Declarada la República, “el [nuevo] ministro de la Guerra [Manuel Azaña] llevaba un cuarto de hora con el Capitán General de Madrid, Federico Berenguer [hermano de Dámaso Berenguer], que en posición firme ante él, no obtenía la venia de su nuevo jefe superior para ponerse cómodamente en su lugar. Su Excelencia era quien, por lo visto, quería dejar bien sentado desde el primer momento que estaba en el suyo”.
Cipriano Rivas Cherif
Alberto Reig Tapia
"Después de leer a D. Manuel Azaña nos sentimos más humanos, más universales. En
la tragedia y singularidad de su drama personal se hallan los componentes
esenciales del género humano que nos hacen a cada uno de nosotros capaces de
reconocernos en las vidas de los demás (...)
¿Quién no siente un pequeño
estremecimiento de emoción y sumergiéndose en la lectura de Azaña no detiene
sus ojos ante frases como: “La libertad no hace felices a los hombres, los hace
simplemente hombres”? Con motivo de la sublevación anarquista del Alto Llobregat
en 1932 se opuso a las ejecuciones
sumarias diciendo: “Es que no quiero fusilar a nadie. Alguien ha de empezar
aquí a no fusilar a troche y moche. Empezaré yo”. Y, ya en plena guerra civil, tras
los sucesos de la cárcel Modelo de Madrid –a consecuencia de los cuales quiso
dimitir –, le decía a su cuñado con rabia e impotencia: “¡Esto no, esto no!: Me
asquea la sangre, estoy hasta aquí; nos ahogará a todos".
Y quien no se
estremece también, pero de asco y miedo cuando estudiando la vida y la obra del
general Franco le ve siempre dispuesto a fusilar, sean legionarios
indisciplinados, sean españoles, cualquiera que fuera el número… a cualquier
precio. Y ya concluida la guerra, seguían los fusilamientos… A sus correligionarios les decía en 1942:
“Para la gran obra de redención de un pueblo, el fanatismo y la intransigencia
son indispensables cuando se encuentran en posesión de la verdad. A vuestra fe
y a vuestro fanatismo correspondo el mío”. Y cuatro años más tarde –ya como
colofón– les decía a los mineros de la cuenca asturiana: “No hay redención sin
sangre, y bendita mil veces la sangre que nos ha traído nuestra redención”.
La tragedia de Manuel Azaña / Alberto Reig Tapia
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