El sabio frente al estercolero

  Resulta ilustrativo echar un vistazo al historial de condecorados con la Medalla de Oro de la Comunidad de Madrid. Familia real, aristócratas, banqueros, institutos castrenses, príncipes de la Iglesia... La relación de galardonados podría casi evocar aquellas Juntas de 1808 concebidas bajo predominio estamental y, a la vez, salpicadas de alguna meritoria singularidad burguesa capaz de legitimarlas. Tampoco aquí falta un puñado de ilustres de la cultura o varias figuras deportivas.

 Este año el máximo galardón del gobierno regional buscaba recaer en Emilio Lledó; filósofo, pensador, hombre. Pero la Comunidad de Madrid, epítome del estercolero patrio, hace tiempo que perdió toda nobleza de espíritu, cuando menos, en su vertiente institucional. Lledó no precisa engordar su vanidad ni está al servicio del sistema; seguir aprendiendo, seguir enseñando, es acaso su única ambición. Tras él, un fecundo bagaje de estudios y vivencias. Ya lo decía el ingenioso hidalgo: “Quien lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Quién sabe si al notificársele el galardón, al pensador le vino a la mente la reflexión del poeta mientras las tropas africanistas devoraban, día a día, la recién nacida democracia española: “En España, lo esencialmente aristocrático, en cierto modo, es lo popular”. ¿Acaso algo más innoble que sus tradicionales elites y capataces?

 Lledó terminaba por rechazar la distinción arguyendo, en este caso, la recién descubierta trama de falsificaciones documentales en la Universidad Juan Carlos I. "Me hacía ilusión pero dadas las circunstancias no podía aceptarla, no me apetecía mucho". Diríase que lo que el filósofo busca acaso rehuir es el encuentro de unas cuantas conciencias que, bajo el pretexto del galardón, ya sólo persiguen dignificarse a sí mismas, blanquearse a su costa; revestirse de cuánto carecen. Pobres almas del mundo luchando por aferrarse a lo único que tienen.