Es
indudable que nada tiene que ver salir un lunes de casa con 600.000 € en un
maletín y pagar a tocateja la compra de algún antojo inmobiliario, con que dos
personas solventes tomen la decisión de afrontar una hipoteca por valor de
270.000 € cada una, endeudándose por un periodo de treinta años. En ello nada
hay de malo. Se puede ser honrado y combatir la corrupción y la apropiación de
lo público desde un chalet, y se puede ser un delincuente, incluso formar parte
de una organización criminal disfrazada de partido político, con o sin chalets.
No son pocas las almas del mundo convencidas de que ser de izquierdas, supone despertarse un día a lo Gregorio Samsa, sin saber cómo ni por qué, luciendo una camiseta de tiras con la que bajar a la calle a repartir octavillas. Sin embargo, existe gente pobre de derechas como existe gente acomodada, y hasta rica de izquierdas. El tránsito filosófico de la Verdad a la Razón, la creación política que discute una comprensión injusta de la sociedad, y por ende, de la humanidad, se fraguó siempre desde un inevitable status burgués que permitió al hombre administrar su tiempo, formarse, tomar conciencia de que otra realidad es posible. Espartaco acabó crucificado. Quienes lograron modificar el rumbo de la historia –que diría Hegel–, encauzar las condiciones sociales existentes hacia el cambio, fueron siempre baja nobleza, poderosa burguesía, intelectualidad, mentes prodigiosas que gozaron de la posibilidad de formarse y desplegarse al mundo.
No son pocas las almas del mundo convencidas de que ser de izquierdas, supone despertarse un día a lo Gregorio Samsa, sin saber cómo ni por qué, luciendo una camiseta de tiras con la que bajar a la calle a repartir octavillas. Sin embargo, existe gente pobre de derechas como existe gente acomodada, y hasta rica de izquierdas. El tránsito filosófico de la Verdad a la Razón, la creación política que discute una comprensión injusta de la sociedad, y por ende, de la humanidad, se fraguó siempre desde un inevitable status burgués que permitió al hombre administrar su tiempo, formarse, tomar conciencia de que otra realidad es posible. Espartaco acabó crucificado. Quienes lograron modificar el rumbo de la historia –que diría Hegel–, encauzar las condiciones sociales existentes hacia el cambio, fueron siempre baja nobleza, poderosa burguesía, intelectualidad, mentes prodigiosas que gozaron de la posibilidad de formarse y desplegarse al mundo.
Manuel Azaña, último jefe de Estado legítimo
en España, habló un día de las siempre “ramplonas declaraciones de la Derecha,
capaces de avergonzar a una castañera”. Si hay algo que tradicionalmente
caracteriza el lenguaje del conservadurismo patrio –también el internacional,
todo hay que decirlo–, es la profunda convicción de hablar para un target sin
ilustrar, destruido en su juicio crítico, y al que, mudando la piel, podrá
seguir estafando hasta el fin de los tiempos. La retórica vana, vacía, hasta
burda, no sólo no sonroja; se convierte así en el único lenguaje posible.
Hablar para no decir nada porque nada hay que decir cuando nada se pretende
cambiar. La estética deviene el fondo; queda la demagogia como argumento
político respecto al oponente. El éxito ya no radica en el contenido de cada
programa sino en la retórica.
La razón, sin embargo, no requiere de
artificios, decía Fausto. El problema de Pablo Iglesias ha sido, en efecto,
incurrir en la demagogia, verse preso de sus palabras. El propio Iglesias
reprochó la actitud de aquellos políticos que mudándose al extrarradio, perdían
el contacto con la realidad social. Iglesias –que no Irene Montero–, debería
acaso renunciar, no por la compra de su nueva vivienda, sino por ser él
precisamente quien, denunciando la falsedad e impostura de sus adversarios,
llegó a convertirse en el único que no podía asemejarse a ellos. En su descargo
cabría quizá añadir lo que algunos ya sospechan: que entre hostigamientos
ultras y otros defensores de la democracia,
el líder de Podemos ha acabado persuadido de que lo mejor que puede hacer es
dar un paso al costado. Ya se lo advirtió la diosa a aquel otro insolente,
pródigo en astucias: "Tú no lo entiendes Ulises; Escila no puede
morir..."
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