"El tedio de Paulina llegó a términos irritables. Hizo saber al príncipe que no estaba dispuesta a permanecer en Roma ni un día más y preparó su equipaje para regresar a Paris.
Acudió nuevamente el príncipe a Napoleón, quien a su vez manifestó seriamente a su hermana el enojo que le causaban sus arbitrariedades y la firme resolución de no tolerarlas.
Entonces, para distraerse un poco, Paulina llamó al célebre escultor Canova, manifestándole sus deseos de que la hiciese una estatua. Pero no una estatua cualquiera, sino un desnudo, como el de Galatea o el de Venus.
Canova, por entonces en su apogeo, y también vanidoso, como buen artista, pensó probablemente en una aventura principesca. La hermana de Napoleón, podría cerrar, con broche, el libro de sus dichas galantes.
Canova, por entonces en su apogeo, y también vanidoso, como buen artista, pensó probablemente en una aventura principesca. La hermana de Napoleón, podría cerrar, con broche, el libro de sus dichas galantes.
A juzgar por lo que insinúa el general Thiebaut, las sesiones se prolongaban más de lo justo. Y Canova, más de una vez, mientras modelaba aquellas impecables formas, debió insinuar a la princesa cierto miedo.
-Miedo, ¿de que? -pregunto ella, sonriendo con graciosa malicia.
-Miedo -repuso el escultor- de enamorarme del modelo.
-¡Bah! Es usted un gran bromista.
Y, desnuda, coqueteaba diabólicamente, excitando al gran escultor.
A propósito del desnudo, una amiga preguntó a la princesa si era cierto todo lo que se contaba.
-Muy cierto -exclamó Paulina-. Desnuda, como Venus, al salir del mar.
-Pero, ¿cómo podíais estar desnuda?
-¡Oh!... Estaba encendida la chimenea...
- Octavio Faguet / Paulina Bonaparte
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