano sostiene la guerra porque se la hacen; que nuestros fines de
Estado eran restaurar en España la paz y un régimen liberal para todos los
españoles; que nosotros no soportaremos ningún despotismo ni de un hombre, ni
de un grupo, ni de un partido, ni de una clase (…) que no es aceptable una
política cuyo propósito sea el exterminio del adversario, exterminio ilícito y,
además imposible (…) porque por mucho que se maten los españoles unos contra
otros, todavía quedarían bastantes que tendrían necesidad de resignarse –si
éste es el vocablo– a seguir viviendo juntos, si ha de continuar viviendo la
nación (…)
(Min.
50.45’) Este ejército que, con su tesón, con su espíritu de sacrificio, con su
terrible aprendizaje, está formando y ha formado el escudo necesario para que,
entre tanto, la verdad y la justicia se abran paso en el mundo, forja con sus
puños y calienta con su sangre el arquetipo de una nación libre. Su causa, por
española que sea, tiene una repercusión en todo el mundo. Hacia ellos va no
sólo nuestra admiración, sino nuestro profundo respeto. Tejed con vuestro
aplauso la corona cívica que merece su ejemplar ciudadanía.
(Min.
54.40’) Y entonces, cuando los españoles puedan emplear en cosa mejor este
extraordinario caudal de energías, cuando
puedan emplear en
esa obra sus
energías juveniles que,
por lo visto,
son inextinguibles, con la gloria duradera de la paz, sustituirá la
gloria siniestra y dolorosa de la guerra.
Y entonces se
comprobará una vez
más lo que
nunca debió ser desconocido
por los que lo
desconocieron: que todos
somos hijos del
mismo sol y
tributarios del mismo
arroyo. Ahí está la
base de
la nacionalidad y la raíz
del sentimiento patriótico,
no en un
dogma que excluya
de la nacionalidad a todos los
que no lo profesan, sea un dogma religioso, político o económico. ¡Eso es un
concepto islámico de la nación y del Estado!
Nosotros vemos en
la patria una
libertad, fundiendo en ella, no sólo los elementos materiales de
territorio, de energía física o de riqueza, sino todo el
patrimonio moral acumulado
por los españoles
en veinte siglos
y que constituye
el título grandioso de nuestra
civilización en el mundo.
Habla de reconstitución el Gobierno. Y, en
efecto, reconstitución en todo aquello que atañe al cuerpo
físico de la
nación: a las
obras, a los instrumentos de
trabajo, etcétera; pero hay
otro capítulo, en otro orden de cosas, en que no podrá haber
reconstrucción; tendrá que ser construcción desde los cimientos, nueva. Y esto,
por motivos, por causas que no dependen de la voluntad de los hombres ni
de los programas
políticos, ni de
las aspiraciones de
nadie. En primer
lugar, la conmoción que ha
producido la guerra, echando por el suelo todas las convenciones sociales en vigor (no me refiero a las convenciones de
tipo jurídico, sino a las convenciones de la vida social, del trato entre los
hombres), echándolas por el suelo y
poniendo a cada
cual en el
trance terrible de optar entre la vida y la muerte. Todo el
mundo, altos y bajos, han mostrado ya,
sin disfraz, lo que llevan dentro, lo que realmente son, lo que realmente eran.
De suerte que hemos llegado, por causas no
precisamente de las operaciones militares, sino
de toda la conmoción que ha
producido y produce la guerra, a una especie de valle de Josafat, como
después del acabamiento del mundo, en el
que nadie puede
engañarse ni engañarnos: todos
sabemos ya quiénes éramos todos. Muchos
se han engrandecido. ¡Dichoso el que muere antes de haber enseñado el
límite de su grandeza! Muchos no han muerto, por desgracia para ellos. Esta situación de orden
moral creará en
el porvenir de España una situación, digamos, incómoda,
porque, en efecto, es difícil vivir en una sociedad sin disfraz, y
cada cual tendrá
delante ese espejo mágico, donde ya
no se verá
con la fisonomía
del mañana, sino donde,
siempre que se
mire, encontrará lo
que ha sido,
lo que ha
hecho y lo que ha dicho
durante la guerra.
Y nadie lo
podrá olvidar, como
no se pueden olvidar
los rasgos de una
persona.
Además
de este fenómeno,
de muchas y
muy dilatadas y profundas consecuencias, como probará
el porvenir; además
de este fenómeno
de orden psicológico
y moral respecto de las
personas, hay otro
mucho más importante.
Nunca ha sabido
nadie ni ha
podido predecir nadie
lo que se funda con una guerra; ¡nunca! Las guerras, y sobre todo las guerras
civiles, se promueven o se desencadenan con
estos propósitos, hasta
donde llega la
agudeza, el ingenio
o el talento de las personas;
pero jamás en ninguna guerra se ha podido descubrir desde el primer día cuáles
van a ser sus profundas repercusiones
en el orden
social y en
el orden político
y en la
vida moral de los
interesados en la guerra. Conste que la guerra no consiste sólo en las operaciones
militares, ni en los movimientos de los
ejércitos, ni en
las batallas. No;
eso es el
signo y la
demostración de otra
cosa mucho más profunda y más vasta y más grande; ése es el signo de dos
corrientes de orden moral, de dos
oleadas de sentimiento, de dos
estados de ánimo
que chocan, que se
encrespan, que luchan el uno contra el
otro, y de
los cuales se
obtiene una resultante
que nadie ha
podido nunca calcular. Nadie; nunca.
(1,02,40’)
Este fenómeno profundo, que se da en todas las guerras, me impide a mí hablar
del porvenir de España en el orden político y en el orden moral, porque es un
profundo misterio, en este país de las
sorpresas y de
las reacciones inesperadas,
lo que podrá
resultar el día en
que los españoles, en paz, se
pongan a considerar lo que han hecho durante la guerra. Yo creo que si de esta acumulación
de males ha de salir el mayor bien posible, será con este espíritu, y
desventurado el que no lo entienda así. No voy a aplicar a este drama español
la simplísima doctrina del adagio de que “no hay mal que por bien no venga”. No
es verdad. Pero es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra,
cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, sacar de la lección y de la musa
del escarmiento el
mayor bien posible,
y cuando la
antorcha pase a
otras manos, a
otros hombres, a otras generaciones, que les hierva la sangre iracunda y
otra vez el genio español vuelva a enfurecerse
con la intolerancia
y con el
odio y con el
apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de
esos hombres que han caído magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora,
abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos
envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una
estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz,
piedad, perdón.
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