Miremos
adonde miremos han desaparecido buena parte de las siluetas de lo que sabíamos
y en lo que creíamos, como si el sky line
memorizado de ideas y proyectos sociales se hubiera esfumado y nos hubiéramos
quedado sin imaginarios fundamentales de una cultura que no hace mucho tiempo
llamábamos progresista por oposición a la cultura reaccionaria:
-
el sistema democrático
- la
finalidad histórica emancipatoria
- los
cambios sociales necesarios impulsados por sujetos tan obvios como la burguesía
y luego la clase obrera
- Europa
como tercera vía entre el capitalismo salvaje y la barbarie antes roja y ahora
integrista
- la
izquierda en su forcejeo por cambiar y la derecha por conservar.
Estos
imaginarios resultantes de creencias y comprobaciones no siempre actualizadas
ocupaban una zona del almacén de nuestra conciencia lleno de estuches a su vez
henchidos de conceptos, consignas, flashes históricos, hechos, símbolos humanos
y cosificados, fechas, imágenes rotas que conforman cualquier imaginario como
referente que pocas veces cuestionábamos, menos incluso que las ideas
representadas. Es mucho más fácil replantear las ideas que sus siluetas, y
normalmente utilizamos la silueta estuche en evitación de movilizar todo el
cuerpo doctrinal que lleva dentro. Cualquier replanteamiento crítico o
autocrítico de nuestro saber y las ideas que generaba servía para reforzar la
necesidad y razón del imaginario.
Los
espejos se han roto, los imaginarios se han esfumado y las razones que
generaron las ideas sobreviven, pero, desorientados entre puntos cardinales
trucados, ninguna respuesta nos cabe esperar de los horizontes donde en otro
tiempo permanecían las siluetas que daban sentido a la Historia y a nuestra
historia. E incluso se recela ante el haber tenido Historia, desde la evidencia
de que siempre ha habido necesidad de esperanzas no teologales de mejorarla, y
que esas esperanzas han sido desmedidas, porque las ha creado una especie
también desmedida, ignorante de los límites de su condición natural: la humana.
Es como si, ahora, unos simios supervivientes a la civilización humana temieran
recordar a un peligroso antepasado que desafió excesivamente a dioses excesivos
y mediante la Razón creó más monstruos que arcángeles. La metáfora la tomo, y
la sostengo, de una de las mejores muestras de cine de ciencia ficción. El
planeta de los simios y Retorno al planeta de los simios fueron dos películas
dedicadas a la hipótesis de que tras un supremo acto de irracionalidad humana,
la guerra nuclear, los simios hubieran devenido los animales hegemónicos y
desde la horrorosa experiencia vivida persiguieran a los humanos supervivientes
para que no volvieran a crear los monstruos de la Razón. Lamentablemente, como
el guionista de la película y la mayor parte de espectadores éramos humanos,
algunos simios con imaginación liberal tratan de pactar con el saber humano y
las cosas se complican.
No
ha habido guerra nuclear, pero sí una tercera guerra mundial fría, y se nos
está transmitiendo el mensaje de que el racionalismo ultimado por el cordón
umbilical que una la Revolución francesa con la soviética, nos obliga a expiar
las quimeras utópicas e instalarnos en el planeta de los simios resignados y culpabilizados,
resecos, al parecer, los océanos de sangre vertidos por la civilización
liberal-capitalista, ahora dedicada a llenar la tierra de hamburguesas y pollo
frito de Kentucky portados por mensajeros cascos azules de la ONU. Si asumimos
discurso tan pesimista o cínico, podríamos ultimarlo hasta una propuesta de
suicidio de los más lúcidos. Denostados por los simios céntricos, centristas y
centrados, en crisis los sacerdotes y los profetas de la razón, formemos una
liga de no arrepentidos por haber creído, dentro de lo que cabía, en el
crecimiento continuo cualitativo del espíritu convencional democrático y
preguntemos a políticos e intelectuales, los responsables de la teoría y
práctica de este zoológico que compartimos: ¿qué habéis hecho del imaginario
democrático?
- Manuel Vázquez Montalbán / Panfleto desde el planeta de los simios
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